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Catalunya se encamina hacia unas elecciones anticipadas ante el vertiginoso deterioro del escenario resultante de la fallida apuesta soberanista de Artur Mas. La burbuja de la corrupción ha estallado como una bomba de racimo sobre la clase política y se advierten síntomas de agotamiento apenas tres meses después de unas elecciones que debían alumbrar el nuevo rumbo del país y un liderazgo rotundo para la histórica tarea.
Estaba escrito que la elección de la fecha crítica de 2014 iba a acelerar todos los acontecimientos en 2013, incluido el inventario o ajuste de cuentas —llámese como se quiera— sobre todo lo que nos ha traído hasta aquí. En esas estamos.
Ni siquiera esta indemne ERC, gran triunfadora del 25-N y pieza maestra de la gobernabilidad de la Generalitat. El chiringuito improvisado por el partido de Oriol Junqueras para facilitar el subsidio de desempleo al ex conseller de Gobernación Jordi Ausàs, procesado por un affaire clásico de contrabando de tabaco desde Andorra, demuestra que Esquerra no está tampoco en condiciones de ejercer de Pepito Grillo de la conciencia nacional, social y moral de Catalunya.
Estas y otras evidencias, como los diálogos entre el ex alcalde de Sabadell Manel Bustos y el número dos del PSC, Daniel Fernández, con el fin de intimidar a la alcaldesa (“tonta del culo”) de Montcada i Reixac; la borrascosa russian connection del alcalde y diputado convergente Xavier Crespo, o el alucinante triángulo entre Alicia Sánchez-Camacho, Maria Victoria Álvarez y su ex amante Jordi Pujol-Ferrussola, primogénito del clan fundador de CDC, ilustran con cruda fidelidad como las gastan en el viejo oasis de Catalunya.
La lista de ejemplos nos llevaría hasta los tiempos en que Javier de la Rosa era investido “empresario modelo” por el propio Jordi Pujol, afectado hoy en su entorno más próximo por la marea de la sospecha y el descrédito. Es una evidencia que las convenciones de la Transición han dejado de existir.
El secuestro del bien público
Aunque nada es casual, los ciclos de crisis severa como el actual son propicios a fenómenos de purga, expiación y catarsis, incluidos sus daños colaterales. Sobre todo en un país históricamente dado a los excesos, ya sea en épocas de poder y riqueza como en las fases de depresión y decadencia. La búsqueda enfermiza de las claves de todo este vendaval en el desafío soberanista forma parte de esta tendencia atávica.
Félix Millet, que sigue en su confortable domicilio a la espera de juicio, simboliza la antigüedad, arraigo, profundidad y transversalidad de la corrupción doméstica de marca catalana, no por menestral y provinciana menos fiel a los usos y costumbres de las mafias locales. Estamos en un viejo país de pícaros y aprovechados que han mutado en auténticos depredadores bajo el doble efecto del dinero fácil y la globalización súbita. La metamorfosis va desde el pocero de Seseña hasta el mismísimo yerno del Rey.
Ni siquiera era necesaria la grosera “peineta” de Luis Bárcenas en Barajas, de regreso de su estancia de esquí en Canadá, para confirmar por enésima vez que el mal de España es el secuestro del bien público por los intereses privados y, para mayor inri, la estremecedora falta de educación y respeto de sus autores. Tal vez en Catalunya se guardan púdicamente las formas, pero no cabe la menor duda la peineta “por omisión” del antiguo regente del Palau no es menos ofensiva que la del ex tesorero del PP.
La creciente debilidad de Artur Mas
En este contexto, el clima de inestabilidad política aflora incluso en el discurso y el semblante del presidente de la Generalitat, por momentos irreconocible con el dirigente que apareció en la Diada del 11-S. La tendencia de Artur Mas al ensimismamiento, ilustrada por su recurrencia a las metáforas marineras para interpretar la realidad, delata su debilidad progresiva tras el fiasco del 25-N. A esto se añade el clima de enrarecimiento que se advierte en las filas de CiU tras el escándalo de las escuchas telefónicas cruzadas protagonizado desde la agencia de detectives Método 3
También es revelador el tono y la creciente ansiedad del líder de ERC, Oriol Junqueras, frente a un escenario en el que su hoja de ruta ha sido sepultada por el día a día de la corrupción y la amenaza de las aguas fétidas que fluyen de la alcantarilla, mientras arrecia la crispación social. El socio de CiU ya ha insinuado que podría dejar al Gobierno en minoría si no atiende sus exigencias en el nuevo presupuesto, preparando tal vez el camino para un eventual desmarque estratégico previo a nuevas elecciones. Esta vez plebiscitarias.
Sobre el papel, el partido de Junqueras estaría en condiciones óptimas de polarizar todo el voto independentista, mientras CDC aparecería huérfana de liderazgo y sin un delfín claro tras la virtual retirada de Oriol Pujol de la escena política. No es una anécdota que Duran i Lleida se haya insinuado en La Vanguardia dispuesto a disputar la sucesión desde el nacionalismo centrista y confederal. Todo esto suena casi a ciencia ficción, pero hace menos de un año lo que sucede hoy nos habría parecido de chiste.