“Los vecinos de Santander somos muñecos de cartón piedra en un decorado para la foto de los turistas”
“Los vecinos de Santander somos muñecos de cartón piedra en un decorado para la foto de los turistas”, se queja Isabel López, presidenta de la Asociación de Vecinos y Vecinas Pombo, Cañadío y Ensanche. Y se queja con argumentos: los megaproyectos arquitectónicos y culturales que se están acumulando en un kilómetro y medio lineal del centro de Santander se han hecho sin consultar ni pensar el modelo de ciudad y sumarán graves problemas a una zona ya altamente tensionada por la hostelería y el turismo.
A finales de 2026 habrá cuatro grandes proyectos y uno más doméstico en marcha en un puñado de calles: la nueva sede del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (Mupac), el proyecto Faro Santander, la sede del Museo Reina Sofía con la colección del Archivo Lafuente, y los ya abiertos al público Centro Botín y Museo de Arte de Santander.
La inversión para levantar o adecuar estos cinco espacios roza los 240 millones de euros, aunque los datos de las dos iniciativas privadas relacionadas con el Banco de Santander son opacos y el proyecto del Mupac acumula sobrecostes cada mes que pasa. Es decir, la cifra se superará con certeza. La lógica de estas inversiones millonarias en enraíza en la competencia por el turismo “de calidad”. La alcaldesa, Gema Igual (PP), declaraba hace un año en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) que el turismo en la ciudad “nunca genera problemas” ya que “un turismo sostenible es totalmente compatible con un turismo al alza y de calidad”.
Los vecinos y algunos expertos en el desarrollo de la ciudad no opinan igual. “Somos como somos… herederos de ese modelo urbanístico que se implementó en los años 50, tras el incendio del centro de Santander”, explica el arquitecto y urbanista Manuel Gómez Díaz. Y esa herencia se ha analizado con calma en un podcast grabado en vivo en la librería La Vorágine, que este año participa en el proyecto 'Ni tan lejos ni tan cerca' con los colectivos Urbanbat (Bilbao) y Espacio en Blanco (La Rioja), que analiza algunos desafíos que estas ciudades enfrentan. El podcast, conducido por la librera y periodista Carmen Alquegui Lanas, de La Vorágine, también contó con la música de Nicolás Rodríguez.
Todos los megaproyectos de contendores culturales, piensa la decana del Colegio de Periodistas de Cantabria, Olga Agüero, “vienen fundamentalmente de manos privadas y responden a sus intereses. Y nacen de esa tradición extrañamente heredada de la reconstrucción de la zona afectada por el incendio de 1941. Y es que el dinero puede saltarse las normas urbanísticas”. Recuerda la periodista de elDiario.es la permisividad que existió con el Centro Botín para ubicarse “con un pie en la Bahía” o la 'flexibilidad' urbanística que se está teniendo ahora con el proyecto Faro Santander en una zona histórica y protegida de la ciudad.
“Y yo no sé si lo que se está haciendo es al servicio de los habitantes de Santander o, más bien, es que Santander se concibe como un mero escaparate cultural, como un reclamo turístico”, continúa Agüero, que tras años de investigación cree que el origen de todos los males de la ciudad está en el golpe de mano urbanístico y de la contrarreforma de la propiedad que protagonizó el franquismo y La Falange tras el incendio del 10% de la ciudad en 1941.
Manuel Gómez detalla cómo las élites de Santander apostaron por una ciudad de servicios volcada a un turismo urbano de élite, pero “llega un momento en el que ya no se puede tirar más del patrimonio [como reclamo]. Y para competir con otros grandes núcleos turísticos, se tiene que tirar de productos culturales para poder seguir apostando a una demanda turística que Santander, por sí sola, ya no puede atraer”.
Cuando los cinco proyectos estén conviviendo en la ciudad, “nosotros no vamos a tener que conformar con despachar los tickets para que la gente entre a los museos o con servirles un café después en las terrazas. Nadie busca que nosotros seamos una ciudad más culta o más creadora o que tengamos más oportunidades. La ciudad se pone a disposición del recreo del visitante”, insiste Olga Agüero.
