El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Hace unos días me detuve durante un par de horas. Me detuve. Está bien utilizado el verbo y lo hice para ver una película, El renacido, sobre la que no voy a hacer ninguna crítica, solo una reflexión sobre la esencia de su mismo espíritu: supervivir a todo y a todos para cumplir con la inexorable venganza. Ya en la cultura griega existía una diosa de la venganza, Némesis, que no se encontraba sometida a los dioses de los olimpos y cuya existencia solo respondía al castigo y venganza de aquellos hombres que habían roto o pudieran romper el equilibrio universal. ¿Y qué decir de obras como Hamlet?, donde el espectro del hombre asesinado se revela a su hijo para pedirle que lo vengue y a partir de ese instante Shakespeare desarrolla una historia donde la venganza, la traición, el incesto y, sobre todo, la corrupción moral son las auténticas protagonistas.
Asistimos a diario a pequeñas o grandes historias donde la venganza, lejos ya la visión mitológica y literaria, lo ocupa todo y lo ocupa de una forma deformada y desordenada, pero no por eso menos dañina. La venganza a la que me refiero tiene que ver con el poder y esa forma populista de entenderlo y de pensar que “todo vale” ahora que sabemos que las mentiras de Trump han llevado a un hombre blanco hasta un restaurante: el hombre va armado y quiere acabar con una red de pedofilia que se articula desde el citado restaurante y a la que Donadl Trump vinculó a Hillary Clinton a lo largo de la campaña electoral, dentro de lo que ya se conoce como la teoría conspiratoria falsa, y que es una forma de venganza hacia tu contrincante con el único objetivo de obtener el poder, haciendo uso de elementos que son de ficción y que nunca debieron salir de las páginas de los libros.
La venganza en la política es una constante: hace no mucho también asistimos atónitos al desplome del partido socialista en una carrera hacia el poder que en forma de venganza dejó fuera al ya ex secretario general, Pedro Sánchez, del que dicen no cumplió con las expectativas transitorias que sobre él habían marcado los amos del PSOE. Sánchez decidió que quería quedarse y eso no gustó y la maquinaría de la venganza política se puso en marcha y sobre Sánchez cayeron todos los rayos de los dioses ocultos y mediáticos.
Hoy es viernes y otra mujer ha sido asesinada y violada en algún lugar del mundo, pero nadie siquiera se detiene a ponerle nombre; a unos metros tan solo, en una calle sin luz, un niño rebusca en un contenedor algo para comer: hace menos frío en la calle en este crudo invierno que en esa casa donde no suena la Navidad ni el calor. Son noticias que pasan desapercibidas, mientras los grandes hombres de la política anuncian desde su escaño en cualquier parlamento del mundo, ahora pienso en Aragón, que no apoyarán unos presupuestos, porque su poder y su miope venganza les permiten afirmar eso, sabiendo que dejan en la cuneta a miles de ciudadanos que padecerán el invierno más frío y cruel. Pero ellos pueden, porque mientras en el parlamento anuncian con un discurso barato esta decisión, en las calles lanzan una campaña para detener la pobreza energética, todo ello tildado de un populismo que avergüenza y asusta. Podemos juega constantemente al doble discurso y tiene que aprender que no se puede ser dios y diablo al mismo tiempo y que hasta Les enfants terribles de Cocteau fueron descuartizados cuando el mundo exterior irrumpió en su desordenado mundo privado.