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Este científico usó por primera vez el término 'microplástico' en 2004, Fundéu lo ha elegido ahora palabra del año 2018

El investigador Richard Thompson.

Ana Teruel

Richard Thompson tenía una intuición. De estudiante, colaboró con la Marine Conservation Society británica para limpiar las playas. “Me di cuenta de que la mayoría de los voluntarios tendía a ir a por las piezas de basura grandes, como las redes de pesca o los neumáticos, e ignoraban sin querer las que parecían sin embargo ser más abundantes, las piezas muy pequeñas”, recuerda. Cuando empezó a dar clases de Biología marina en la Universidad de Plymouth (Reino Unido), decidió lanzar un reto a sus estudiantes: buscar los pedazos de plástico más pequeños posibles. Así dio con el concepto de los microplásticos, un término que acuñó por primera vez en un estudio conjunto con investigadores de la Universidad de Southampton publicado en 2004 en la revista Science, titulado Perdido en el mar: ¿dónde está todo el plástico?.

Esas minúsculas partículas, que oscilan entre el tamaño de un virus y el de una hormiga y a las que en un principio no se prestaba atención, suponen sin embargo un riesgo mayor para el medio ambiente, pues son más difíciles de filtrar, recoger y detectar y acaban en los estómagos de peces, pájaros o crustáceos, causando daños cuya gravedad todavía está siendo investigada; inundan playas y mares, desde los lagos de las montañas de Mongolia hasta los fondos marinos, según ONU Frontiers. De media, se estima que cada kilómetro cuadrado del océano tiene unos 63.320 de estos fragmentos flotando en su superficie, con concentraciones hasta 27 veces mayores en las aguas de Asia del Este.

Parte de estos diminutos pedazos, las denominadas microesferas o microbeads en inglés, son fabricadas así. Se incorporan en los cosméticos como exfoliantes o dentífricos, que se escapan por el desagüe del lavabo de las casas. Por su diminuto tamaño (habitualmente menor de 1 milímetro) evaden los filtros de las plantas de tratamiento de aguas residuales. Thompson y sus colegas han encontrado hasta 2,8 millones de estas micropartículas en un bote de 150 mililitros de exfoliante facial. Los cosméticos contienen principalmente polietileno (PE), en el 93% de los casos, aunque también pueden usar polipropileno (PP) o nailon. Otros se evaporan de las prendas, cuando por ejemplo ponemos una lavadora, o son utilizados en productos industriales. Pero gran parte son simplemente el resultado de la descomposición de toneladas de plásticos de toda índole, como bolsas de patatas fritas, botellas de refrescos y otros envoltorios, vertidos en el océano cada año. La erosión del agua, el viento, las altas temperaturas y los rayos del sol fragmentan durante décadas esos desechos en trozos cada vez más pequeños, que sin embargo mantienen sus componentes químicos y no llegan a deshacerse del todo.

“Ya en las primeras muestras que recogimos, encontramos trozos muy pequeños, de tamaño similar al de un grano de arena”, recuerda por teléfono el profesor Thompson, quien se ha convertido en el gran experto en un tema que ha centrado gran parte de los estudios científicos sobre basura marina desde la década de los 2000. “Lo que me sorprendió fue descubrir realmente lo diminutos que llegaban a ser algunos fragmentos. Pensaba que serían de unos milímetros y descubrimos algunos de apenas 20 micras, es decir del diámetro de un cabello humano”.

Originalmente, Thompson y sus compañeros se referían a los microplásticos como piezas realmente microscópicas. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) rápidamente amplió su definición a todo fragmento menor de cinco milímetros, susceptible de ser ingerido por los organismos marinos. Este es el tamaño que se ha convertido en el más habitual a la hora de hablar de estas partículas, aunque engloba un gran abanico. “Es importante destacar que se trata de una variedad de materiales, existen diferentes tipos de polímeros y los microplásticos son de tamaños y formas diferentes”, precisa el biólogo. Llegar a dar con ellos no es tarea fácil. Primero se recogen sedimentos, como la arena de las playas, y de ahí se separan mediante técnicas de flotación. Para recuperar los que se encuentran en las columnas de agua, los científicos usan una red utilizada habitualmente para recoger el plancton.

Cuando se trata de estudiar los residuos en las tripas de los animales, necesitan disecarlos bajo microscopio. “Y esto es solo el inicio del proceso: buscar trozos inhabituales, de tamaño o color diferentes a los elementos naturales”, apunta Thompson. “Luego hay que identificar cada pedazo de forma individual, usando un método similar al de los forenses, comparando los componentes. Al existir diferentes tipos de plásticos, no hay una técnica que de forma directa, añadiendo un químico, nos indique la cantidad de plástico que contiene. Es una tarea gigantesca que requiere mucho tiempo”.

Con paciencia y el respaldo de universidades y grandes organizaciones, los estudios se han multiplicado en los últimos años para tratar de entender mejor dónde se encuentran estas partículas y qué efectos potenciales tienen. En uno de 2014 publicado en la revista científica PLOS one, un grupo de investigadores internacionales del 5 Gyres Institute dirigido por Marcus Eriksen estimó en más de 5 billones los trozos de plástico que flotan en los océanos, de los cuales la gran mayoría no supera los cinco milímetros. Su peso alcanzaría casi 270.000 toneladas y se necesitarían unos 11 camiones de basura para retirarlos.