En toda esta ecuación, no aparecen los vecinos y vecinas. “Nos sentimos pequeños, prácticamente invisibles, como si fuéramos muñecos de cartón piedra”. Isabel López preside una asociación de vecinos que se está dejando la piel denunciando la turistificación del centro de la ciudad, aunque no sienten que sean escuchados. De hecho, denuncia, una vez más que “en vez de pensar primero en los vecinos, en las necesidades de la ciudadanía, se han encajado estos megaproyectos”.
Y López dice que solo hay que mirar a otras ciudades para intuir lo que va a pasar en Santander: “Málaga o Barcelona ya acreditan que no es una cuestión de turismo de calidad, es una cuestión de equilibrio. Equilibrio entre el vecino y entre el turista. El turista, sea de calidad o de no calidad, cuando llega en gran volumen arrasa con el centro de la ciudad. La vacía, expulsa a los vecinos y eso es una realidad en cualquier ciudad que ha vivido el proceso de turistificación mucho antes que nosotros”.
La presidenta de la asociación de vecinos coincide en esta conversación con Agüero, que está segura de que “asistimos a un segundo proceso de expulsión de los habitantes del centro tras la denominada como 'reconstrucción' de finales de los años cuarenta y principio de los cincuenta”.
Los grandes contenedores culturales llegan, además, cargados de marketing. Si la colección del Archivo Lafuente estará alojada en la primera sede del Centro Reina Sofía fuera de Madrid, las apuestas de las fundaciones Banco de Santander y de la Fundación Botín —emparentadas por lazos obvios— se la juegan a los nombres de los arquitectos contratados, ambos con el premio Pritzker (David Chipperfield y Renzo Piano, respectivamente).
Manuel Gómez explica que “dos premios Pritzker en una ciudad que no llega a los 200.000 habitantes son muchos Pritzker”. El arquitecto se pregunta retóricamente para quién están destinados y se responde: “Esos grandes proyectos superan la ciudad y superan a sus habitantes. Para que esos proyectos tengan sentido tenemos que traer a gente y eso consolida un modelo de seguir recibiendo turistas para mantener el negocio”. “Ocurre que viene un arquitecto de renombre, hace una singularidad aquí y el peso social que tiene es mínimo”, opina.
Los vecinos y vecinas reclaman “un barrio para los vecinos, con ejes verdes, con zonas de encuentro, con un control de los pisos turísticos, con el desarrollo de otro tipo de negocios diferente a la hostelería”. Pero Isabel López lamenta que el Ayuntamiento jamás les ha consultado. “No hemos participado en nada. La verdad es que Santander está enfocada al turista. El turista es la única persona que se nombra y el vecino no existe. No está ni siquiera en la mente de los gobernantes”.
Desde la Asociación de Vecinos Pombo, Cañadío y Ensanche son realistas y saben que es imposible parar los megaproyectos culturales, pero al menos esperan que se frene esta tendencia y se pueda pensar la ciudad a mediano plazo. “Lo primero sería poner al vecino en el centro de todo y, a partir de ahí, planificar, buscar asesoramiento técnico, especialistas, buscar ejemplos en otras ciudades y aplicarlos a la nuestra según sus particularidades”.
Mientras, la ciudad “escaparate para los que vienen de fuera” —como la define Agüero— sigue forzando sus costuras para encajar “un turismo del siglo XXI en un trazado histórico del siglo XVIII”, como explica Manuel Gómez, y sin diálogo con una Administración municipal que siempre ha estado en manos de la derecha. “Eso sí que da para un debate sociológico: pensar por qué una ciudad que nos resulta tan hostil y tan incómoda, una ciudad que expulsó a todos sus vecinos y que hizo esa jerarquización social, sigue votando con mucha alegría a los de siempre y sigue apostando por el modelo que tenemos”. La última reflexión de Agüero sería el guion para un nuevo podcast.
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