El 19 de mayo de 1960, la celebración del centenario del poeta Joan Maragall se convirtió en un acto antifranquista. El régimen, en un gesto que pretendía congraciarse con los barceloneses, autorizó el homenaje en el Palau de la Música, con la prohibición expresa que se interpretara el Cant de la senyera. El público desoyó el veto y entonó el himno del catalanismo perseguido. Y un grupo de jóvenes del movimiento Cristians Catalans lanzó octavillas contra la dictadura. Hubo veinte detenciones y dos penas de cárcel. Uno de los condenados fue Jordi Pujol. A siete años, de los que cumpliría dos y medio. Pasó a la historia como els Fets del Palau ('Los hechos del Palau'). Allí empezó el mito de Jordi Pujol.
Después la historia es conocida. Al menos, la historia oficial y visible. Jordi Pujol alimentó y acrecentó el mito. Y una parte importante de los catalanes creyó en él y le entregó la hegemonía para gobernar durante 23 años. A él y a su partido. Convergència Democràtica de Catalunya ha sido, gracias a este mito originario, una extraordinaria máquina de poder. Pero no sólo un poder político, sino un poder social e, incluso, moral. Que otorgaba y retiraba legitimidades. Aquellos metafóricos 'carnés de buenos y malos catalanes'.
El único que pudo plantar cara a este inmenso poder fue Pasqual Maragall, el nieto de aquel poeta que fue la excusa de els Fets del Palau. Sólo él logró los votos y las alianzas necesarias para la alternancia en la Generalitat. Y él y su sucesor, José Montilla, siempre fueron vistos como unos intrusos en una administración que el clan Pujol y todo su entorno consideraban de derecho propio. De aquí que el acoso al tripartito empezara el mismo día de su constitución.
Con Artur Mas en la presidencia volvió el estado natural de las cosas en Catalunya. Convergència recuperaba, y acrecentaba con el gobierno de Barcelona, su gran poder. Un poder que, para consolidarse y perdurar, debía basarse ahora en la independencia, como antes en el catalanismo y el nacionalismo. Jordi Pujol era el primero en bendecir este tránsito, como un paso más de aquel camino iniciado hace 54 años en el Palau de la Música.
Pero existe para Convergència otra leyenda, esta vez negra, que también ha nacido en el Palau de la Música: el expolio perpetrado por Felix Millet y Jordi Montull y que, presuntamente, sirvió para financiar al partido. Tanto es así, que su sede está embargada a la espera de las posibles responsabilidades penales y civiles. Si así fuera, un símbolo de la cultura y la nación catalana habría servido para canalizar el dinero de las comisiones de la obra pública hacia un partido que, gracias a ello, jugaba con ventaja en las contiendas electorales. Una leyenda negra que bien podría situar parte de estos réditos de la obra pública en cuentas personales en Andorra o Suiza. Más allá de posibles herencias.
Así, como en una obra de teatro, las dos almas de Convergència podrían escenificarse en el Palau de la Música. Una en 1960; la otra todavía espera juicio. Pero las dos almas existen y estaría bien que Mariano Rajoy lo tuviera presente cuando se siente a hablar con Artur Mas. El presidente del Gobierno encontrará a un President de la Generalitat muy debilitado políticamente. Puede caer en la tentación de mantener su estrategia inmovilista, a la espera de que el seísmo que acaba de provocar la corrupción confesa de Pujol hunda el proceso soberanista. Pero no será así.
Mas y Convergència intentaron arrebatar el liderazgo soberanista a ERC y no lo consiguieron. Y ahora, con la confesión de Pujol, lo acaban de perder definitivamente. El reto ya no es el disputar la primera plaza a los republicanos, sino la supervivencia. La refundación sin el mito original, sin el relato, y con una pesada leyenda negra es una proeza que sólo el tiempo dirá si es posible. El alma que pretendía la independencia como un simple instrumento de poder ha quedado al descubierto. Pero aquella alma que se expresó en el Palau de la Música en 1960 sigue viva en millones de ciudadanos que sienten pertenecer a una nación y que ven en el sueño de independencia o en un nuevo pacto con España una oportunidad de regeneración democrática. Una oportunidad para no entonar el Adéu España del poeta Maragall. Rajoy haría bien en tenerlo en cuenta.