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La escritora Géraldine Schwarz: “En España el PP piensa que vale más la pena olvidar, algo totalmente idiota e ingenuo”

La periodista y escritora francoalemana Géraldine Schwarz.

Lucas Marco / Jesús Císcar

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La periodista y escritora Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) recuperó en su exitoso libro Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets, 2019) el relato familiar para explicar el devenir de la memoria en la Europa contemporánea y el papel de la extrema derecha. La escritora, antigua corresponsal de la Agence France-Presse en Berlín, descubrió que su abuelo Karl Schwarz compró en Manheim —en 1938 y por un precio irrisorio— una empresa a la familia judía Löbmann, que pereció en el campo de exterminio de Auschwitz. En plena posguerra, confrontado a la reclamación de un heredero de los Löbmann, su abuelo se sumerge en la negación de las responsabilidades del Mitläufer, concepto central del libro que designa a las amplísimas capas de la población que navegaron a favor de la corriente del nazismo.

Con una perspectiva europeísta y liberal, Géraldine Schwarz traza el relato de tres generaciones de su familia y reflexiona sobre la historia reciente de Francia y Alemania y el auge de la extrema derecha. Invitada por la Escola de Pensament Lluís Vives, Schwarz conferenció esta semana en La Nau de la Universitat de València sobre el pasado y la memoria junto con el periodista Francesc Bayarri y el historiador Vicent Sanz.

En esta entrevista con elDiario.es, la periodista francoalemana desglosa el papel de la memoria y del nazismo en la Europa contemporánea y aboga por mostrar la complejidad del pasado frente a la extrema derecha actual. “Hay una correlación entre esa ausencia de reflexión sobre el papel del Mitläufer y el ascenso de un partido como el Rassemblement National en Francia”, advierte Géraldine Schwarz.

¿De qué sirve a la memoria europea el concepto de Mitläufer que sobrevuela su libro?

De manera general en Europa, en la memoria colectiva de las guerras o de las dictaduras, tenemos tendencia a dividir la sociedad en tres categorías: los actores principales (verdugos), las víctimas y los héroes. Y olvidamos totalmente esta categoría de Mitläufer porque es una categoría gris, difícilmente utilizable en la ficción y en el cine. Necesitamos personajes que tengan un perfil muy claro y el cine y las novelas han contribuido mucho a eso. El Mitläufer alude a todos aquellos que consideran no tener ninguna responsabilidad en los hechos del pasado. Pasamos de lado de la posibilidad de aprender de la historia. No podemos aprender de la historia conmemorando simplemente a las víctimas. Conmemorar a las víctimas permite desarrollar la empatía, algo muy importante, pero no permite imaginarse que uno mismo pueda ser responsable de un crimen indirectamente por su actitud de Mitläufer. Por eso quería escribir un libro sobre esta categoría olvidada, para que el lector comprenda que él mismo es un potencial Mitläufer. Esa categoría fue olvidada en la gran parte de países que han hecho un trabajo de memoria. Muchos países han hecho este trabajo de memoria, incluso España, pero olvidando esta categoría.

¿Cómo se adaptó a la memoria oficial en Alemania?

En Alemania, en los años 60, el trabajo de memoria empezó lentamente después de una década escandalosa de impunidad. Y esa categoría ha sido central porque el trabajo de memoria fue exigido por la sociedad en si. No por la generación de los verdugos sino por la generación de sus hijos. Es un trabajo reclamado por la sociedad y no impuesto desde arriba; es una de las razones por la que tuvo éxito. Y esta categoría devino central bastante rápido porque se dieron cuenta de que el círculo de responsabilidad poco a poco se amplió. Al principio eran Hitler y sus ministros, a finales de los años 70 casi toda la sociedad estaba en ese círculo: la industria, los comerciantes, los médicos, los universitarios, los investigadores, el Ejército. Gracias a esto, la mayoría de los alemanes de mi generación han estado muy impregnados por ese trabajo. Aún hoy en Alemania existe la cuestión de la responsabilidad individual que para mí explica que la democracia funciona bien en ese país.

