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“Urbanísticamente, CiU tuvo la mala idea de continuar la visión olímpica”

El autor de 'Barcelona Supermodelo', Alessandro Scarnato

Jordi Corominas i Julián

Con Barcelona Supermodelo (Comanegra) el italiano Alessandro Scarnato ha realizado una investigación crítica y profunda de los cambios arquitectónicos y urbanísticos de la Ciudad Condal durante los ayuntamientos socialistas. Unas metamorfosis que con los Juegos Olímpios como verdadero impulso y frontera simbólica la han situado en el panorama internacional mediante un modelo devenido marca que llena sus calles de turistas y genera controversia entre expertos y vecinos, al fin y al cabo los que viven la transformación.

El ensayo, galardonado con el Ciutat de Barcelona 2016, presta más atención al centro histórico, auténtico caballo de batalla de la apuesta municipal de los socialistas catalanes de una época no tan lejana al tiempo que proporciona ejemplos concretos, útiles para ahondar más en la cuestión.

Durante el franquismo Adolf Florensa manipula todo el barrio gótico, Núñez y Navarro construye inmuebles cargándose edificios modernistas y, con el dictador agonizante, Oriol Bohigas habla de derribar la Sagrada Familia. Ahora mismo parece imposible defender este tipo de propuestas y actuaciones. ¿Cómo se produjo un cambio tan fuerte en tan poco tiempo?

Aunque pueda generar controversia, podemos afirmar que lo que motivó el primer cambio de visión fue el estallido del turismo. En Barcelona tuvimos dos etapas de destrucción masiva del centro. La primera llegó con la reforma de Vía Laietana y la segunda acaeció en los años noventa. Ambas están entrelazadas porque pueden remontarse al Pla Cerdà. En el caso de Vía Laietana la bestialidad de las destrucciones y sus efectos sociales motivaron una toma de conciencia que produjo la semilla, primera en toda España, del catálogo del patrimonio arquitectónico.

Más tarde las cosas fueron cambiando y los efectos socioculturales del franquismo y los efectos del sistema económico de producción del capital hicieron que una tradicional tendencia rentista a ver en el suelo el principal valor económico de la ciudad volviera a poner en peligro la destrucción de su tejido histórico.

¿Cómo se transforma la percepción del centro histórico?

En los años sesenta y setenta se percibe el centro histórico como una cosa que no merece ser conservada. Esta idea fue el discurso hegemónico aunque, por parte vecinal, las capas más en contacto con el territorio, esta visión empezó a contrarrestarse, como demostró la oposición a unas cuantas operaciones de Núñez y Navarro. Asimismo autores como Cirici y Espinàs intentaron explicar una Barcelona que no sólo se forma con monumentos, sino con un tejido histórico donde se desarrolla una vida social.

En la década de los setenta se produce un movimiento de las clases altas hacia la periferia de las ciudades y el centro parece reservarse para gente con menores posibilidades económicas.

Sí, y era una tendencia muy fuerte en España, con una tremenda explotación del suelo urbano que favorecía estas actitudes. En los centros urbanos españoles de los setenta la parte más importante del valor total de la propiedad inmobiliaria estaba representada por el suelo. Ello provocó una serie de derivadas que produjeron una visión menos atenta con la realidad social de los barrios antiguos.

En la Barcelona de los sesenta la nueva arquitectura se construyó en esta periferia rica y al mismo tiempo no se olvidaba la idea de demoler el centro histórico, desde la frase de Companys de derribarlo a cañonazos hasta las ideas de Oriol Bohigas.

 

 

 

Es un efecto de la aridez cultural provocada por el franquismo, causante que en el debate urbanístico español se perpetuaran ideas que en el resto de Europa estaban más que cuestionadas. Hablo, especificamente, de la actitud para con los barrios antiguos: cargarse el centro histórico ha sido una actitud normal a lo largo de los siglos. Tenemos múltiples ejemplos. En Italia, patria del conservacionismo, fue una tendencia constante hasta los años cuarenta, aunque después ya se entendió que no era una buena senda.

El famoso sventramento de Roma.

