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Luciano Malumbres: el periodista incómodo

Portadas del diario La Región los días 4 y 5 de junio de 1936.

Alberto Santamaría

Leer a contrapelo la historia. Esa tan sencilla voluntad del que trata de pensar el pasado debe tener como finalidad hacer brotar con intensidad aquello que quedó en las sombras. Pero, ¿qué puede haber quedado en sombras? En realidad, demasiadas cosas. Solemos creer que nuestro presente es la lógica consecuencia de un pasado más o menos transparente, pero nunca, jamás, es así. Y esta historia que trato de contar aquí comienza necesariamente de este modo: con la premisa de que el pasado sigue actuando en el presente.

Es cierto. Esta es la historia de un personaje central dentro del movimiento obrero en Cantabria, pero más allá de eso, es la historia de cómo alguien fue capaz de visibilizar y cuestionar las políticas totalitarias y fascistas de una pequeña sociedad como la cántabra y que por ello fue vilmente eliminado, olvidado. Es la historia de un periodista que defiende la libertad de prensa y los derechos de los trabajadores, frente a la máquina implacable y vil de una burguesía santanderina acostumbrada siempre a ganar. Esta es la historia de Luciano Malumbres, pero también es la historia —no lo olvidemos— de su compañera, la periodista Matilde Zapata, cuyo cuerpo aún está en la fosa común del cementerio de Ciriego, en Santander.

Esta historia comienza un 3 de junio de 1936. Aún queda algo más de un mes para el golpe de Estado y el inicio de la guerra. Luciano está sentado, junto a otros compañeros, alrededor de una mesa en el bar La Zanguina. Ha llegado hace un rato procedente del periódico La Región, del cual es el director desde 1933. Alguien ha propuesto, como de costumbre, echar una partida al dominó. Se escucha el repicar de las fichas sobre la mesa del bar, hay humo de cigarrillos, conversaciones más o menos agitadas y felices.

El bar La Zanguina tiene dos entradas. Una de ellas por la calle Pedrueca y la otra por la calle Marcelino Sanz de Sautuola (La Zanguina en 2016 se llama Tívoli). Allí está sentado Luciano Malumbres jugando al dominó apaciblemente. Sin embargo, como si de un cambio en el aire se tratase, alguien aparece por la entrada de Sanz de Sautuola. Sin que nadie lo aprecie tiene un arma en la mano, una Smith & Wesson calibre 38. Justo cuando pasa frente a Luciano Malumbres dispara dos veces contra él. Mientras Malumbres agoniza en el suelo del bar, el pistolero sale de allí corriendo en dirección al paseo Pereda. Tras él corren los amigos de Malumbres quienes finalmente logran darle alcance.

Malumbres es trasladado por el dueño del bar a la Casa de Socorro y de allí al Hospital Valdecilla, donde es operado en dos ocasiones. Finalmente, fallece la mañana del 4 de junio de 1936. Esta historia comienza así, con un asesinato casi de novela, con una persecución y mucha sangre, pero justo detrás de todo ello hay otra historia previa. Una historia de resistencia y lucha, una historia de oposición y disidencia, una historia de la escritura frente al sometimiento.

Periodismo de barricada

Periodismo de barricadaAsí pues, esta historia comienza años atrás, cuando Malumbres toma en 1933 la dirección del diario La Región y convierte a este medio en el arma desde el cual mostrar las atrocidades del capitalismo incipiente sobre la clase trabajadora. El mismo Malumbres definía así su proyecto periodístico: “La Región no es un periódico más, es una barricada viva contra la reacción santanderina”. Poco más se puede añadir a esta definición. Fue esa “reacción santanderina” apoyada desde Madrid la que provocó su asesinato. Esta historia, entonces, debería comenzar cuando Malumbres y Matilde Zapata inician la batalla por visibilizar y denunciar las formas desde las cuales en Santander los dueños y grandes empresarios gestionaban la vida de los trabajadores.

Malumbres es un tipo incómodo porque delata la impunidad con la que las grandes fortunas actúan. Es tal la incomodidad que genera Malumbres entre la burguesía acaudalada de Santander, aliada con los más violentos personajes de un fascismo en progresivo aumento, que comienza a recibir amenazas de muerte, amenazas que no sólo provienen de Cantabria, sino que tienen también su origen en Madrid. Malumbres y Zapata logran en apenas ocho páginas de su diario molestar a quienes hasta ese momento vivían cómodamente en la impunidad y en una moral basada en el desprecio del otro. Malumbres y Zapata construyen las formas desde las cuales las voces de los trabajadores pueden oírse.

