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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

¿Libertad para qué?

Una mujer golpea cacerola en señal de protesta durante la concentración de los vecinos del barrio madrileño de Salamanca en la calle Núñez de Balboa por la gestión del Gobierno contra el coronavirus. En Madrid, España, a 12 de mayo de 2020.

Enrique Tordesillas

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En 1920, Fernando de los Ríos, diputado del Partido Socialista Obrero Español, viajó a la Unión Soviética.  En una entrevista con Lenin, el dirigente socialista le preguntó cuándo tendrían libertad los ciudadanos soviéticos, a lo que, según de los Ríos, Lenin le respondió “¿Libertad para qué?” La conclusión inmediata ante esta respuesta es, sin duda, que la URSS era una dictadura y que Lenin pensaba mantenerla.

No soy leninista, creo que los atajos en la historia suelen conducir a precipicios, que el fin no justifica los medios, que en las sociedades hay diferentes ideologías, intereses y prioridades y que la convivencia necesita poder expresarlos, discutirlos y buscar puntos de acuerdo en los que se puedan ver suficientemente representadas amplias mayorías, y no creo que ninguna utopía se alcance privando a la ciudadanía de libertades. Pero la respuesta de Lenin tiene su enjundia.

En su estrategia de desgaste del Gobierno, los ultras de Vox y del PP no se han conformado con crear un clima de crispación política en base a descalificaciones, medias verdades y mentiras, cuando está en juego la salud pública y la recuperación económica y social de nuestro país han dado un paso más, han trasladado esta crispación a la calle, convirtiendo la confrontación política en confrontación social.  

En las dos últimas semanas, comenzando en el madrileño barrio de Salamanca -barrio que los golpistas de Franco tenían mucho cuidado en no bombardear- se han convocado en diferentes ciudades una serie de manifestaciones contra el Gobierno. Los manifestantes, mayoritariamente con alto poder adquisitivo e ideología de extrema derecha, salen a la calle pidiendo libertad. Pero, ¿a qué libertades se refieren? ¿Libertad para qué? ¿Para abrir sus negocios y viajar donde quieran, aunque con ello pongan en riesgo mi derecho a la salud?

Hay derechos, como el divorcio o el matrimonio homosexual, que benefician a quienes quieran hacer uso de ellos y no perjudican a nadie; estos son, precisamente, los que han contado siempre con la oposición de la derecha. Otros, sin embargo, los reclamados por los manifestantes de estos días o los derechos de los empresarios después de la reforma laboral de 2012, son de tal naturaleza que su aplicación incide en los derechos de otros; estos son los que con más ardor defienden los neoliberales.

Son los “patriotas” que llegaron tarde y a rastras a la democracia, los que defienden la vida contra el derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad, pero miran a otro lado cuando se trata de salvar a los migrantes que mueren en el Mediterráneo. Los mismos a los que José Antonio Labordeta, en el Congreso de los Diputados, tuvo que mandar a la mierda porque no le dejaban hablar, no respetaban su libertad de expresión. No es de extrañar que algunos de ellos añoren a Franco.

El expresidente Aznar decía recientemente en declaraciones a la Cope que el estado de alarma es realmente un estado de excepción y que están en riesgo las libertades democráticas. Claro que, qué se puede esperar de una persona que rechaza que el Gobierno le diga cuántas copas se puede beber antes de conducir… Evidentemente, Aznar puede beber lo que quiera antes de sentarse al volante, pero si circula por un circuito privado, no si ocupa el espacio público. Aunque puede que sea ese el problema, para las personas como Aznar lo público es una rémora para sus intereses. Menos cuando se trata del rescate de sus empresas.

Por eso, cuando alguien habla de libertad, no estaría de más, para hacernos una idea clara de lo que pretende, pensar en para qué la quiere, cómo nos afecta a los demás. Sin ser leninista, cuando alguien reclama su derecho a la libertad es conveniente preguntarse “¿Libertad para qué?”

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