Sí, y la palabra devino universal. A lo largo de los años cincuenta y sesenta se comprendió desde una perspectiva histórico-cultural que cargarse el centro histórico no era tan positivo. Se adquirió conciencia que un centro histórico no es sólo una herramienta habitacional no actualizada, sino también un tejido urbano que tiene su correspondencia a nivel cultural, social, comercial y de identidad. Se notó especialmente en los centros históricos que desaparecieron como consecuencia de la guerra, de Alemania a Holanda. Se aprovecharon las destrucciones bélicas para aplicar los dictámenes del Movimiento Moderno. Con el tiempo esas teorías arquitectónicas asustaron por su deshumanización.

En el momento de la muerte de Franco la parte antigua de Barcelona tenía unas condiciones socioeconómicas parecidas a las del tercer mundo.

La dificultad de ver la dignidad del centro histórico se encontraba comprometida por dos vertientes. La primera surgía de una tradición urbanística y arquitectónica que se había quedado atrás más por circunstancias que por incapacidad. Por otra parte el centro de Barcelona se hallaba en una situación verdaderamente desesperada que no proporcionaba muchos argumentos a los menos escépticos ante esta visión catastrofista. Recuerdo que, de pequeño, se decía que la parte más peligrosa del Mediterráneo era Nápoles, Marsella y Barcelona. La idea cuajó en el imaginario popular.

Seguramente, pero eran modelos marcados, el tópico quedó inmerso en la ciudad portuaria, canallesca.

La situación general no era tan mala, pero las situaciones de emergencia lo eran, y mucho. La ciudad no era un prostíbulo, pero las calles dedicadas a este negocio no eran pocas, y las historias eran tremendas, con informes del Ayuntamiento que hasta los años noventa muestran rincones del antiguo Chino donde no entraba la policía.

Cuando era pequeño nos decían que si queríamos pasear lo hiciéramos por la Rambla, pero que no nos acercáramos ni al Chino ni a la plaza Real. El cambio empezó con los ayuntamientos democráticos y socialistas.

Sí se empezó el trabajo con la remodelación del centro y se hizo con una actitud innovadora a nivel proyectual, con poco dinero, pero con muy buenos arquitectos y administradores. Tuvieron éxito de crítica y público, pues los vecinos percibían una nueva actitud administrativa, un ejemplo son los jardines d'Emili Vendrell, que ayudaron a la caída del mito de Ciutat Vella como un cáncer. Esta buena voluntad tenia un lastre, un cargo ideológico originario del pasado, la incapacidad de ver calidad y dignidad urbana inherentes al distrito. Esto provocó que cuando se pusieron en marcha las grandes demoliciones de los noventa estallará una reacción vecinal muy fuerte, porque mientras tanto, toda una paradoja, la democracia había educado su dignidad. Estas operaciones tan fuertes y duras provocaron un rechazo que generó que muchos se plantearan si tenía sentido cargarse Ciutat Vella para arreglarla. ¿Eran necesarias las amputaciones? ¿Eran la primera y única opción?

Esto que cuentas indica ciertas cosas. La misma administración cambia de modelo en función de la evolución urbana, sería la contraposición Maragall-Clos.

Sí, y se dice en demasía que Maragall era el alcalde bueno y Clos el malo, una síntesis con valor de discusión de barra de bar.

Es muy simplista.

Sí, porque al fin y al cabo Joan Clos fue un producto político de Pasqual Maragall y existía una complicidad absoluta entre ambos. Sin Clos Maragall no hubiera podido hacer muchas cosas porque no hubiera tenido a un administrador de impresionante eficacia, y lo mismo puede decirse de Clos, que poco hubiera podido realizar sin el bagaje ideológico de Maragall.

¿Qué diferencias existían entre ambos?

La primera es la actitud personal. Maragall tenía una formación de economista con un profundo conocimiento del Ayuntamiento y de los poderes financieros, un hombre de una complejidad muy articulada que, además, tenía un proyecto político. Clos era un administrador eficaz, quizá por su formación médica, que era bastante más lineal. Su visión no era largo plazo, era más bien contextual. Veía las piezas en juego y quería que encajaran.

La segunda diferencia, nunca suficientemente remarcada, es que fue Maragall quien empezó y tomo la herencia de Narcís Serra justo cuando todo estaba por hacer. Cuando llegó a la alcaldía aun estaba por construir la candidatura olímpica. Tampoco estaba garantizada la supervivencia del sistema democrático, pues el 23F era reciente. Clos llegó con todo bastante consolidado. Era muy difícil que tuvieran la misma actitud. Maragall iba a Nueva York y debía explicar donde estaba Barcelona en el mapa, mientras que con Clos directamente venían a vernos.

