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La nueva rutina de los mayores en las residencias: grupos de convivencia estable, salas para pasar el día y un confinamiento que no olvidan

Una de las salas de convivencia estable de la Residencia Virgen de Valencia.

Blanca Sáinz

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“Hubo un momento en el que los residentes nos decían a las trabajadoras que nos cuidásemos nosotros, que ellos ya habían vivido todo lo que tenían que vivir”, cuenta Encarna Otero, subdirectora de la Residencia Virgen de Valencia de Piélagos, sin evitar emocionarse. Y es que mientras todos vivían el confinamiento estricto en sus casas, ellos tuvieron que resignarse a no salir de las habitaciones de su residencia. “Son tres meses en un cuarto, y es fácil decirlo, pero son tres meses... A veces me sorprendía a mí misma mintiéndoles cuando iba a verles y diciéndoles que la situación estaba mejorando, pero es que me daba tanta pena que pudiesen pensar que no iban a salir de su cuarto nunca más...”, reconoce esta profesional.

Precisamente, y sobre la dureza del confinamiento en las residencias, Encarna Otero considera que se han “vulnerado” los derechos de las personas mayores “sin quererlo, pretendiendo hacerlo bien y respetando lo que nos mandaban, pero, ¿a costa de qué?”, se pregunta. Ellos son los ancianos, la población más vulnerable al virus y la que suele encontrarse en los centros de dependencia, los lugares a los que más afectó la primera ola. Sin embargo, ahora reconocen sentirse tranquilos ya que, al menos en Cantabria, esta segunda etapa del virus les está dando la tregua que necesitaban.

Aún así, su día a día ha cambiado, y ahora ya no pueden interactuar con todos sus 'convivientes' ni deambular por su hogar como hacían hace apenas ocho meses. Por el contrario, han sido agrupados en entornos de convivencia estable, y están constantemente acompañados por otros nueve residentes que, ahora más que nunca, les hacen las veces de familia.

“Están acostumbrados a convivir con 100 personas y ahora han pasado a estar con nueve. Ha cambiado muchísimo su libertad a la hora de ir y venir cuando quieran, de comer un día con uno, otro día con otro... Eso se ha terminado”, relata Rubén Otero, director de este centro geriátrico de Puente Arce.

Pero, ¿cómo consiguen que estas personas mayores permanezcan en el mismo espacio durante todo el día? Pues de forma sencilla: habilitando estos salones para que puedan desarrollar allí sus terapias, así como realizar todas las comidas. Además, cada uno tiene su propio sillón individual asignado, para así evitar que, en caso de que se produzca un contagio, este sea aún más directo.

Respecto a las mascarillas, ellos, al encontrarse en su hogar, no tienen la obligación de llevarla “y lo hacen si quieren”, matiza el director de la residencia. Sin embargo, los trabajadores y las visitas sí que siguen un protocolo muy estricto a la hora de entrar y salir, lo que, de momento, está impidiendo que el virus entre. “Al margen del coronavirus, nos estamos dando cuenta de que nos hemos librado de los primeros catarros y de la gastroenteritis de agosto, lo que ha llevado también a que se hayan reducido muchísimo los traslados a Urgencias. Se ve que las personas externas venimos tan protegidas que ya no traemos nada”, señala la subdirectora.

Sin embargo, esta residencia también lo ha pasado mal en la primera ola del virus y llegó a perder a dos residentes positivos en COVID-19. Además, desde que se comenzaron a contabilizar los casos, han estado afectados 15 residentes y nueve trabajadores, de los que uno sigue activo en la actualidad “aunque acaba de dar negativo en la última prueba, así que se reincorporará pronto”, indica Rubén Otero.

Por lo que en las próximas horas los casos activos de Virgen de Valencia se reducirán a cero, lo que no les exime de que el coronavirus pueda volver a entrar en su fortaleza tal y como ha ocurrido esta misma semana en Villacarriedo, donde se han producido una veintena de positivos en su centro de mayores y han vuelto a la pesadilla que ya tuvieron que vivir en primavera.

Pero por ahora, tanto residentes como trabajadores prefieren mirar al otoño de frente y con serenidad, y sobre todo siguiendo todas las recomendaciones. “En el confinamiento lo pasé muy mal y me pasaba el día viendo la televisión, pero creo que aquí estamos protegidos y por eso no tengo miedo”, afirma Raúl, uno de los usuarios.

Rosario, por su parte, admite que para ella su residencia es “la mejor de España” y que se siente como en casa, lo que también le está ayudando a luchar contra el ictus por el que entró en Virgen de Valencia hace casi tres años. Emilia coincide con su compañera e indica que pese haber entrado hace seis años está “cada vez mejor”. “Me despierto pronto y tengo la rutina de escribir, leer y sobre todo dibujar, que me encanta”, confiesa llena de optimismo.

En cambio, Dolores sí que declara pasar “miedo” cuando ve las noticias: “Yo no me quiero morir”, subraya. A lo que Raúl, que se encuentra a su lado, responde vivaracho: “Yo no tengo miedo, porque sé que cuando me muera voy a ir al cielo”. Su mujer, María Jesús, que está jugando a las cartas con él, tampoco tarda en unirse a la conversación: “O al infierno, que dicen que es más divertido”. Y todos terminan riendo en una jornada más en la que esta residencia de Cantabria puede decir que ha logrado ganar momentáneamente al virus.

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