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De repente apareció un tramo del Tajo sin agua. Y, oh maravilla, surgió la confusión, se materializó el caos, se intuyó el cataclismo final y se acumularon explicaciones provisionales y holísticas a la cual más maravillosa. Una succión brutal en algún punto del río y otra, la más extraordinaria por provenir de quien provenía, una evaporación exagerada debido al calor de las últimas semanas que más que evaporar se asemejaba a una abducción para refrigerar los sistemas electrónicos de una nave extraterrestre, varada en algún punto de la provincia aguas arriba. Y todo para eludir al asunto real: la sobreexplotación intensiva y descontrolada de un río para seguir trasvasando agua sin freno hacia Madrid o hacia Levante para atenuar los efectos del estiaje desaforado de un verano ardiente.
Hace algunos años escribí un artículo distópico en el que imaginaba una ciudad dominada por un calor ardiente como el de Arizona, con sequías incontrolables, vientos como fuegos, y una escasez de lluvias que dejarían exhausto el caudal del río a su paso por Toledo. Para ser prudente situaba ese escenario en el año 2050 que es cuando se anuncia el gran colapso climático. A partir de este año referencial la vida en estos territorios resultará difícil, los procesos de adaptación a las nuevas condiciones climatológicas serán más enrevesados y los humanos que aún resistan en las parameras centrales de la Península Ibérica vivirán en lucha continua contra una naturaleza hostil y terrible.
En realidad, cuando escribí el artículo escribía ficción y no me creía, como usted hace en este momento, lo que va a suceder con el Tajo. De hecho hasta cité las novelas y películas de la saga Dune. El desastre se ha hecho visible, se ha adelantado. Pronto veremos la tierra del cauce del Tajo en el que ni siquiera las aguas residuales de ahora verterán en su cauce desierto. Sentiremos nostalgia de las cloacas urbanas. Se podrá andar por él y recordar, como recordamos cuando viajamos a lugares exóticos, que por allí un día fluyeron ríos de abundancia líquida e inspiradores de poetas de todas las épocas. En nuestro caso desde Garcilaso a María Antonia Ricas. Esa riqueza se está agotando y lo estamos viendo día a día, aunque continuemos creyendo, obstinados, en un río que existió en otros tiempos y agoniza ante nuestras incapacidades para detener el proceso. Mientras no se suprima la sobreexplotación, se depuren mucho mejor los vertidos urbanos e industriales, se detengan los trasvases especulativos de otras épocas y se diversifiquen los abastecimientos a megalópolis como Madrid u otros lugares distantes, será más frecuente ver espacios por donde no circule el agua. Y no circulará porque habrá que reservar para seguir explotando un recurso escaso. Sabemos, desde hace mucho tiempo, que las guerras del futuro serán por recursos naturales tan insuficientes como el agua dulce. Lo del Tajo se está poniendo cada vez más chungo.
Y así, poco a poco, año tras año, décadas tras décadas, el río y la ciudad histórica irá desaparecido y solo serán un recuerdo de culturas y civilizaciones pasadas que se contará a turistas arriesgados, embarcados en visitar territorios extremos de la tierra.
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