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Albarracín: el secreto del éxito del pueblo más bonito de España

Albarracín

Elisa Alegre Saura / Elisa Alegre Saura

Teruel —

Encabeza muchas de las listas de los pueblos más bonitos de España y no falta en los ranking que recogen los mejores de Europa. El pueblo de Albarracín, en Teruel, gusta porque no parece un decorado, porque ha sabido mantener la historia en calles estrechas y empinadas y casas con disposiciones a veces imposibles, como la de la Julianeta, hoy residencia de creadores.

De la necesidad han hecho virtud, y en la restauración y la proyección cultural han encontrado no solo un medio para dar esplendor a este pueblo, pintado con el característico yeso rojizo con el que se han levantado sus edificios, sino también futuro a través de las actividades de la Fundación Santa María de Albarracín.

Reconocimientos oficiales como el Europa Nostra o el Hispania Nostra, y oficiosos como la popularidad que le dio ser uno de los primeros destinos del viaje de bodas de los entonces príncipes Felipe y Leticia, han dado una proyección a esta ciudad que le hace escapar de la amenaza de la soledad que se cierne en muchas calles de los pueblos de Teruel.

El secreto está en restaurar y mantener, en “retomar la historia pero actualizarla” explica el gerente de la Fundación, Antonio Jiménez. “Podemos restaurar pero si después no nos ocupamos de lo restaurado nos quedamos cojos” y esa es la máxima que guía a la Fundación: “La mera explotación del patrimonio no es suficiente, hay que darle brillo”.

Esto se entiende al hablar del germen de la Fundación, una escuela taller de restauración: “Vimos que se podía restaurar un palacio pero ¿y el después qué?”, recuerda el gerente. La solución es encargarse del proceso completo: proyectar la restauración, ejecutarla y hacer funcionar el espacio, tutelado por la Fundación. Así han creado una red de once infraestructuras culturales, empezando por el Palacio que funciona como sede de la Fundación y lugar para acoger seminarios y cursos, y pasando por tres residencias, una Iglesia auditorio, el centro de restauración y cinco espacios expositivos.

Jiménez dice que la Fundación es una “herramienta de gestión del patrimonio de manera unitaria” y su experiencia se ha tomado como ejemplo, recuerda, para recuperar otras ciudades monumentales de España como Betanzos, Úbeda o Baeza.

Todo ello permite además generar empleo directo, casi 30 puestos de trabajo, y de manera indirecta en los negocios locales para atender a los turistas y a quienes acuden durante todo el año a los cursos y seminarios o a las actividades culturales hasta sumar más de 40 actos al año.

Una actividad que permite, también, que la Fundación consiga autofinanciarse en parte. Unos 200.000 euros del presupuesto anual, que ronda el millón de euros, lo obtienen de las entradas a los museos, las visitas guiadas o las cuotas de quienes se inscriben en los cursos y seminarios. Es una cuarta parte del presupuesto, aunque el principal sustento viene de los patronos de la Fundación; el Gobierno de Aragón, Ibercaja, el Ayuntamiento y el Obispado de la Diócesis de Teruel y Albarracín, además de la colaboración de empresas.

El “truco” está en “trabajar por el común”, incide Jiménez, con “unidad de criterio y de manera ordenada”. Insiste en esto último porque cree que es importante mantener el “nivel de conservación y de respeto, no por más es mejor” y teniendo esto claro, es más fácil evitar el “peligro de producir en exceso, que en los tiempos en que ha habido muchos ricos hay ejemplos por ahí”.

De la mano de la Fundación va el Ayuntamiento, recuperando sus calles con el mismo respeto y cuidado que dedica a cambiar la iluminación para que ese patrimonio brille más. Tienen a su favor un magnífico legado monumental, en un paisaje espectacular sobre el que se dibuja el perfil de la ciudad, dominado por el castillo y las murallas, siguiente reto de restauración.

A largo plazo, Jiménez cree que la Fundación servirá no solo para actualizar la historia de Albarracín, sino para llevar su tarea más allá, al resto de los pueblos de la sierra a la que da nombre, a sus monumentos y sus paisajes. Y, por qué no, a una España interior a la que no le vienen mal fórmulas eficaces de gestión de patrimonio del pasado para conservar el futuro.

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