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Me disponía a dar un paseo con mis sobrinas por el campo, me iban contando sus aventuras de verano, los planes para las fiestas del pueblo… De frente venían dos niños, uno en bici y otro en patinete, más o menos de sus edades, entre 7 y 12 como mucho. Iban cantando felizmente, como cuando se va sobre dos ruedas, y al llegar a nuestra altura conseguí distinguir la melodía: estaban entonando el Cara al Sol.
No me lo esperaba, la verdad, todavía no sabía que era el hit infantil del verano. Exclamé mi sorpresa y mis sobrinas preguntaron qué canción era esa. Me limité a decirles que era algo que se cantaba en un periodo de la historia de España en la que había una dictadura en la que muchas personas habían sufrido y que no estaba bien ir cantando eso por ahí. La mayor dijo enseguida: ah, ya sé, es cuando a las mujeres les rapaban el pelo para castigarlas. Exacto, le contesté. Es que mi abuela, dijo, me contó una historia que le pasó a su madre. Nos la contó a las tres. La pequeña se indignó: si estuviera yo les habría dicho que… ¡No se podía!, le cortaron las otras. Ese era el problema, que no se podía.
Lo saben dos niñas de Primaria pero, al parecer, lo desconocen muchos adultos, entre ellos, quizá, los padres de esos niños. O no, porque otro amigo me cuenta que su hijo llegó un día a casa cantando la misma canción, se la había escuchado en el parque a otros niños. Uno se ha subido al tobogán, ha levantado un brazo en alto y cantaba mientras otros abajo le seguían, nos explicó el chaval. Al parecer, la estampa es común en cualquier rincón de España. En las historias de wasap, ese espacio en el que te puedes asomar sin quererlo a la vida privada del que te cambió la caldera hace 12 años, alguien de mi agenda compartía un vídeo de una tropa de niños en el recreo cantando la canción de marras acompañada de un comentario: “En un colegio” junto a un corazón.
Me pregunto qué puede echar de menos alguien hoy del franquismo. Cómo el mismo que celebra que los insultos al presidente del Gobierno sean ya un hit al nivel de Paquito chocolatero en las fiestas, eche de menos un régimen en el que cualquier disidencia política se pagaba con la cárcel o la vida. Cómo puede una mujer añorar unos tiempos en los que ella no valía más que lo que dijera un hombre. Un periodo en el que pasaba de estar tutelada por su padre a estarlo por su marido, en el que no podía abrir una cuenta corriente a su nombre o sacarse el pasaporte sin el permiso de uno u otro; un periodo en el que el trabajo, la casa o los hijos eran potestad del padre de familia y las mujeres ejercían o disponían legalmente de ello, como quien dice, de prestado.
Ser franquista viviendo en democracia solo puede responder a dos cosas: ignorancia supina o maldad enquistada; en el peor de los casos, una mezcla de las dos. Quiero pensar que hay más de lo primero que de lo segundo. Que los silencios en este país nos han pasado factura y de tanto callar, por miedo primero, por dolor después, empezamos a pagar unas consecuencias que pueden ser fatales. Que haya gente que defienda públicamente que el golpe de Estado que provocó una terrible guerra que partió al país en dos, acabó con la vida de cientos de miles de personas e hizo huir al exilio a otras tantas, fue necesario o es defendible, es delirante. Que la gente identifique la República con la izquierda cuando se alternaron gobiernos de las dos corrientes políticas es, sencillamente, ridículo. ¿Pero a qué suena el ridículo en una cabeza hueca? Tal vez a música; de ser así, ya conocen la melodía.
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