Intuyo que la tercera diferencia es de contexto.

Sí, y está relacionada con la globalización. Maragall hace el esfuerzo y lanza un programa para que los barceloneses vayan a Ciutat Vella.

En cambio a Joan Clos ya le toca empezar a domar la cuestión turística.

Claro, porque Maragall buscaba el turismo como una herramienta más para la salvación de la ciudad que, por otra parte, era bastante más difícil de lograr. Ya era un excelente resultado que los barceloneses bajaran a Ciutat Vella, mientras Clos tuvo que gestionar el creciente fenómeno turístico que surge desde una actitud completamente nueva. El de los años ochenta, el que buscaba Maragall, estaba mucho más domesticado. En cambio el turista actual es mucho más autónomo y de modo indirecto introduce una transformación en el esquema de que el suelo vale más que el edificio. Eso en el centro histórico ha sido en buena parte por el inesperado retorno económico garantizado por el atractivo turístico de los barrios antiguos, algo que nadie admitirá en el Ayuntamiento.

Y se pasa de una transformación social a otra meramente económica.

Oriol Bohigas me dijo que en Ciutat Vella no se puede vivir porque es imposible hacerlo en calles de tres metros y medio. Lo que sucedió es que el inmigrante pakistaní no se siente muy molesto en una calle estrecha y al turista alemán le gusta.

Con esto mencionas una clave que junta dos piezas fundamentales: el turista, el alemán, y el inmigrante, el pakistaní.

El inmigrante no tiene mucha repercusión mediática porque es algo que se ha gestionado bien. Los rincones más característicos del Raval nunca han sido hostiles salvo en algún instante aislado de los últimos veinte años, pero sin llegar a las problemáticas de otros puntos de Europa, como la Stazione Termini de Roma, tierra de nadie. Aquí los inmigrantes llenaron huecos e impidieron que algunas de las actuaciones urbanísticas más intensas llegaran a vaciar el barrio. Por otro lado demostraron que aún se podía vivir en estos barrios, desarrollando un sistema y un comercio que proporcionó un mensaje.

En Barcelona tuvimos mucho intervencionismo, pero a partir de 2000 se entendió que son las personas las que crean el espacio, desde el forat de la vergonya hasta la parte del Raval cercana a la ronda de Sant Pau.

Exacto. La parte positiva de estas experiencias que se escaparon de la estrategia pensado por la administración y las premisas urbanísticas, con casos donde una determinada manera de hacer la ciudad de procedencia institucional hubo de adaptarse a una galaxia de propuestas vecinales. El forat de la vergonya es un caso ejemplar. Hubo un momento donde nadie del Ayuntamiento pensaba que fuera a salir nada bueno, y en cambio el espacio es vivo, activo y sí, estéticamente no es bueno, pero ese es su valor, demostrar que no es necesario que un espacio sea de diseño para resultar efectivo. En la Barcelona de los ochenta se cayó en la idea que si el espacio estaba bien dibujado funcionaría.

Sí, que eso era una garantía de éxito, pero por ejemplo la rambla del Carmel, de 1988, es un fracaso, demuestra lo contrario.

Sí, con una situación práctica complicada.

Sí, pero es una avenida cortada por en medio, lo que provoca que por ahí no pase nadie, una idea de bombero. En cambio el forat de la vergonya funciona.

Y funciona la rambla del Raval, un espacio que tiene los problemas propios de un barrio complejo, mucho más viva de lo que todo el mundo esperaba. Como contrapartida encontramos situaciones lamentables, como la plaça dels Països Catalans, puerta a la estación de Sants y una de las piezas maestras de la arquitectura de esos años que se pensó según un criterio de diseño que al final se ha cargado el propio diseño.

Con rechazo popular y un uso nulo por parte de la ciudadanía.

Cuando el diseño es el principal elemento que da valor a una operación al final el mismo diseño se autodestruye. Me gusta el proyecto de la plaça dels Països Catalans, pero en ese punto falló algo del gobierno de la ciudad. Otro ejemplo es la plaça de la Mercè.

Que además es el primer caso de manifiesto intervencionismo.