Un simple vistazo al diario La Región permite observar cómo a través de este periódico era posible dar voz a aquellos a los cuales la voz se les había eliminado. Por ejemplo, este caso de enero de 1933. Es sólo un ejemplo, simplemente. En él se agradece el trabajo de Malumbres para con los trabajadores. Pero no menos maravillosa es la respuesta de Malumbres: “En estos tiempos, donde al proletariado se le intenta halagar, escondiendo perversas intenciones, hemos de agradecer hondamente la atención tenida por la Sociedad de Empleados de Oficina, porque el mayor galardón que podemos recibir es el reconocimiento de nuestra inquebrantable adhesión al proletariado. Unas veces, quizá no le agradecemos; otras, recibimos la prueba de hoy. Cuando merecemos crítica o reconocimiento, siempre inspira nuestra labor, la hermandad leal con el trabajador. Agradecidos, trabajadores de pupitre”.

Pero hay un caso clave que sirve para entender cómo y por qué molestaba Malumbres y su periódico: el enfrentamiento con los grandes terratenientes y empresarios agrarios, y muy fundamentalmente se ha barajado como motivo concreto de su asesinato la campaña de Malumbres contra la cooperativa SAM, de los sindicatos católicos agrarios. Un artículo póstumo da la clave de lo incomodo que resultaba Malumbres para las aspiraciones de esa oligarquía reaccionaria de ese Santander.

El texto apareció en un papel doblado y mecanografiado en uno de sus bolsillos tras su asesinato y se publicó el 7 de junio de 1936. El título lo dice todo: “Los elementos reaccionarios de la 'Sam' dicen que no hacen política y pagan con el dinero de los campesinos 900 pesetas a un fascista”. Y el comienzo del mismo no deja lugar a dudas: “Repetidas veces hemos dicho que la fábrica de la 'Sam' no era otra cosa que una organización política al servicio de los poderosos, con el solo fin de tener sometido al campesino montañés víctima de los engaños con promesas de emancipación”.

Este esquema lo repite en varias ocasiones. En cualquier caso en este artículo destaca un nombre: Manuel Hedilla, quien según diversas investigaciones fue uno de los que desde Madrid planificó el asesinato de Malumbres. Escribe Malumbres: “Así también un día, con el solo fin de dominar a los trabajadores de la fábrica confiaron al fascista Manuel Hedilla Larrey organizar un sindicato de tipo fascista, cuya organización tuvo su inicio en la fábrica Sam”. Y concluye lapidariamente, con una prosa directa: “Y mientras esto sucedía, mientras con el dinero del campesino se sostenía todo este tinglado político, que el campesino sostenía con la miseria de su casa, mientras el campesino esperaba meses y meses para cobrar la leche, sin embargo con el dinero, con el propio dinero del campesino, se pagaba a esta clase de elementos que no defendían precisamente los intereses del labrador, y sí de los elementos poderosos para continuar explotando más y más al trabajador del campo y al de la ciudad”. En efecto, este tipo de indagaciones políticas le granjearon a Malumbres y su equipo una larga lista de enemigos; enemigos, eso sí, muy poderosos.

A partir de aquí pueden aparecer otras preguntas y suposiciones. ¿Por qué llevaba este artículo en su bolsillo en el momento de su muerte? ¿Realmente esta investigación contra esa oligarquía ganadera todopoderosa provocó su asesinato? ¿Tal vez fue la gota que colmó el vaso para los que él llamaba “reaccionarios santanderinos” y no sólo santanderinos? No hay respuesta. O quizá haya muchas.

Malumbres muere un 4 de junio de 1933. El diario La Región no deja de publicarse ininterrumpidamente durante todo el mes, hasta el 30 de junio. Su sentido es el de la resistencia y eso lo tienen claro. El mismo día que Malumbres agoniza y muere, su compañera, Matilde Zapata, conteniendo el dolor, decide regresar al periódico y continuar con la empresa. Ese número, el del día 4 de junio, es un número lleno de dolor y dedicado al ataque contra Malumbres. Hay en los artículos tristeza y búsqueda de justicia. Ese número se abre con un titular: “Nuestro director, camarada Luciano Malumbres es agredido cobardemente por un fascista, resultando gravemente herido”.

Justo mientras aparece esta edición, Malumbres muere. Este número se abre así: “desde hace tiempo venía recibiendo nuestro director anónimos y avisos de camaradas de que se intentaba atentar contra su vida. Últimamente estos anónimos y avisos fueron más continuos, hasta el punto de que incluso llegaron a oídos del gobernador civil, quien dispuso que durante las horas nocturnas de trabajo de nuestro periódico prestara servicio de vigilancia cerca de nuestro director un agente de policía. El camarada Malumbres se negó a aceptar este servicio de vigilancia”. En cualquier caso, finalmente las autoridades pusieron esa vigilancia en el periódico. Pero sólo ahí. La tarde del 3 de junio salió del periódico tranquilamente, y la historia se escribió de otro modo.