Aún hoy en Alemania existe la cuestión de la responsabilidad individual que para mí explica que la democracia funciona bien en ese país

¿Y en Francia?

En Francia, durante dos o tres décadas, el mito 'resistencialista' y la versión oficial fueron dominantes, lo que no quiere decir que todo el mundo se lo creía. Es el mito según el cual gran parte de los franceses había resistido más o menos activamente, unos con las armas y otras escondiendo a judíos de la presencia alemana. Existía también el mito de que la colaboración fue impuesta por Alemania. En los años 70, el libro del historiador americano Robert Paxton derribó este mito demostrando que hubo un porcentaje muy bajo de la población francesa que activamente resistió.

Requirió tiempo en Francia, es el problema habitual del tiempo y la memoria: lo que fue probado históricamente tardó aún 20 años en pasar a la memoria colectiva. Sólo en los años 90 hubo una conciencia en Francia de que la mayoría de la población había apoyado al mariscal Pétain porque trajo la paz. No fue hasta 1995 cuando [el presidente de la República Jacques] Chirac reconoció la responsabilidad de Francia en los crímenes cometidos bajo la colaboración. Desde entonces hay un trabajo de memoria extremadamente dinámico. No pasa una sola semana sin una película en televisión en Francia sobre la Segunda Guerra Mundial y [el régimen colaboracionista de] Vichy. Ya no hay revisionismo histórico pero, por el contrario, no se habla de la actitud de la mayoría de la sociedad francesa: están los malvados colaboradores, los héroes de la Resistencia (de los que sabemos que no eran muchos) y las víctimas (los judíos). Pero el resto es un misterio. Ha sido abordado por los historiadores pero no ha entrado en la memoria colectiva como lo ha sido en Alemania.

Usted es francoalemana, ¿Qué diferencias percibe entre ambos países?

Cuando pensamos en la Alemania nazi pensamos enseguida en la vergüenza de la sociedad alemana, eso es la memoria colectiva. En Francia, hemos fracasado en aprender del pasado, es decir, en enlazar lo que ha pasado, especialmente la deportación de los judíos en Francia y la actitud de cada uno. Falta ese vínculo. Es lo mismo en Italia; Primo Levi lo decía ya en los años 70: los italianos no hacen la conexión entre los campos de concentración y de exterminio y el fascismo, a pesar de que nació en Italia. Es la tesis del libro: hay una correlación entre esa ausencia de reflexión sobre el papel del Mitläufer y el ascenso de un partido [de extrema derecha] como el Rassemblement National en Francia.

En los debates en Francia sobre la memoria se mezcla también la responsabilidad en el colonialismo.

En Italia es más evidente porque Mussolini llevó a cabo agresiones fuera de su territorio, en África y también en los Balcanes y Grecia, fue el primer aliado militar de Alemania. En Hubo campos de concentración en Libia y ataques con gas en Etiopía. Ahí hay un vínculo muy fuerte: entre los crímenes del fascismo italiano están los crímenes coloniales. En Francia es mucho menos directo el vínculo. La Francia del [mariscal Philippe] Pétain no invadió otros países en Europa, no era un aliado militar de Alemania aunque hay un ejemplo en el que hubo consecuencias: Argelia. Como era un departamento francés, el régimen de Vichy también gobernó en Argelia, era exactamente la misma legislación que en Francia contra los judíos, con aplicación de medidas antisemitas. Hay una competencia memorial. De manera mucho más general, hoy en Occidente, al menos desde hace cinco o siete años con ese movimiento de destrucción de las estatuas, es como si esa memoria quisiese consolidar un lugar más importante que fue ocupado durante mucho tiempo por la memoria de la Segunda Guerra Mundial, del fascismo y de la Shoa [el término hebreo que designa el Holocausto].

¿El traumatismo de la experiencia de sus abuelos alemanes se ha transmitido a las siguientes generaciones?