La investigación, basada en 24 expediciones realizadas a lo largo de seis años en los cinco giros subtropicales, la costa australiana, la bahía de Bengala y el mar Mediterráneo, concluye que las piezas de plásticos más grandes se acumulan cerca de las costas y se fragmentan en estas minúsculas partículas en los giros oceánicos. Sin embargo, los trozos más pequeños se encuentran diseminados en las regiones más remotas. Los autores concluyen que los giros, esas corrientes marinas rotativas, podrían actuar como 'trituradoras' de las piezas mayores y a continuación esparcirlas por todo el océano.

Pero estas cifras estarían por debajo de las previsiones de los científicos, dada la creciente producción y la cantidad de residuos que se sospecha acaba en el agua. El propio Thompson respondió en parte a la pregunta de su primer estudio sobre microplásticos, “¿dónde está todo el plástico?”, apuntando a los fondos marinos. Lo confirmó en otro trabajo, divulgado en 2014 por la Royal Society Open Science, en el que descubrió junto a sus colegas que en algunos de estos fondos se encuentran hasta 4.000 millones de fibras microscópicas de plástico por kilómetro cuadrado. La concentración es allí cuatro veces mayor que en aguas poco profundas. Por cada 50 mililitros de sedimentos, se pueden hallar entre 1,4 y 40 muestras de dos a tres milímetros de longitud, en su mayoría de color azul, verde y rojo. El rayón, utilizado en productos de higiene personal y en la ropa, es el compuesto más habitual, aparece en el 56,9% de los casos. En el resto se encuentran poliéster, poliamidas, acetato y acrílico.

Los efectos nocivos de la basura del mar sobre los organismos que allí viven son conocidos desde hace tiempo: las redes de pesca y otros residuos pueden provocar estrangulación y la ingestión de plástico genera una sensación falsa de saciedad en los animales que los lleva a dejar de alimentarse. Estos desechos obstruyen además la garganta y el sistema digestivo. Por su diminuto tamaño, estos materiales también llegan a los estómagos de organismos más pequeños que se nutren filtrando el agua de la que se alimentan otros animales, contaminando así toda la cadena trófica.

Pero de momento se desconocen los posibles efectos tóxicos de la ingesta de plástico que podrían provocar los químicos que absorbe el agua o los utilizados para hacerlos más resistentes, y parte de la investigación se centra ahora en este punto. “Sabemos que hay una gran variedad de organismos marinos que ingieren estos microplásticos y tenemos mayor concentración de poblaciones contaminadas en algunas partes”, explica el profesor. “En la zona del mar del Norte, en torno al 95% de las aves está contaminado con plástico en sus tripas. Y cuando nos fijamos en especies que son comercialmente importantes, como los crustáceos, sabemos que el 80% contiene plástico o microplásticos”.

En total, casi unas 700 especies marinas sufren las consecuencias de los residuos abandonados en los mares, principalmente de plástico (en el 92% de los casos), según un trabajo publicado en 2015 en el Marine Pollution Bolletin. El 10% de las especies afectadas tenía restos de partículas en el estómago. “Todavía estamos empezando a entender el problema. La cifra podría crecer porque cada año estudiamos nuevas especies y los indicios apuntan a que allí donde miramos, encontramos microplásticos”, avanza Thompson.

En experimentos en laboratorios con gusanos marinos, el biólogo y su equipo han descubierto que tan solo ingiriendo un 1% de microplástico entre su fuente natural de alimentación disminuye su capacidad de acumular energía. “Esto puede comprometer su habilidad para crecer, reproducirse e incluso contaminar a los organismos que se alimentan de ellos”, advierte. Además, el plástico permanece en el organismo. “En los crustáceos hemos observado que los plásticos se quedan mucho tiempo tras la ingesta, 40 días después sigue habiendo rastros”.

El plástico acaba así en nuestros platos. Otro estudio concluyó que más de un 25% del pescado examinado en mercados de Indonesia y California contenía este material. Pero Thompson no considera que la exposición humana sea, de momento, preocupante. “La presencia de microplásticos en los animales está expandida pero los niveles de concentración son bajos. No creo que haya que temer por las consecuencias para los seres humanos de comer marisco, por ejemplo”, comenta el profesor. “Pero tenemos que ser conscientes de que esta es una contaminación que no va a desaparecer.

En 2025 habrá tres veces más plástico en el agua que hoy. Si tuviéramos esta conversación dentro de 50 años, lo mismo le diría otra cosa“. La creciente concienciación sobre el peligro que también suponen los trozos más pequeños ha llevado a tomar medidas en el caso de los cosméticos y productos de limpieza, pues su uso puede ser fácilmente reemplazado por ingredientes naturales, como la avena. ”Es un uso totalmente inútil y fácil de remediar“, indica Thompson. ”Pero debemos ponerlo en perspectiva. En términos de peso, estas partículas representan apenas un 1% del plástico presente en los océanos“.

Queda el problema de las toneladas de plástico que acaban en el agua y que suponen una verdadera bomba de relojería. “Aunque por algún milagro lográramos que no llegaran más residuos a los mares, todavía tendríamos microplásticos formándose durante décadas debido a la descomposición de la basura que ya está presente”, alerta Thompson. Pese a todo, este científico recuerda que es esencial conseguir frenar esa llegada antes de pensar en sanear el medio marino. “Retirar los desechos de los mares y océanos es como limpiar el agua del suelo del cuarto de baño mientras el grifo sigue abierto y la bañera se desborda. A menos que paremos la llegada de basura nueva a los océanos, estaremos limpiándolos para siempre”.

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