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Recesión + Secesión = X

J. Ramón González Cabezas

Barcelona —

La explosión en crudo del drama humano provocado por la crisis de las subprime en versión española ya ha ‘contaminado’ la campaña electoral de Catalunya. Los futuribles y las ideas abstractas han dejado paso por un día a la descarnada visión de los estragos de la Gran Recesión, que no distingue entre regiones, nacionalidades y estados propios. Ahora es el estado de emergencia social quien pide la voz, en vísperas del paso del ecuador de la campaña y de la segunda huelga general contra el desmantelamiento del estado protector.

Artur Mas no ha tenido reparo alguno en sugerir que en una Catalunya soberana no se producirían los desahucios que han provocado los primeros suicidios entre la legión de hogares damnificados por las ‘hipotecas basura’ made in Spain. El presidente-candidato se apoyaba en una propuesta aprobada por el Parlament –a iniciativa de la oposición- en favor de la dación de pago. Mas también ha creído necesario explicar que los agentes de los Mossos d’Esquadra que han intervenido sin contemplaciones en alguno de los múltiples “lanzamientos” ejecutados en Catalunya no podían ir –esta vez no- contra las leyes del Estado, al actuar como policía judicial.

Políticos y banqueros, al unísono

Los dos grandes partidos ‘de Estado’, que se juegan mucho en las elecciones catalanas, han tenido una reacción no menos edificante y se han apresurado a improvisar fórmulas para frenar la temible espiral de muertes, tras haber rechazado a coro la dación en pago para proteger a los bancos. Esos pobrecitos bancos y cajas en estado de coma tras el fenomenal atracón del ladrillo que ha llevado al país a la ruina, algunos de ellos con aires filantrópicos y sede en Catalunya.

La banca no podía ser menos y vela igualmente por su bien ganada reputación. Así, los grandes patronos de las finanzas han tenido el encomiable gesto de conceder una moratoria para los casos de “extrema necesidad”, ante el riesgo de que estalle definitivamente la colosal burbuja de descontento social que crece en el país. Tal vez la inminencia de la huelga general ha animado al poder político y económico a intentar desactivar uno de los frentes más vergonzosos de la crisis social, ilustrado con cifras de escarnio: 350.000 desahucios en cuatro años en un país con 800.000 viviendas nuevas vacías.

Hasta los jueces han reaccionado de repente en una iniciativa sin precedentes para levantar un dique de contención ante el inquietante recrudecimiento de la fractura social. “Los jueces no somos ‘cobradores del frac’”, afirman según la gráfica expresión utilizada días atrás en Barcelona por el juez decano de Bilbao, Alfonso González-Guija. Acostumbrados a la indescifrable prosa judicial, el pronunciamiento colegiado de los magistrados con mando en plaza en todos los territorios del Estado es mucho más que una novedad: es un síntoma.

No es de sorprender que The New York Times haya dedicado de nuevo su primera página a la dramática situación de la cuarta economía de la zona euro, esta vez con la atención puesta en la deriva trágica de los desahucios con esquela incuida. A diferencia de la prensa local, esclavizada por las urgencias de lo efímero y las convenciones o componendas de su entorno, las portadas del NYT son una radiografía del planeta en tiempo real, capaz de detectar los problemas más amenazadores, las injusticias más sangrantes y las situaciones de opresión real. La prensa internacional de referencia es muy útil para ejercitarse en el discernimiento y la distancia en el juicio de las cosas.

El bazar electoral

Asomarse en estos tiempos a la vitrina mediático-política de Catalunya y de España en general provoca un vértigo similar al que genera el escaparate de un almacén de todo a cien en versión china de macro-basar. La acumulación y exuberancia de banderas, emblemas y toda clase de símbolos abruma la vista y pone a prueba el patriotismo más entusiasta. El fenomenal derroche va desde la austera senyera oficial cuatribarrada a las dos esteladas de signo secesionista, la bandera española con o sin escudo oficial, algunas republicanas y, por supuesto, las inevitables enseñas del Barça y el Real Madrid.

Al marketing puramente comercial desatado por la ebullición del fenómeno soberanista en Catalunya se suma la exhibición de carteles y spots propagandísticos de las fuerzas políticas, cargados de grandilocuencia y simplismo hasta extremos inauditos. Reina una suerte de hipnosis colectiva en torno a una “ilusión”, abrazada por unos y denigrada por otros pero inaprensible para ambos hoy por hoy.

Artur Mas, el ilusionista

Alguna cosa de magia debe haber en unas elecciones donde el gobernante saliente aparece de antemano como seguro ganador –detalles aparte- a pesar del tremendo lastre de la crisis y los recortes sociales. La figura omnipresente de Artur Mas adquiere así perfiles de ilusionista y hasta de alquimista, a juzgar por su dominio de las emociones, por un lado, y las técnicas y las artes más diversas, por otro.

Así, en plena hecatombe económica y social, cuando los problemas ya alcanzan dimensiones estrictamente vitales, el presidente-candidato ni siquiera pestañea al revelar el enigma de la piedra filosofal: “Nosotros tenemos una diferencia: al lado de los problemas tenemos un proyecto que despierta la ilusión de mucha gente”. Inapelable.

Otrosí. En plena sacudida del euro, que amenaza con dinamitar el proyecto europeo y provocar un cataclismo a escala mundial, Mas insiste en que hay que “desdramatizar el debate” y alega que si Estados Unidos hay 300 millones de habitantes en 50 estados –tal vez 51 muy pronto, añade-, ¿por qué la Unión Europea, que cuenta con 500 millones, debería tener únicamente 27? Ahí queda eso.

El presidente-candidato, que sueña con una difusa Catalunya neo-carolingia como recambio de la vieja Catalunya hispánica, sostiene que las fronteras son cosas del pasado y que en una Europa integrada con mando plenipotenciario en Bruselas “el número de estados es lo de menos”. Dicho todo ello ante el auditorio reunido en el congreso anual del Instituto de la Empresa Familiar suena cuando menos atrevido.

Con estos y otros mimbres de campaña, que de hecho dura ya dos meses, la incógnita sobre la pertinencia y los presuntos beneficios de la independencia de Catalunya en el escenario actual sigue viva, al margen de la legítima “ilusión de un [sector del] pueblo” o la no menos legítima desconfianza o discrepancia de quienes supuestamente también forman parte de él. Hoy por hoy, la ecuación depresión + secesión es igual a X. Un enigma.

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