Para mí no era traumático. Al principio no quería escribir una historia familiar sino un libro sobre el trabajo de memoria en Alemania porque me di cuenta que era la clave que explicaba muchas diferencias entre Alemania y Francia, especialmente en materia de transparencia y de democracia. Esa toma de conciencia de que el trabajo de memoria ha permitido verdaderamente a Alemania construir su democracia, es probablemente aplicable a otros países. Me pregunté por qué otros países no lo hacían cuando es gratuito. Es siempre esa percepción un poco errónea de que el pasado es un peso. Pero depende de cómo tratemos el pasado, puede convertirse en una riqueza. A medida que introduje la historia familiar, me dije que si hablaba del trabajo de memoria y critico a los que no lo hacen, hace falta que lo haga yo misma, si no no es creíble.

¿Cómo se planteó volcar la experiencia familiar en su libro?

Conocía algunas cosas, sabía que mi abuelo era del partido nazi, que no había estado en el ejército ni no estaba muy convencido pero no conocía esa historia de la compra de la empresa a un judío. No sé si era porque se trataba de un traumatismo por lo que no lo habíamos hablado realmente o si era porque no hice muchas preguntas. Mi padre hablaba mucho de su familia pero cuando se produjo el contencioso con la familia Löbmann era un niño pequeño. No creo que él mismo conscientemente estuviera traumatizado. No hay que olvidar que lo que hizo mi abuelo fue un crimen del que fue cómplice como muchos otros alemanes, pero mucho menos que otros, que generalmente escriben libros porque sus abuelos estaban en las SS o habían tenido un papel importante. Es bastante singular escribir un libro sobre un abuelo que, al final, hace algo muy banal.

¿Que papel juega su padre en este relato?

No podemos hablar de traumatismo por mi parte. Pienso que mi padre es muy representativo de toda esa generación que fue traumatizada porque descubrió otra verdad y que sus propios padres, prácticamente todos, estaban implicados, aunque fuese por su indiferencia. No todo el mundo se aprovechó como mi abuelo, pero la mayoría fue indiferente, incluso seducido por Hitler y el nacionalsocialismo, como mi abuela. Toda una generación ha integrado ese traumatismo, que en mi padre se percibía en la manera de educarnos, por el hecho de que era muy partidario de la libertad por ese pasado traumático. Eso es lo que nos transmitió: conciliar libertad y responsabilidad, que una cosa no existe sin la otra.

¿Publicar este libro supuso algún tipo de liberación?

Yo misma, no creo que fuera por casualidad si he contado esta historia familiar, no sé si podemos hablar de liberación pero en todo caso era importante que esa historia fuera representativa. La historia familiar sostiene la gran Historia, más que lo contrario. Utilizo la pequeña historia para colar la gran Historia. Porque la memoria es omnipresente por todos lados en todos los países, como en la guerra de Ucrania. Las guerras memoriales son extremadamente actuales pero lo que falta es la Historia. Hay una falta de conocimiento histórico y eso es un problema porque si la memoria toma el lugar de la Historia, no funciona.

Nos servimos de la memoria en función del sentido que queremos darle al presente

Hace falta que la Historia siempre sostenga la memoria para que se pueden confrontar ambas y nos demos cuenta hasta qué punto la memoria no es fiable, fluctúa y cambia no sólo en función de las personas sino también del tiempo: la memoria que tenemos de un hecho cambia con nosotros mismos. A los 20 años tenía otro recuerdo de mi infancia que hoy en día. Nos servimos de la memoria en función del sentido que queremos darle al presente. Y es totalmente natural, salvo que hay que ser consciente de ello, por eso hace falta que la memoria no cuestione la existencia de una realidad objetiva.

¿Cómo ha evolucionado la situación desde que publicó su libro?

Escribí el libro cuando la situación ya era inquietante, los resultados del Rassemblement National eran importantes, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 obtuvo el 34% [con Marine Le Pen de candidata]. Era la primera vez desde 2002 en que estaba en la segunda vuelta con un 34% de los votos, ya estaba claro que la situación era urgente en Francia. En Alemania, donde no había habido partidos de extrema derecha verdaderamente significantes desde la Segunda Guerra Mundial, el AfD [Alternativa para Alemania] aumentaba con la crisis de los refugiados. Había ya muchas señales: en Italia la Lega Nord ya estaba en el poder, Trump había sido elegido, el Brexit. Lo que no era previsible es que el libro seguiría estando de actualidad cinco años después. Sigue de actualidad, sobre todo para el caso de Francia, donde las últimas elecciones fueron verdaderamente inquietantes y las próximas lo serán aún más.

