Lucía Alemany, cineasta: “A los adolescentes no se les escucha”
Lucía Alemany (Tortosa, 1985) se crió en Traiguera, una pequeña localidad de Castellón que ronda los 1.500 habitantes en la que está ambientada su primera película, La inocencia, una historia protagonizada por una chica de 16 años, de nombre Lis, que sueña con abandonar el pueblo y marcharse a Barcelona a estudiar circo asfixiada por un entorno tan pequeño y lleno de miradas que le impiden desarrollarse libremente y unos padres con los que apenas tiene confianza para hablar.
Se trata de una ópera prima respaldada por la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) que se proyectaba este viernes en los Multicines Odeón dentro de la Semana de Cine de Cuenca.
¿Qué tal está respondiendo el público a La inocencia?
La vibración que se siente en los pases es muy buena, pero también es cierto que la gente te dice que muy bien pero tampoco sabes qué hubiera pasado si no les hubiera gustado, porque a lo mejor no te lo dicen.
Uno de los temas del filme es la opresión que se vive en los pueblos pequeños, la falta de libertad
El pueblo como cárcel es algo que conozco muy bien porque me he criado en un pueblo y durante mucho tiempo he estado rodeado de esa circunstancia. Pero cuando he crecido me he dado cuenta de que, a veces, esa opresión que se vive en un pueblo también es una opresión que uno lleva dentro de sí, y lo que se refleja en el exterior es eso que uno lleva dentro. A veces, cuando cambias la mirada, las cosas a tu alrededor, automáticamente, también cambian. Sigo teniendo amigos que todavía están con que en el pueblo todo el mundo se critica, que “aquellos nos miran”, pero yo les digo que no sé si nos miran o imaginamos que nos miran, y a partir de ahí se genera toda la bola.
La protagonista, Lis, anhela abandonar el pueblo como tantos jóvenes en el medio rural actual
Ella es alguien que piensa en el circo porque quiere viajar, ir de aquí para allá, conocer mundo. Pero querer marcharse o quedarse depende del carácter cada uno. Tengo amigas que se querían quedar en el pueblo, y que donde no pueden vivir es en la ciudad, porque se estresan y consideran que ese ritmo no es el suyo.
Los padres de la película, llenos de prejuicios, parecen cortarle la libertad...
Es una familia anticuada que se ha quedado como muy cerrada en un mundo que ya no funciona. Es algo que pasa y no solo en los pueblos: hay unos patrones chapados a la antigua ante los que las nuevas generaciones tienen que rebelarse para no destrozarse la vida. A los adolescentes no se les trata como a personas que necesitan ser escuchadas, con su propia opinión, que toman decisiones en su propia vida, sino que se les reprime. De ahí que ella, cuando se queda embarazada, no se atreva a acudir a sus padres para, con normalidad, decirles lo que le pasa y pedirles su permiso para abortar. No hay confianza suficiente y teme que las consecuencias sean duras. Es un problema familiar, social.
La agresividad del padre, hablando a gritos, puede parecer un tanto exagerada, pero hay personas así en la vida real
Si hay quien no ha conocido a nadie así, me alegro mucho por él, porque es un tipo de personaje que sí que está desapareciendo. Pero todavía existe y lo puedo asegurar, porque he convivido con estas mentes aún retrógradas y dictatoriales que normalmente responden a unos patrones sociales, culturales y económicos concretos. Está claro que no responde a ello alguien culturalmente cultivado, pero no todo el mundo tiene una formación cultural que le permita cambiar su carácter.
También es agresivo el novio, muy poco recomendable
Sí, se enamora de un chico que es guapo, el líder, pero, tras el fervor del enamoramiento, ese amor idílico que sienten los adolescentes, surge el desamoramiento. Y tiene que enfrentarse a algo a lo que casi todos nos hemos tenido que enfrentar, que forma parte de la vida, que es dejar una relación. Se da cuenta de que si siguiera con ese chico acabaría con una relación como la que tienen sus padres, de ahí que necesite romper con él y con los patrones familiares que le han tocado y que va arrastrando.
¿Impone trabajar con dos actores tan reconocidos como Sergi López y Laia Marull?
Bueno, imponer, impone. Siendo encima directora novel, mi primera película, hay un punto dentro de mí de inseguridad que trato de no mostrar, pero que existe. Pero a la hora de trabajar, como ya desde el primer momento se planteó la película desde la improvisación, la naturalidad, y a los actores profesionales se les explicó que se iba a rodar así, todos estaban en el mismo código.
¿Y cómo fue el trabajo con la joven Carmen Arrufat, de 16 años?
Es muy diferente. Su personaje requería mucha introspección, una interpretación muy fuerte, y fue un trabajo más de enfocar sus propias emociones y usarlas para interpretarlas delante de la cámara. Mi objetivo era que ella y las otras chicas no dijeran algo que no dirían en su vida, sino que todo fuera adaptado a su propio lenguaje. Si no entendían por qué su personaje actuaba de una manera, lo cambiábamos a como lo harían ellas. Es como si se interpretaran a sí mismas…
¿Piensas ya en segundo filme?
De momento preferiría solo estar promocionando esta película pero también tengo que trabajar en la siguiente, porque así me lo han pedido los productores. Tengo la idea pero todavía no me he sentado a escribir, porque no tengo tiempo. Pero quiere lanzarme bastante rápido.
¿Seguirás con el cine realista, cotidiano?
No te creas. Realismo, sí, pero para mí lo primero es la verdad de los actores. El cine que me gusta es aquel en el que ves a los actores interpretar y no sabes la distancia entre el personaje y la persona. Pero, de cara a la segunda, me quiero centrar en un lenguaje totalmente diferente, algo tipo realismo mágico, más pretencioso (ríe), menos cotidiano, más de magia y fantasía.
Aunque sacar adelante una película es complicado…
Es duro pero la recompensa es que trabajas de lo que te gusta. Además, me encanta ir a festivales, aprovechar para ver películas, hablar con los periodistas, presentar la película… Aunque una cosa es llegar y otra mantenerse, que dicen que es lo difícil.
Ahora mismo hay una generación interesante de mujeres que estáis haciendo películas
La verdad es que me parece que estamos en un buen momento: saboreando los triunfos de una lucha de la que ahora se están viendo los resultados. Las mujeres están brillando mucho y se está apostando por ellas desde los festivales, las ayudas públicas, la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), que pega mucha caña... Creo que es un buen momento y que hay historias que tienen que ser contadas por las mujeres, con su mirada.
Lo que estaría bien es que llegáramos a un punto en el que estas preguntas no fueran necesarias porque todo estuviera tan equilibrado que ni siquiera nos planteáramos si hay mujeres o hay hombres. En la Seminci hicimos un foro de cineastas en el que se comentaba que el reto ahora era mantener este lanzamiento de las mujeres, porque para la segunda y tercera película se sigue apreciando desigualdad, muchos más hombres. Se trata de conseguir que consoliden su carrera y, tras la primera película, lleguen la segunda, la tercera, la cuarta, y todas las que queramos.