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Are you experienced? Cara Sur del Nuptse

Cara sur del Nuptse03

TEXTO Patrice Glairon-Rappaz. FOTOS Stéphane Benoist y P. G. Rappaz

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Estoy de nuevo al pie de la cara sur del Nuptse. Desde el cono de nieve, justo bajo la rimaya, miro la maravillosa línea de ‘goulottes’ que iluminan la parte inferior de la pared en sus primeros 300 metros… para perderse después hacia lo desconocido. Las imágenes desfilan en mi mente. Han transcurrido dos años desde el intento en el otoño de 2006. Igual que en mis recuerdos, la cara sur del Nuptse sigue siendo majestuosa, gigantesca, impresionante…

Sí, me siento quizá aún más impresionado que la primera vez que estuve aquí, tan cerca. La pared se eleva hacia el cielo unos 2.000 metros sobre mi cabeza y grandes bastiones de roca cortan el muro como si fuesen pétalos de rosa, desplomados, alucinantes…Uno se siente aplastado frente a esta pared que ejerce de espejo. Habrá que domar esta bestia que, de primeras, parece feroz. Pero sé, en el fondo de mí, que es posible llegar a domarla. Hará falta tiempo, análisis, reflexión y, por supuesto, audacia… aunque involucrarse en una empresa de este tipo exige mucha humildad.

Imposible hacer trampas en un reto de este calibre: sabemos que aunque nos sentimos preparados, vamos a tener que formar una cordada fuerte y unida para tener una oportunidad. Estoy realmente contento de verme aquí junto a Stéphane. Quizá sea lo más importante para mi, y, además, no hubiera podido ser de otra forma. O eso creo.

Después de realizar varios porteos para instalar nuestro campo base avanzado a 5.500 metros sobre el glaciar, lo más cerca posible de la pared, nos dedicamos a concentrarnos en la estrategia a seguir. Una vez decidida la jugada, estamos ansiosos de ponerla en práctica. 

15 de octubre, siete de la tarde. Tras una cena frugal, nos cargamos a la espalda nuestras pesadas mochilas y dejamos atrás el campo base avanzado. Hay luna llena y hemos decidido aprovecharla para escalar toda la noche e intentar alcanzar al día siguiente el mismo lugar, a 6.500 metros, en el que vivaqueé en 2006. El frío es intenso y el viento de suroeste que sopla con fuerza nos martillea la cara. Nuestras miradas se cruzan, nos comprendemos, es inútil hablar. Nunca antes habíamos sufrido condiciones tan severas en una ascensión. A Stéphane se le ha congelado la punta de la nariz y nuestros pies y manos sufren enormemente durante esta noche infernal.

Tras superar los largos de las ‘goulottes’ iniciales, alcanzamos unas rampas de 50/60º a 6.100 metros. Justo entonces amanece. El sol nos reconforta, pero el sufrimiento de la noche hace mella en nosotros y avanzamos lentamente. Una barrera de ‘goulottes’ tiesas nos corta el paso hacia la pendiente de nieve que conduce al vivac. Stéphane acaba exhausto el largo de 5/5+ en hielo a 6.450 metros, pero a mediodía alcanzamos el emplazamiento en el que dormí en 2006. El sol nos caliente ahora, e irónicamente casi tenemos calor. Hemos dejado atrás la primera ‘Ginat’, pero la segunda aguarda por encima de nuestras cabezas.

Extenuados y deshidratados, tallamos como podemos una plataforma sobre la que instalamos nuestras tienda. Pero empiezo a sentir que algo en mí no funciona como debería: me encuentro vacío y me duele el estómago. Beber nos sienta bien; después, entramos en la tienda. La noche llega con el frío. Dormimos bien y me creo capaz de continuar, pero en el transcurso de esta segunda jornada que dedicamos a recuperarnos sin avanzar más, mi condición empeora. Ya no tengo fuerzas. Stéphane se pasa el día buscando un petate con material y ropa que dejé aquí dos años atrás. Finalmente lo encuentra. La noche que sigue es, en mi caso, horrible. Enfermo, incómodo, cuando llega la mañana sólo tengo una prioridad. Bajar para sentirme algo mejor. No hay otra opción.

Quince rápeles de 70 metros más tarde, alcanzamos el glaciar. Regreso pesado hasta el campo base sobre un caótico glaciar. El primer contacto habrá resultado duro… es lo menos que puedo decir. Pero todo no es negativo: estas dos noches a 6.500 metros habrán mejorado nuestra aclimatación, hemos dejado arriba sacos, ropa e infiernillo y podremos escalar más ligeros la siguiente vez que retomemos la empresa. Irónicamente, eso mismo me dije hace dos años, cuando hice exactamente lo mismo y el mal tiempo se abatió sobre la región del Khumbu dejándome sin opciones. Quizá fuese mejor así…Además, hemos entendido que el viento de suroeste aquí no es una brisilla, precisamente.

Recuperarse

Poco a poco, la vida vuelve a merecer ese nombre en el campo base. No hacer nada sino leer es nuestra principal ocupación y empezamos a encontrar las tardes al frío y las noches heladoras interminables. Me hará falta una buena semana para recuperarme y sentirme de nuevo listo para entrever un nuevo ataque. Sin el descanso, imposible enfrentarse a la bestia que nos ha mostrado las fauces para impresionarnos… ¿o desmoralizarnos quizá?

No ha logrado su propósito.

