Xuan y el centro del universo

En cuanto tuve un poco de confianza con él (conociéndome a los cinco minutos) le dije: “Xuan, tengo que confesarte una cosa: compré Historia Universal de Paniceiros en castellano y en un Corte Inglés de Madrid. En mi defensa diré que nun tenía un duru. ¡Sabrás perdonarme...!”. La sonrisa que me echó Bello tras semejante revelación -muy de él, por otro lado- ya nunca se quitó de su cara cuando nos encontrábamos por la vida, por la causa palestina, por el asturiano, por la literatura, por la Casa Real, por lo que hiciera falta…

En el libro que agencié en esos grandes almacenes que no pueden ser renombrados (de nuevo), hay un cuentín al que yo apelo mucho cuando me preguntan que por qué escribo «solo» de les cuenques, como si los conflictos a los que nos enfrentamos en elles no explicaran el mundo entero. El relato en cuestión -y ya aviso que lo voy a contar fatal porque ye tan guapu que es imposible ni siquiera igualarlo- cuenta la historia de un matrimonio que emigra de su aldea de Tinéu para buscarse la vida. Pasan tiempo fuera y, al volver, cuando hacen cumbre en una carretera de montaña desde la que ya se atisban las casas de su pueblo, uno de ellos decía algo así como “por fin vemos mundo”.

Así que llegados a este punto de tristeza, sii tuviéramos que quedarnos con una de las miles de buenas enseñanzas que le dejó Xuan Bello a la escritura, es que su Historia Universal en concreto -y toda su obra en realidad- nos ha enseñado que la humanidad, o la falta de ella, se puede contar desde el lugar más remoto del planeta. Los que escribimos “solo” de nuestro mundo siempre tendremos que agradecerle el día que convirtió a Paniceiros en el centro del universo.