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ENTREVISTA

Ana Puentes, cineasta ganadora del Premio 'Alice Guy': “Es prácticamente imposible escribir y dirigir siendo mujer”

Ana Puentes, en una imagen de archivo

Javier Muñoz de la Torre Granados

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La cineasta Ana Puentes ha ganado uno de los dos Premios Mujeres en el Cine ‘Alice Guy’ de este año gracias al guion de Flores para una madre ausente, una historia que la conecta con su Albacete natal.

Estos premios están promovidos por la Consejería de Igualdad y el Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y dotados con 17.000 euros cada uno. Fueron creados en 2022 para reconocer guiones escritos por mujeres y buscan no solo reconocer el talento de las mujeres en la industria cinematográfica, sino también visibilizar sus historias y ofrecerles las oportunidades y recursos necesarios para que puedan plasmar su visión en pantalla. Su denominación rinde homenaje a la primera mujer cineasta, Alice Guy.

Ana Puentes comparte raíces albaceteñas con Roma, la protagonista de su historia. En ambos casos, se criaron en la ciudad castellanomanchega, pero las circunstancias de la vida las alejaron de ahí.

El proyecto de momento es solo un guion, aunque la cineasta ha confirmado a elDiario.es Castilla-La Mancha que el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales le había concedido a ella y a su equipo (los productores Sergi Moreno y Adriana Verauna y el analista de guion Diego Cañizal) una subvención clave para poder convertirlo en película.

En los días previos a que se confirmase la buena noticia, Puentes concedió una entrevista a este medio para hablar del Premio 'Alicia Guy' y de Flores para una madre ausente, en una charla en la que reflexiona sobre el papel de las madres como figuras a veces demasiado imprescindibles en los hogares.

La historia no se desarrolla en Albacete por casualidad. Puentes es albaceteña y estuvo en esa ciudad hasta los 20 años. Por eso, para ella sería una gran ilusión poder filmar allí la película, “Nuestro plan siempre ha sido grabar en Albacete”.

Uno de los hechos que más aprecia la guionista en su historia es la libertad que ha vivido la protagonista en Helsinki (“tiene una fisicidad muy específica: va tatuada arriba abajo, lleva los pechos aplastados…”), que, dice, “choca más en una ciudad como Albacete”.

¿Qué historia has querido contar con Flores para una Madre Ausente?

El tema yo creo que es el amor en la familia. El amor y el desamor, todo junto. Es una apuesta por contar una historia de una familia pequeñita, donde hay mucha separación, mucho conflicto, pero que, llegado el momento, se acercan unos a otros. Acabamos con un final un poco luminoso.

¿Querías romper con la imagen de la familia ideal? Que la familia también puede separarse, pero a pesar de esa separación, por circunstancias de la vida, todo puede volver otra vez a acercarse.

Sí, en este caso empieza la película con una separación total de una hija y un padre que llevan ocho años sin verse. Y ella se ve obligada a volver porque la madre desaparece. Por eso el título es Flores para una madre ausente.

La madre desaparece y Roma, que es la protagonista, tiene que volver desde Helsinki a Albacete para cuidar de su padre. Y en ese reencuentro, a pesar de que sigue habiendo muchas fricciones y sigue siendo una relación tremendamente complicada y compleja, van encontrando pequeños asideros de amor o de cercanía para poder reconciliarse un poquito y acabar con un final los tres juntos más unidos. No quiero decir perdón y reconciliación porque me dan mucho miedo estas palabras.

En este caso la madre tiene que desaparecer para que la hija y el padre se vuelvan a juntar. Es una estrategia de ella para que ellos dos vuelvan a estar juntos y consigan tener el espacio y el tiempo para volver a reencontrarse.

También contribuye bastante la situación sobrevenida del cáncer que desarrolla el padre, ¿no? Roma se ve abocada a hacer de cuidadora. Una vez más, ese papel de la mujer como cuidadora.

Sí, es determinante porque en realidad yo creo que nunca hubiera sucedido ninguna de las cosas que suceden en la película si él no estuviera enfermo.

Roma no es cuidadora, no le gusta, tiene una manera de cuidar un tanto extraña, fría y bueno, es un papel que no quiere coger. Lo coge por obligación, pero tampoco se convierte en cuidadora, simplemente sabe que tiene que hacerlo, lo hace. Pero sí, el cáncer es totalmente determinante en la historia de los tres.

Digamos que todos tienen que cambiar por una circunstancia extrema, un momento tan complejo que es que al padre le queda muy poquito tiempo de vida.

Las madres ocupamos mucho espacio en casa y parecemos imprescindibles

¿Hay algo de experiencia personal dentro de esta historia?

Es verdad que es muy difícil escribir de cosas que no conoces. Hay gente que lo hace, pero no es mi caso. Aquí se juntan dos cosas: la experiencia de haber tenido una relación complicada con mi padre, supongo que, como muchos, por un tema generacional. Y luego este dispositivo de ficción de que un personaje, una madre, desaparezca para que sucedan cosas.

