En un solo fin de semana, tres fuerzas políticas españolas han planteado cuál es su oferta a Catalunya. Es un planteamiento difuso, ambiguo, pero que sirve para intuir futuras concreciones. El Partido Popular se enroca en la Constitución. Es su techo y se limitará a ganar tiempo antes de afrontar cualquier reforma. El PSOE, tras su Consejo Federal, reivindica la reforma constitucional. Y, de nuevo, el discurso de Susana Díaz, la presidente andaluza, y de Miquel Iceta, el líder del PSC, tienen poco que ver, pese a que ambos interpretan la declaración de Granada, la hoja de ruta socialista para afrontar un nuevo marco territorial en España. Es decir, un futuro federal sin que quede claro cuál será el estatus de Catalunya en su seno, ni, incluso, si será reconocida como nación.
La tercera propuesta es la más nueva en todos los sentidos. Porque parte de un partido en formación y porque amplia un reconocimiento que hasta ahora era minoritario en España. Pablo Iglesias, en su primer discurso como secretario general de Podemos, definió a España como “un país de naciones”. España es mucho más que un Estado, “es un país”. Y está formado por “naciones”. Nunca nadie con posibilidades de ser fuerza de Gobierno había ido tan lejos en España. La palabra nación, en boca de un politólogo, tiene un sentido muy relevante. Pero, una vez formulada la frase, ¿quiere decir que Pablo Iglesias acepta el ‘derecho de autodeterminación’? Aquí la respuesta se difumina: “estamos de acuerdo en el derecho a decidir en todo; queremos un proceso constituyente”.
Podemos se presenta como “el único partido que puede reconstruir puentes con Catalunya” y la pregunta es si esa voluntad llega ya demasiado tarde. El independentismo está haciendo cuentas. Sabe que necesita sumar más votos para romper el empate que se ha instalado en la política catalana. Algunos cálculos hablan de 300.000 nuevos partidarios de la independencia para decantar la balanza. Sabe que un cambio radical en la política española puede resultar un freno para el sostenido crecimiento soberanista de los últimos años. La actitud del PP ha funcionado como una ‘fábrica de independentistas’. Y ahora aparece Podemos con una propuesta que puede seducir a una parte de la opinión pública catalana que no se creyó la oferta federal del PSOE o que nunca percibió la fuerza suficiente en Izquierda Unida.
Más allá de las cifras, lo cierto es que Podemos cambia el escenario en España y en Catalunya. Evidentemente, la desafección respecto al Estado no es la misma con un partido que quiere españolizar a los niños catalanes u otro que cierra sus mítines con L’Estaca de Lluís Llach. Para una parte importante de la población catalana, la que ya ha desconectado mental y anímicamente de España, todas las promesas, todos los gestos, llegan tarde. Para otra, muy amplia también, las palabras que estos días se escuchan en boca de los líderes de Podemos suenan razonables. La esperanza está en que, si un día son decisivos, las promesas no se queden en palabras.