¿Y en Alemania?

De momento, la actualidad ha demostrado la tesis según la cual cuando un país como Alemania enfrenta su pasado, la democracia es más sólida y resiste mejor. En Alemania, el AfD no evolucionó como podríamos haber pensado en 2017, sino que más bien ha reculado gracias a una conciencia muy anclada en las instituciones y en la sociedad, a los grandes pilares de la democracia y también a los medios de comunicación, que han hecho un trabajo bastante consecuente. Es decir, que está casi en el ADN alemán ese rechazo del extremismo y esa lucidez de no dejarse fácilmente manipular, menos que en otros países porque existe esa educación que les permite descifrar bastante rápido La extrema izquierda también es muy débil en Alemania. El extremismo en Alemania no ocupa más que el 16% en el Parlamento. Existe esa lúcida inteligencia política muy expandida.

La actualidad ha demostrado la tesis según la cual cuando un país como Alemania enfrenta su pasado, la democracia es más sólida y resiste mejor

¿El caso de la Hungría de Viktor Orbán ya era una seria advertencia en el contexto europeo?

El caso de Hungría era uno entre otros, aunque es un recorrido muy diferente porque en todo el bloque del Este la democracia es mucho más reciente. No podemos aplicar los mismos estándares a esos países. Europa occidental lleva casi 40 años de ventaja democrática que los países del Este. Es normal que no sea la misma evolución. En Europa del Este ha habido una memoria impuesta por la Unión Soviética, durante todo ese periodo fueron obligados a conmemorar al Ejército Rojo. Es una situación extremadamente esquizofrénica que no se olvida de la noche a la mañana. Son países que ora fueron aliados del Reich ora fueron favorables a la victoria nazi porque la mayoría detestaban al Ejército Rojo, que temían mucho más que al Ejército alemán. Tuvieron que conmemorar a los héroes soviéticos, con lo cual es normal que su relación con la memoria esté un poco perturbada.

¿Qué efecto tuvo esa suerte de esquizofrenia con la entrada en la Unión Europea?

La Unión Europea, a partir de la caída del Muro de Berlín, convirtió la adhesión a la línea oficial memorial en una condición de la entrada a la UE. Una de las condiciones era adherirse al hecho de que la memoria de la Shoa, de la colaboración y del fascismo sirviese de pedestal común para construir la democracia y la paz. Todos esos países cuentan con sus museos del Holocausto, estatuas y monumentos pero no ha servido de nada porque fue más o menos impuesto. Sólo funciona cuando proviene de la sociedad y cuando se antepone la categoría del Mitläufer. La sociedad húngara no ha hecho el vínculo.

¿Supone un fracaso de la memoria oficial europea?

Yo matizaría que no ha habido un fracaso, sino una división en Europa entre aquellos que han aprendido de la Historia y se adhieren a esa idea de que la memoria permite educar políticamente, convertirnos en menos idiotas y consolidar la democracia y los que tienen una cierta nostalgia de aquella época, los perdedores en cierta forma de la mundialización y de la democracia, que por desesperación y frustración —también a veces por oportunismo— se acercan a estos partidos. Tanto los unos, para mí como signo de fracaso, como los otros, son el signo de un éxito. Gran parte de la sociedad europea es muy sensible a estas cuestiones, incluido en España, y no hay que olvidarlos, son mayoritarios, los otros aún son minoritarios en Europa.

¿Aún así no ve esa minoría como un peligro?