Esto me persigue desde hace mucho tiempo, la idea de que las madres ocupan un espacio en casa muy grande, muy amplio y a veces las relaciones no se pueden producir de manera independiente si la madre está. Entonces me gustaba la idea de poner a relacionarse a estos dos personajes sin estar ella, porque cuando ella vuelve, todo cambia otra vez.

Es interesante esa idea de que normalmente las madres son los motores de las casas y que todo funciona dentro de un hogar gracias a ellas.

Sí, sobre todo en el caso de María, como Roma y Rodolfo, hija y padre, siempre han tenido una mala relación desde la adolescencia, digamos. Claro, ella siempre ha estado lidiando entre estos dos personajes, siempre hacen, las madres hacen mucho de bisagra en las relaciones.

Entonces mi idea era poner a hablar y relacionarse a estos dos personajes que siempre habían tenido a María en medio. Me gustaba que Roma volviera a redescubrir a su padre y que él redescubriera a su hija desde otro lugar, ya desde la adultez y no tanto con esta figura maternal que intenta todo frenarlo y que no haya conflictos en medio.

Ana Puentes, en una imagen de archivo

¿Te ha pasado a ti? ¿Has regresado a Albacete y has tenido también ese choque de venir de una gran capital como Madrid?

Sí, he tenido las dos sensaciones. La primera como un poco de rechazo. Cuando era más joven, como yo me dedico al cine y sueño con ser cineasta desde que tengo 15 años, es verdad que allí no me podía desarrollar como cineasta, entonces tenía como un rechazo: aquí no puedo, aquí no hay cine suficiente, aquí no hay industria y tal.

Por otro lado, el hecho de volver y que todo el mundo, mucha gente aún te conozca, sentirte un poco arropada, no sentirte sola, que las calles signifiquen algo para ti… Es hogar, cosa que en Madrid es muy difícil porque es una ciudad cosmopolita. Maravillosa cuando eres muy joven y te quieres perder, pero cuando quieres familia, que es ya un poco más mayor como yo, pues echo mucho de menos esta cercanía.

La culpa es algo que atraviesa a las mujeres. (...) Te atraviesa cada día que faltas, cada día que no estás, cada rato que no recoges a tu hijo del colegio, cada fiebre que te pierdes... Y eso hace que los primeros años de crianza sean casi incompatibles con una profesión como es el cine

¿Qué supone para ti este reconocimiento? No solo en materia económica, sino a nivel de reconocimiento y de puesta en valor de historias protagonizadas por mujeres.

Pues tiene varias vertientes. Por un lado, el dinero es algo que va unido también a la ilusión de seguir creando. El hecho de que haya un premio económico está totalmente relacionado con poder dedicarse a esto siendo mujer, en mi caso también siendo madre, que tengo un niño de seis años. Aunque estamos en un momento distinto a la anterior generación, es prácticamente imposible dedicarse a escribir y dirigir siendo mujer, primero por los referentes y segundo por la propia idiosincrasia de la sociedad, de las parejas, de las familias y de los cuidados. Como decíamos antes, las madres ocupamos mucho espacio en casa y parecemos imprescindibles, y escribir requiere todo lo contrario, requiere una habitación propia, como decía Virginia Woolf, un lugar, un espacio mental, que con la crianza en este momento es prácticamente imposible.

El reconocimiento y el dinero da hueco para seguir pensando para seguir creando y es un empuje para continuar haciendo lo que más me gusta hacer en la vida: escribir y dirigir.

Entonces, ¿tú sigues notando aún en tu generación esa diferencia de facilidad que tienes si eres hombre o si eres mujer para poder dedicarte a este oficio?

Totalmente, lo veo cada día en la manera de estar en la vida, en la manera de estar en la escritura, es en la manera de estar en las familias. Nosotras, en general, seguimos teniendo el rol antiguo metido en el cuerpo. Aunque tú intentas intelectualmente gestionar tu vida de otra manera, la culpa es algo que atraviesa a las mujeres, me he dado cuenta de que no atraviesa a los hombres. Te atraviesa cada día que faltas, cada día que no estás, cada rato que no recoges a tu hijo del colegio, cada fiebre que te pierdes... Y eso hace que los primeros años de crianza sean casi incompatibles con una profesión como es el cine. Tienes que renunciar, o renuncias a ver crecer a tu criatura o renuncias a estar creando en esta primera etapa. No digo que luego no sea más sencillo, pero en esta primera etapa la diferencia es brutal.

¿Qué tal llevas tú en ese sentido el equilibrio entre lo personal y el dedicarte a la escritura?

Pues yo creo que con un coste emocional y de salud mental grande, creo que es muy complicado, es muy difícil. Yo lo llevo regular, lo llevo con mucha ilusión porque no sé hacer otra cosa, mi hijo ya es consciente de que él y mi familia, y la escritura y el cine, son mis dos pasiones y ocupan tanto, tanto espacio emocional y mental, que compaginar las dos a la vez es prácticamente un ejercicio de malabaristas.

Me levanto muy temprano y así es como lo consigo, quitándole horas al día de sueño y pidiendo ayuda también, intentando aprender a pedir ayuda para poder hacer las cosas. Pero sí, reconozco que es muy difícil y que a mí me cuesta bastante.

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