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Elevando el tono

Colocación de las luces de navidad en Zaragoza

Mariano Gistaín

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Están poniendo las luces de navidad o Navidad, como aún falta algo o bastante quizá es mejor poner navidad: la mayúscula impone una inminencia que podría agobiar. Las carretillas elevadoras de personas son fascinantes pero los pitidos espantan a las diez o doce palomas que quedan.

Es el año en que atacó Putin a Ucrania, un 24 de febrero. El año de la Gran Inflación en el tránsito de la pandemia a lo que venga, con la globalización en duda, los misiles en alto y el cielo lleno lleno de drones, ora festivos ora mortíferos.

Con su mecanismo de tijera las carretillas elevadoras suben a sus dos operarios hasta la altura de un cuarto piso. Bueno, se suben ellos mismos, pulsando botones en el cuadro de mandos. Ahí arriba la plataforma se bambolea un poco, se mece, pero lleva buenas barandillas. Son vehículos asombrosos, un poco circenses, y si los miras bien siempre entregan alguna sorpresa visual, mecánica, antropológica… hasta metafísica ya que trabajan a ras de cielo, sobre todo si está nublado.

Las carretillas, de color amarillo, no necesitan ser remolcadas, van y vienen por sus propios ruidosos medios pitando y haciendo nervios, y cuando se han movido a su nueva parcela despliegan sus patas y su mecanismo de tijera e izan a los hombres, que se concentran en su delicada labor de orfebrería o ganchillo, pues trabajan con hilos casi invisibles. También hay otros artilugios elevadores tipo grúa, de esos que culminan en una cazuela. Este operativo que durante unos días va desfilando por las calles que van a ser iluminadas produce mucha actividad y ya es un anticipo de las fiestas, o ya es propiamente una fiesta.

Las carretillas llevan ruedas gordas, como las de un Formula 1 (de lluvia), aunque van más despacio y no hacen caballitos como el que consiguió Fernando Alonso en el GP de Estados Unidos, que circuló un buen trecho con las ruedas de delante en el aire.

Las elevadoras van escoltadas por un séquito de operarios que las preservan de los peatones, repartidores, patinadores, furgonas y toda clase de vehículos unipersonales, tanto eléctricos como de gasoil o de tracción animal. Las carretillas navideñas han de convivir también con la flota de barredoras, el camión de la manga riega, el que desinfecta las papeleras, los equipos que riegan las plantas y los barrenderos de a pie. Por cierto que los equipos que riegan las plantas colgadas –hermosos ciclámenes– en las farolas ya se han provisto de vehículos y bombas eléctricas y el silencio que estrenan resulta exótico.

El séquito de auxiliares de las elevadoras acordona un área suficiente para aislar a las máquinas del ajetreo ciudadano y evitar cualquier incidente: flanqueando al artefacto elevador, que cuando circula va agachado o plegado, los auxiliares van moviendo las vallas y las cintas a su alrededor, con lo que crean un espacio efímero, móvil, que por sí solo ya produce un protocolo o una ceremonia.

A los que más preocupan las máquinas elevadoras que ponen las luces navideñas a final de octubre es a los músicos callejeros, que con ese trasiego y con tanto ruido ven reducido su horario para actuar. Si las máquinas oyeran a la flautista podría llevarse con ella todo el cortejo como el de Hamelin.

Los operarios de altura despliegan con cuidado las cortinas de lucecitas y luego, poco a poco, van enchufando cada pin en su alojamiento. Los ingenieros y capataces van a pie de calle siguiendo atentamente todo el despliegue, como en una procesión.

Y así se va organizando poco a poco el milagro de la navidad aún con minúscula, a final de octubre, en el largo verano del convulso año 2022.

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