Los días se suceden y la fuerza del viento en altura es constante, impidiendo cualquier incursión en la montaña. Una suerte de letargo se instala entre nosotros y el fracaso se hace suavemente un hueco en nuestras cabezas. La tensión resulta evidente, aunque no entre nosotros, pero cada cual por su lado se hace sus preguntas. Hablamos poco. La expedición toca a su fin y el fin justifica los medios. Una pequeña ventana de buen tiempo se insinúa en los días siguientes: como el viento ya nos ha sacudido con la puerta en las narices, decidimos usar esta vez la ventana.

Hacia lo desconocido

Campo base avanzado, 27 de octubre a las dos de la mañana. Suena el despertador, 17 bajo cero, cielo cubierto: ¡valor, huyamos! Una especie de tormenta imprevista se ha abatido sobre el Khumbu durante la noche. No es broma, estamos definitivamente malditos. Sin embargo, tiramos hacia arriba. Cierto es que desde un punto de vista estratégico es discutible que sea una buena idea salir a escalar el único día que hace malo en las últimas fechas, pero sera eso lo que nos permitirá tener éxito. Con todo, deberemos buscar en el fondo de nosotros mismos todo lo mejor que tenemos para no desmoralizarnos a las primeras de cambio. La bestia está al acecho, nos siente vulnerables y quiere asestarnos de entrada el golpe de gracia. Pero los aludes que lanza sobre nosotros, aunque nos aterrorizan, no logran desmoralizarnos del todo. Empleamos toda nuestra experiencia y una buena dosis de abnegación para franquear la rimaya y el corredor que queda en medio de los aludes. Son momentos extremos, con la tensión al máximo. Stéphane llega resoplando a la reunión que he montado a resguardo de las coladas de nieve. Su cara denota el miedo derivado de la situación que vivimos. Confiesa haber dudado acerca de las posibilidades que teníamos de pasar. Lo hemos hecho al límite, pero ahora las coladas son más razonables. Escalamos con frío, viento y nieve, echando en falta el cielo azul que conocimos mientras me recuperaba leyendo en el campo base. A veces la vida es cruel.

Tal y como estaba previsto, alcanzamos el vivac a 6.500 metros. El viento pierde fuerza, parece que llega el buen tiempo…¿la bestia abdica, quizá? Lo cierto es que nos merecemos un descanso. Efectivamente, al día siguiente vivimos una maravillosa jornada en la que se suceden los largos técnicos. La escalada es grandiosa en un ambiente de locura. Instalamos el vivac a 6.800 metros tras un atardecer absolutamente increíble. El día 29, al alcanzar el corredor somital a 7.100 metros tras escalar dos largos de mixto difícil, me digo que el éxito es posible. Pero no quiero vender la piel de la bestia antes de haberla cazado. A 7.500 metros, el frío es intenso, la noche nos alcanza y el viento reaparece. El atardecer vuelve a ser un lujo y miro este espectáculo privilegiado en cada una de nuestras pausas, es decir cada quince pasos. Tenga la impresión sincera de estar fuera del tiempo. Sólo cuenta el instante presente, nos concentramos a fondo en nuestros movimientos, tratando de usar un mínimo de energías para avanzar, para alcanzar nuestro objetivo. 

Cuando, a las siete de la tarde, me planto en la arista somital alcanzada minutos antes por mi compañero, me siento tan groggy y helado como profundamente feliz. Ni siquiera tenemos tiempo de asumir lo hecho, de saborear el momento: hay que bajar para no perecer congelados. Justo tenemos tiempo para sacar alguna foto, mirar la cara oeste del Everest y ya estamos destrepando, concentrándonos en nuestras extremidades para que no se congelen. Sólo importan las cosas vitales: sobrevivir.

Siento el instinto animal que hay en mí ponerse en marcha: como un autómata destrepo y tengo la impresión de hacer sin pensar cosas muy pensadas. Estamos sobre un filo y creo que hemos sobrepasado los límites, nuestros límites. Después de unas horas en las que todo podría haber cambiado, alcanzamos la tienda, por fin al abrigo. Observamos enseguida nuestros pies: se aprecian signos de congelación, pero no sabemos establecer su gravedad. Son las tres de la mañana, el viento sopla con ráfagas fuertes y nos obliga a sujetar la tienda, pese a lo cual me duermo enseguida, sin fuerzas para soñar o recordar nada. 

A las ocho de la mañana, el sol ilumina la tienda y suena la hora de bajar. Abalakov tras abalakov, alcanzamos tras 20 rápeles la rimaya mientras cae la noche. Nuestro cocinero nos ayuda a desmontar el campo base avanzado y alcanzamos de seguido el campo base, bajo la niebla, a las diez de la noche. A las ocho y media de la mañana del día siguiente, dejamos el campo base tan limpio como lo encontramos. Esto es importante. 

En el sendero, me giro una última vez para contemplar la cara sur de la montaña, emocionado. Las lágrimas corren por mis mejillas, mis ojos desbordan emoción. Siento que es el final de un ciclo. Nuestra cordada, sometida a una dura prueba, ha sido capaz de superar todos los problemas que han salido a nuestro paso. En este momento de nuestras vidas, este éxito tiene un significado especial, se inscribe dentro de una evolución perseguida desde el inicio de nuestras escaladas comunes. 

Por mi parte, contemplo esta realización como una cima en mi carrera. Soy un hombre feliz, un alpinista colmado. Intentar hacer algo más no tendría sentido, creo. Siento que la bestia está dentro de mí, para siempre, dormida… ¿se despertará algún día?

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