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Miquel Iceta, un federalista (de verdad) para presidir un Senado que no lo es

Miquel Iceta es conocido en el Parlament de Catalunya por su buena oratoria

Arturo Puente

“Al PSOE le cuesta mucho desmarcarse de una idea de España más tradicional que hoy no es capaz de recoger todas las sensibilidades que antes podía”, afirmaba Miquel Iceta el 26 de octubre de 2016, solo unas horas antes de que el PSOE se abstuviera para facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Eran días amargos para el jefe de los socialistas catalanes, que había asumido con frustración la defenestración de Pedro Sánchez por explorar un pacto con Podemos y los independentistas, y a la vez intuía el coste que tendría para su partido en Catalunya el voto que estaban a punto de emitir en el Congreso.

Dos años y medio después, que entre declaraciones de independencia, 155, mociones de censura y elecciones han parecido una eternidad, la situación para Iceta ha dado la vuelta como un calcetín. El primer secretario del PSC ha visto triunfar sus tesis, primero en su partido y después en el conjunto de España. Ahora se intuye un gobierno que quiere mirar hacia la izquierda y hablar con el independentismo –“dentro de la Constitución”, repiten como coletilla– tiene mayoría para gobernar durante cuatro años.

El PSOE de Sánchez explora aún cómo garantizarse los votos del Congreso para seguir en la Moncloa, pero tiene asegurada la mayoría en el Senado. Por eso ha propuesto al primer secretario del PSC convertirse en el nuevo presidente de la Cámara Alta, concebida como aparato de representación territorial a imagen del Budensrat alemán. Iceta, un federalista convencido que cree que debe profundizarse en la descentralizacion del Estado mediante una reforma constitucional y reconocer a Catalunya su especificidad histórica, comandará una cámara que durante cuarenta años ha languidecido sin lograr nunca convertirse en una buena representación de los territorios, comenzando por no tener representadas a las comunidades autónomas sino a las provincias.

La propuesta territorial de Iceta es clara, entre otras cosas porque el político es de palabra tan afilada como prolífica. “El PSOE ha de vibrar con la Declaración de Granada”, afirmaba en aquella misma entrevista, en referencia al documento que el que el PSOE suscribió en 2013 en el que apostaba por una reforma de la Constitución entre otras cosas para convertir al Senado en una verdadera cámara territorial. En Granada también se apostó por una distribución clara de competencias entre las comunidades autónomas y la administración estatal, reconocer las particularidades autonómicas y clarificar de una vez por todas el modelo de financiación autonómica.

Iceta ha esgrimido este documento en varias ocasiones, ante propios y extraños, como antídoto contra tesis tanto recentralizadoras como secesionistas. No en vano, la Declaración de Granada fue la palanca que llevó al PSC a abandonar la tibia defensa del “derecho a decidir” que buena parte de los socialistas adoptaron tras la sentencia del Constitucional contra el Estatut de 2010. Además aquel documento quedó ampliado en la Declaración de Barcelona, firmada en 2017 entre el PSOE y el PSC, en la que se propone directamente avanzar hacia la plurinacionalidad con una reforma constitucional que reconozca “las aspiraciones nacionales de Catalunya”.

La elección del político catalán para presidir del Senado subraya la voluntad del Gobierno de avanzar en esa plurinacionalidad que pone de acuerdo al PSOE y PSC con Podemos y nacionalistas como el PNV. Pero, a la vez, constata que el largo camino por recorrer para llegar a esos objetivos no ha hecho más que comenzar. De entrada porque una reforma de la Constitución de este calado requiere una mayoría de tres quintos en ambas cámaras, es decir, 210 diputados del Congreso y 160 del Senado. El bloque de la moción de censura, pese al crecimiento del 28A, no ha llegado a esos números.

Iceta pretende ahora compaginar su escaño en el Parlament con la presidencia del Senado. Con cuatro décadas de experiencia política a las espaldas, el político conoce como la palma de su mano los partidos socialistas catalán y español. Es, además, uno de los hombres a los que Sánchez escucha cuando se trata de la cuestión nacional catalana. Crecido políticamente bajo la protección de Narcís Serra, Iceta llegó al Parlament en 1999, año en el que habló por primera vez en público sobre su orientación sexual gay, abriendo una senda que hasta entonces ningún político de su talla había recorrido.

El elegido por Sánchez para dirigir el Senado es un hombre sobre todo pragmático, antes partidario de buscar soluciones que de abrir grandes reflexiones sobre los problemas. Sus fieles le reconocen ese practicismo como cualidad política; sus detractores lo interpretan como “cinismo”. En el mundo independentista le recuerdan que en 2012 aseguraba que en las democracias los referéndums de autodeterminación “se tienen que poder hacer”.

Las formaciones de derechas, en cambio, le consideran poco menos que un independentista. Le echan en cara que haya hablado de indultos a los presos independentistas, por ejemplo durante la campaña catalana cuando apostó por “intentar aligerar” las condenas si se acababan produciendo, y le acusan de haber tenido “connivencia” con los gobiernos de Puigdemont y Torra, pese a que los choques de los socialistas con los independentistas han sido constantes durante los últimos años.

En esta legislatura del Parlament, el primer secretario ha podido ejercer de líder de la oposición en los momentos en los que Inés Arrimadas optaba por despreciar a los independentistas negándoles el debate o, directamente, no acudiendo a las citas convocadas por Torra. Mientras que para Iceta a partir de 2016 fue importante situarse inequívocamente del lado constitucionalista, Arrimadas prefirió expulsar siempre al PSC fuera. Ahora ambos tendrán labores en las Cortes Generales, aunque solo la líder de Ciudadanos dejará el Parlament.

Otra diferencia entre ambos es que Iceta no solo ha estado en todas las reuniones convocadas con los grupos independentistas, sino que incluso ha promovido una mesa de partidos para dialogar sobre posibles soluciones al problema catalán. A este foro ha acudido el dirigente catalán dispuesto a hablar de todo pero con una propuesta fija: reformar la Constitución y el Estatuto. Preguntado el socialista para qué servía hablar si él no se pensaba mover, con su habitual buen humor respondió: “Porque es más probable que los independentistas vengan a nuestras posiciones que nosotros a las suyas”.

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