En todos los casos donde el espacio ha terminado por funcionar ha sido porque los vecinos han ido a su aire, han tomado el espacio y lo han trabajado haciéndolo suyo. Ahora tenemos una situación de incertidumbre en la plaça del Born, un magnífico proyecto donde los vecinos aun no han dado con la grieta para hacerlo suyo.

Con el Born existe una anomalía porque se nutre de significado político.

Y lamentablemente puede terminar cargándose el proyecto. En el libro digo que en un momento concreto se configura una especie de chulismo arquitectónico, y digo claramente que esta expresión debe atribuirse a los políticos, no a los arquitectos.

La arquitectura de autor.

Hubo una canonización del arquitecto. Algunos de los que han leído el libro me lo desmintieron, pero la hemeroteca habla. Bohigas llegó a decir que cuando las operaciones no funcionaban era culpa del dibujo, no suficientemente imaginativo. Está escrito.

A veces parece que Bohigas hablando de los demás lo haga de sí mismo.

Sí, a veces transmite esa sensación, pero lo cierto es que entonces a todo el mundo le iba bien, era una forma de emancipar el discurso de los arquitectos. Eso, en cierto modo, puede remontarse al Movimiento Moderno, que no sólo fue un movimiento artístico, sino también un movimiento cultural, social y político. Si la ciudad moderna, se decía, es una ciudad democrática, lo es gracias a la arquitectura que proporciona las herramientas para organizar una sociedad mediante la reorganización y redistribución de los propios espacios. Según el Movimiento Moderno el problema de la vivienda no es sólo un problema de dibujo, sino de cómo individuar un modo de construir casas para permitir que todo el mundo tenga una vivienda digna. Dentro de la conciencia de cada arquitecto existe eso de “yo sé que se debería hacer”. En Barcelona parecía que esto fuera a hacerse realidad , que los arquitectos teníamos razón gracias a una visión del espacio y a como se articulaba la construcción. Lo que ocurrió es que finalmente la seducción de la vertiente estética ganó sobre este compromiso extradisciplinar y todo se encauzó a una cuestión de diseño.

En Barcelona existen algunos casos de casi enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo con relación a cómo se integra la arquitectura contemporánea en el espacio, como el edificio de la Diputació, el MACBA o el Hotel Barceló Raval. En ocasiones sí que hemos vislumbrado una cierta prepotencia.

A veces los proyectos se integraron bien y en otras ocasiones salieron mal o directamente se han cargado el patrimonio existente, bien sea un edificio, el reciente caso de la Rotonda, bien sea un entorno. Está claro que no puede evaluarse una operación urbana sólo sobre la base de si el proyecto es bonito. Esto, como hemos visto, en última instancia debilita el mismo diseño. Mira el hotel previsto en les Drassanes. El proyecto arquitectónico no está nada mal, pero meter un volumen así y con ese uso en ese punto del centro es una barbaridad, un contrasentido.

Depende de donde lo metas, está claro.

Efectivamente. Lo que explico es que en Barcelona hubo una temporada donde se pensó que se podía realizar una buena gestión de la ciudad mediante la buena arquitectura, y al final esta fue la principal perjudicada. A los arquitectos nos interesa tener un tema para trabajar, proponer soluciones y poner nuestros conocimientos y capacidades al alcance del cliente, sea este público o privado. Es verdad que tenemos una dimensión artística, pero no somos artistas. Mira el caso del Palau de la Música con Óscar Tusquets que, creo que con absoluta buena fe, se olvidó de lo que significaba la operación porque sólo vio la posibilidad de trabajar alrededor del edificio de Domènech i Montaner.

Y el Palau tiene una simbología muy especial, sobre todo después de todo lo que ha pasado.

Claro, y el cambio que mencionabas estalla por la concomitancia de una globalización que irrumpe al mismo tiempo que la ciudad triunfa. Barcelona es la primera ciudad global esencialmente porque cuando el mundo se globaliza está en el centro de atención, ya es un modelo internacional.

Termina la Guerra Fría y al cabo de un momento llegan nuestros Juegos Olímpicos, que es cuando toma el rol que comentamos.

Fue algo muy importante. Barcelona irrumpe en el escenario cuando este se preparaba para una fiesta, que clausuraba la Guerra Fría, y claro, Barcelona resurge de sus cenizas mediante el optimismo y el diseño.

