En 1993 se estrenó la obra de teatro 'La Cena de los Idiotas' del dramaturgo francés Francis Veber. Aquella obra fue un éxito, hizo llorar de risa al más pintado, y no es para menos ya que el libreto está lleno de gags donde se descubre la miseria humana, el amor y la inocencia. Pronto se realizó la versión cinematográfica, está claro que el traslado al celuloide de la historia no afectó en absoluto a su capacidad de congregar las risas y el buen humor. Ambos fueron unos soberanos éxitos, de esos recordados dentro y fuera del país galo.
Tanto es así que en 2010 los americanos produjeron su propio remake del ya clásico título. El encargado de realizarlo fue Ray Roach, y en España se tituló 'La Cena'. Ahora llega a Valencia la obra pero en versión nuestra. Y con ello no quiero decir que se haya trastocado el guión o nos lo hayamos pasado por el arco... por la Puerta del Mar, sino que hemos logrado que los puntos localistas de la obra francesa se adaptaran a ciudad del Túria.
Todos los miércoles Carles queda con unos amigos elitistas y desconsiderados para cenar, a dicha cena cada uno de los comensales tiene que llevar a un acompañante del que se podrán reír todos. El que lleve al más idiota, bizarro y extraño, ganará el beneplácito del resto. Carles, un fantástico Josep Manel Casany, a quien te crees en todo rato que sea un señorito de la Valencia carca y endiosada, ese miércoles no puede acudir a la cena debido a una lumbalgia, lo cual le produce una especial pena porque había encontrado a un idiota de órdago.
Vicent Pinyol es un hombre que ama las maquetas, y además trabaja en hacienda, y eso le transforma en el hombre perfecto para convertirse en la diana simplona de los ataques de esa panda de buitres. Vicent entra en casa de Carles en el momento justo, con lumbalgia, descorazonado por el abandono dotmail.com/e su mujer, y juntos emprenden un camino, lleno de risas, estupideces y confesiones descarnadas, hacia conocer el paradero de Cristina, la esposa de Carles. A la fiesta se une Ventura, el antiguo novio de Cristina...
La comedía acierta en tantas cosas que sería difícil mencionarlas sin destripar los gags. Es cierto que no añade nada nuevo al original, ni falta que le hace, pero sí demuestra que el humor, cuanto más cercano, mejor. Ferrán Gadea en el papel del pesado y gaznápiro Vicent Pinyol (muy bueno haber valencianizado el apellido del protagonista François Pignon) llena el escenario en cuanto sale. Consigue transmitir con su gestualidad, su ropa y su andar patoso que estamos ante un personaje tonto en su ejecución social, pero delicado en su transfondo emocional.
Manuel Casany se mete en la piel de un repipi marchante de arte que no duda en utilizar su poder para seducir mujeres, estafar a hacienda y reírse de miserables. Los dos personajes, convertidos en habitantes de nuestra Valencia, hacen referencia a cuestiones locales, como el partido del Valencia cf contra el Real Madrid que se juega la noche de autos. Ventura (Alfred Picó), el que fuera novio de Cristina, está presente en la desintegración del matrimonio de Carles, y alucina con cómo el idiota del que planteaba Carles burlarse se está vengando de todo el sufrimiento y humillación que han padecido sus congéneres idiotilines.
Una vendetta circunstancial que pone de relieve el refrán: a todo cerdo le llega su San Martín. El Talia no decepcionó y sus butacas estuvieron a punto de llenarse por completo, la obra se representará a partir del 1 de Junio en castellano, aunque dudo que sea más divertida, porque tanto Ferrán como Alfred y Josep Manuel parecen moverse mejor en la lengua de Ferrán Torrent.
Una obra que nos habla, como ya hemos comentado, de las miserias del ser humano y de la altivez de los hombres que se creen por encima del resto, pero como la obra está escrita con maestría e inteligencia, asistimos a una evolución a medida que los personajes van creciendo y así el que era tonto e inseguro, se transforma en alguien resolutivo y valiente, y el que era seguro y tenía la vida resuelta, parece estar perdido en su propia maraña de confusión. Una obra para reírse y para reflexionar sobre lo mal que nos comportamos con quien creemos que podemos hacerlo sin salir dañados.