Un pistolero de Madrid

Un pistolero de MadridEse número del 4 de junio narra detalladamente el asesinato. No sólo es asesinado Malumbres sino que también, en la persecución posterior, muere su asesino, cuya identidad resultó ser Amadeo Pico. Leemos: “Mientras el autor de la cobarde agresión huyó por las calles mencionadas, siendo seguido por todas ellas por grupos de personas. El pistolero entró en un bar de la plaza Mariana Pineda [hoy plaza del Príncipe], de donde volvió a salir al poco rato, después de ponerse una gabardina, con la que esperaba despistar a sus perseguidores. Sin embargo, y a pesar de la gabardina, una mujer reconoció al agresor denunciándolo a un grupo de obreros que le estaba buscando por los alrededores. Los obreros corrieron tras el pistolero que, al verse acorralado, trató de abrirse paso a golpes. Al ver que de esta forma no conseguía lograrlo sacó la pistola abalanzándose sobre él un obrero y disparándose el arma cayendo al suelo herido el autor de la agresión al compañero Malumbres”. Tras ser llevado a la Casa de Socorro el autor del crimen, Amadeo Pico, fallece.

¿Quién y cómo se gestó el asesinato? Uno de los implicados en él, Jaime Rubayo, años después del asesinato, relató que la idea de asesinar a Malumbres no se gestó en Santander, sino que tiene su origen en Madrid. La decisión de asesinar a Malumbres se tomó en Madrid, el 9 de mayo de 1936, en el bar Zahara y allí estuvieron presentes el ya mencionado Manuel Hedilla (tal vez el cabecilla), José María Alonso Goya y Santiago Tosió, entre otros. La operación fue perfectamente calculada y diseñada. Para que llegase a buen puerto se envió desde Madrid a Santander a un pistolero solvente, Amadeo Pico, quien necesitó la ayuda de varios compinches para que, una vez en el bar La Zanguina, supiera a quién debía matar. Según se cuenta en los interrogatorios, durante días estuvieron visitando el bar para ensayar los gestos y contraseñas con los que debían señalar el objetivo.

El periódico La región también hizo su investigación, donde se pone el énfasis en el trabajo concienzudo de los obreros para destapar la trama detrás del asesinato de Malumbres. Incluso se incluye un vehemente texto (llamando a la venganza) firmado por el diputado socialista Bruno Alonso, y titulado “¿Quién paga a los asesinos?”. Porque en realidad se sabía que el asesinato de Malumbres tenía una complejidad política y social muy marcada. Era necesario asesinar a Malumbres, según la perspectiva falangista, en la medida en que su posición dentro del movimiento obrero del norte implicaba un peligro para el sostenimiento social de la clase adinerada. Malumbres y sus ideas, destinadas a destapar los tejemanejes de oligarcas regionales, eran molestas.

Sin embargo, la muerte del Malumbres (al menos los días siguientes) tuvo un efecto contrario. La prensa nacional, fundamentalmente de izquierda, condena el asesinato. Se habla del asesinato como terrorismo blanco, y se destaca, desde medios como Mundo Obrero o El Socialista la importancia de la figura de Malumbres. Otros diarios como ABC son más tibios en su respuesta.

En cualquier caso, destaca el texto escrito por Isidro R. Mendieta, que en La Claridad, escribe: “Ante el cadáver del luchador abatido por el enemigo desfilarán millares y millares de trabajadores. Le harán justicia, como él decía, después de muerto. Pero debemos también, si es que quieren cumplir con su deber, no abandonar a su compañera inseparable [Matilde Zapata], la que sabe de todos sus dolores y sinsabores, ni a su obra, el periódico, a la que entregó toda la vida con fe y decisión pensando solamente en la emancipación de la clase trabajadora”.

Y así es. Tras su muerte, y según recoge el diario La Región, miles y miles de trabajadores acuden a su funeral. Los trabajadores abandonan sus puestos de trabajo con la finalidad única de rendir homenaje a quien les había dado voz y por ello había sido asesinado. Posiblemente nunca se haya visto en Santander otra manifestación igual. Más de 25.000 personas acuden a su entierro. Más de 25.000 personas en una ciudad que en la década de 1930 rondaba los 83.000 habitantes. Las fotos que recoge este mismo diario dan fe de ello y son muestra de cómo la clase trabajadora vio en Malumbres y su periódico un espacio para tener voz, pero sobre todo un espacio para la disidencia y para la resistencia. Las imágenes dan muestra de la multitud de personas que fueron a despedirlo y recordarlo. Lo curioso es cómo una figura tan importante fue, después, completamente invisibilizada.

El resto de la historia es ya conocida. En agosto de 1937 entran en Santander las tropas franquistas y comienza el largo manto de silencio, pero también de represión. Cuando esas tropas entran en Santander, Matilde Zapata, la compañera de Malumbres en todas sus aventuras políticas, se dirige a Asturias y desde allí sigue trabajando a favor de la República, escribiendo y difundiendo textos. Más tarde, al tratar de huir hacia Francia, es detenida y trasladada a Santander. En esta ciudad es sometida a Consejo de Guerra y condenada a muerte. Será fusilada el 28 de mayo de 1938 en Ciriego. Y allí sigue. A veces es necesario leer la historia a contrapelo. Simplemente eso.

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