El mensaje a nivel metafórico le da la victoria, también a nivel de percepción hasta el surgimiento del duelo BCN, la marca, versus Barcelona, la ciudad auténtica.

Correcto, y este éxito explica muchas de las críticas que ahora se están viendo. La fiesta siempre deja una resaca al terminar, sobre todo si todo no ha sido tan bueno como pensabas. Barcelona mejoró muchísimo sin resolver para siempre todos sus problemas y no todo el mundo vio resueltos sus problemas.

Puede que aun dure la resaca.

Y es muy difícil de asimilar.

Para ir cerrando quería comentarte que claro, el alcalde Trias cerró con la dinámica, muy maragalliana, del equilibrio entre la inversión pública y la privada, privilegiando esta última y ahora encontramos un Ayuntamiento que debe gestionar esta situación y así, a bote pronto, parece no entender muy bien las cuestiones urbanísticas y arquitectónicas.

Uno de los efectos del éxito del Modelo Barcelona es que ha cuajado la idea que si una ciudad no realiza grandes inversiones no está haciendo lo que debe, y eso no es verdadero ni falso, sencillamente es algo desprovisto de contenido. Los deberes de una administración consisten en que la ciudad funcione como una herramienta para garantizar la mejor vida posible a sus ciudadanos. Si no se necesita una infraestructura no es necesario hacerla. Ahora mismo Barcelona está bastante bien servida, sólo hay cosas que deben arreglarse, no porque se hicieran mal, sino porque no han evolucionado como deberían. Un claro ejemplo serían las rondas, una de las contribuciones más importantes de la operación olímpica, pero se hicieron a nivel de proyecto hace tres décadas y se desarrollaron con una visión plasmada sobre circunstancias profundamente distintas a las actuales y unas necesidades bien diversas.

Era el momento apoteósico del vehículo privado.

Eso es. Ahora las rondas están congestionadas constantemente. El anillo es perfecto, pero no pasa un solo autobús y todo es para el vehículo privado. Además es una ronda pequeña, donde te encuentras encajonado. Según una mentalidad más bien antigua la solución sería doblarla, pero ahora se estudian alternativas que la hagan menos necesaria.

Necesitamos retoques puntuales, no grandes intervenciones.

Sí, no hay necesidad de una nueva. Es comprensible que este Ayuntamiento no inicie proyectos infraestructurales que no son estrictamente necesarios. El Ayuntamiento anterior tuvo la mala idea de pretender continuar la visión olímpica sin creer en ella totalmente. Además adoptó el discurso del grupo Metapolis, lo de la Smart City, pero tampoco hizo suyo de verdad ese discurso, sólo lo encontró conveniente. Ahora la situación es bien compleja y juzgo prematuro evaluar un proyecto urbanístico que, en términos urbanísticos, acaba de empezar.

El proyecto actual tiene un cierto punto maragalliano y al mismo tiempo quiere ser nuevo.

Aquí encontramos una dificultad porque el modelo socialdemócrata de Maragall se ha ido hundiendo cuando antes se imponía, si bien ahora se ha comprobado que no tenía la efectividad que se le suponía. Quiero decir que no ha garantizado la felicidad para todos y esto lo ha puesto en crisis, pero sí existe un poco esta inspiración. Un punto central del programa de esta administración es el centro histórico como lugar para vivir, no sólo para visitar. En mi libro digo en esencia que Ciutat Vella ha pasado de ser un centro histórico explotado urbanísticamente, bajo la amenaza de la piqueta, a ser un lugar amenazado y explotado financieramente por el inversor, como AirBnb. Creo que no es sólo un problema de Barcelona, pero aquí podemos observarlo, La evolución del debate arquitectónico y urbanístico ha demostrado que la calidad de vida no está garantizada sólo por la superficie mínima de los lavabos, es decir, por los requerimientos estadísticos. Esto está bien, nadie lo discute y debe tenerse en consideración, pero buena parte de nuestro hábitat urbano es previo a estos requerimientos y tiene valor identitario para la ciudad. No podemos dejar que el debate sea entre la piqueta y el inversor. Quien no puede seguir pagando es el vecino, entendido no en sentido folklórico, sino como cualquier persona que tenga voluntad e intenciones de construir ciudad con su presencia, con su participación activa según los medios de los que disponga, pero sobre todo con la conciencia de formar parte de un conjunto que se llama ciudad.

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