Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Una Semana Grande insensible
Me resulta entrañable que esta Semana Grande de Santander el Ayuntamiento haya decidido utilizar el circuito de anuncios en paradas de autobús a sensibilizarnos sobre la importancia de enseñar a nuestros perros dónde orinar y a nosotros a recoger sus “heces”.
Es decir, mientras miles de personas beben en la calle (y tiran a la misma vasos y latas), fuman (y utilizan los sumideros de ceniceros), vomitan (y los vecinos y vecinas del Ensanche o del Mercado de México lo pueden acreditar), orinan (llevo días sorteando esquinas inmundas en pleno centro) o pasan por debajo de las ventanas de otras personas a las 4 de la madrugada cantando su borrachera… lo importante es que nuestros perros hagan pis en las alcantarillas. Pues ya estaría.
El mismo consistorio que lanza campañas como churros durante todo el año (en cada efeméride o con cada subvención llegada del Gobierno central del Estado filocomunista y dictatorial en el que vivimos), no ha considerado conveniente hacer alguna campaña durante la Semana Grande sobre consumo de alcohol responsable (esa droga legal tan relacionada con las violencias), sobre responsabilidad cívica y basuras o sobre la violencia de género tan asociada al bebercio y a la fiesta (solo hace una semana supimos de la ampliación de condena para los cuatro hombres que violaron en grupo a una mujer en la Semana Grande de 2022).
No digo yo que las campañas de sensibilización hagan magia, pero tampoco esperaba que el Partido Popular se sumara con este entusiasmo a la lógica ‘ayusiana’ de la libertad radical en el que cada cual puede hacer lo que le dé la gana en pro del negocio, del turismo o del bendito chupinazo.
Si uno no está en estado etílico vive en un estado de indefensión. Todos los recursos municipales están volcados en las fiestas y eso supone que nuestros impuestos se dedican a pagar la juerga, incluida la limpieza de la mugre de los alegres ciudadanos y ciudadanas, a fomentar el ruido, o a estimular los toros (por cierto, con el bono joven que el gobierno filocomunista de España se inventó para los chavales y chavalas que cumplen los 18 años). El resto, a sufrir.
Las calles ‘no visibles’ en la Semana Grande están llenas de basuras que las gaviotas hambrientas se encargan de esparcir, las peñas (que solo celebran su propia existencia) se permiten el lujo de ocupar el espacio público rompiendo los límites razonables de decibelios, los hosteleros hacen su agosto en julio a costa de una bajada de calidad evidente, los espacios públicos como parques o plazas se masifican y son hurtados a los vecinos o vecinas que no están en la rumba y sube exponencialmente el nivel de tolerancia al consumo público de todo lo ilegalmente consumible o a la violación de casi todos los artículos de la Ley de Espectáculos que a otros se les hace cumplir con rigurosidad (entre otras cosas porque las policías, que ya son poco habitual en algunas calles, debe estar ‘desfaciendo’ los entuertos de tráfico, cierres temporales y aglomeraciones varias, o, como en el caso del chupinazo, ‘invitando’ a salir de la plaza a quienes agitaban la dignidad en banderas palestinas frente a los que sintieron como agresión el baño de realidad).
Me pueden calificar de gruñón (por supuesto) o de aguafiestas, pero es que estas fiestas tienen más de la orquesta del Titánic que de celebración cívica. Es una semana insensible a las personas que tienen que trabajar, o aquellas con baja tolerancia al ruido, o a aquellas que quieren pasear a su perro para llevarlo a orinar a una alcantarilla sin tener que sortear basura, meadas y vómitos de los humanos que tienen bula municipal estos días. La Semana Grande tiene de todo (hasta un ‘okudazo’) pero le falta casi todo. Lo que pasa en Santander no es excepción. Hace poco lo viví en Suances y la historia se repite en casi todos los municipios que empeñan presupuesto y conciencia a cambio del pan y circo de cada verano.
En una comunidad autónoma con uno de los índices más precarios del país en presupuestos dedicados a servicios sociales, sería bueno saber cuánto suma todo lo invertido en fiestas veraniegas, navideñas, patronales, pastorales y otras excusas varias (sobao, queso, anchoa, orujo o bocatas de jamón).
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