Sí, es una minoría muy fuerte. De hecho, los que van a elegir nuestra suerte es esa gran parte que no vota y queda indiferente y no comprende que su voto tendrá una influencia sobre su propia vida. El Mitläufer también contribuye a adquirir conciencia de que tenemos un papel y una responsabilidad de consecuencias negativas pero también positivas. Es también el papel de los medios hacer entender que cada uno tiene que ejercer un rol y puede influir en el curso de la Historia. Porque existe también esa impresión de impotencia peligrosa al llevar a la indiferencia. Más vale prevenir que curar, una vez que esos partidos tiene el poder no pienso que quieran mantener la democracia. No habría golpe de Estado militar, será más sutil y perverso. Y luego es mucho más complicado de actuar, hay que ser un poco un héroe. Prevenir es relativamente fácil: hacer falta ir a votar, tener conciencia de las consecuencias de sus actos e intentar actuar en coherencia con los valores propios. Es esa parte de la población que decidirá quién ganará finalmente.

En el capítulo de su libro dedicado a Italia aparece un personaje cuya descripción enlaza a la perfección con la victoria de Giorgia Meloni. ¿Cómo ha vivido estas últimas elecciones?

En 2017, el resultado de las elecciones fue un primer paso que se concretizó [con la victoria de Giorgia Meloni]. Lo que Primo Levi decía ya en los años 70 en una entrevista de la RAI, decía que los italianos se escondieron detrás de los alemanes. Es uno de los problemas del hecho de que Alemania aceptó la responsabilidad de la guerra y de la Shoa. Pero mucho pensaron que fue en su interés propio esconderse tras esos crímenes a pesar de que paradójicamente Alemania aprovechó para retirar de ese pasado negativo lo mejor —y en cierta manera fue un poco exasperante—, eso es extremadamente inteligente más allá del aspecto moral.

Cuando ya no tenemos vergüenza, se deja vía libre a todos los excesos

Por eso, en España, el partido conservador [el PP] piensa que vale más la pena olvidar y eso es algo totalmente idiota e ingenuo. Se puede retener del pasado cantidad de cosas para el presente. En Italia no tuvo lugar y es una pena porque había de qué servir a la sociedad. En Italia hay una parte de la sociedad muy madura democráticamente pero hay otra parte que desafortunadamente ha aceptador el confort que le proponían los partidos extremistas como [los Fratelli d'Italia liderado por] Meloni y también el problema de la rebaja de los tabúes. La vergüenza es importante, no es algo necesariamente negativo. Cuando ya no tenemos vergüenza, se deja vía libre a todos los excesos. Es con ese rechazo de la vergüenza que esos partidos han ganado un electorado consecuente cuando la vergüenza nos protege de lo peor.

En la primera edición francesa de su libro no alude a España. ¿Cómo percibe el papel de la memoria en España?

En la versión española hay un epílogo del historiador José Álvarez Junco y pienso que está bien que fuera delegado porque en el caso de los Países Bajos escribí un capítulo muy criticado allí. Conozco menos el caso de España pero la situación es un poco diferente porque, evidentemente, fue una guerra civil y el enemigo era interior. En Alemania, la mayoría de la población apoyó o restó pasiva en relación al nazismo. No ha habido grandes controversias memoriales porque prácticamente todo el mundo fue más o menos nazi, lo que facilitó las cosas. Porque desde el momento en que la norma es no defender el nazismo sino criticarlo, todo el mundo está de acuerdo.

Lo que me extraña en el caso español es que la voluntad de olvidar hoy en día sabemos que no funciona

¿Cómo percibe la amnesia española?

En España hay dos campos muy claros y es muy difícil encontrar un consenso porque siempre hay uno de los dos que pensará que es el perdedor. Italia también tiene un poco ese problema porque en los últimos años, en todo caso, hubo una guerra partisana. Lo que me extraña en el caso español es que la voluntad de olvidar hoy en día sabemos que no funciona. Era la reacción de la mayor parte de los países europeos en los años 50. En aquella época, el trabajo de memoria es algo nuevo que no se conocía. En Francia, Países Bajos, Italia (y también en Alemania) empezaron a construir un mito y a querer pasar página. Todo el mundo quería pasar página hasta que se dan cuenta de que no funciona, lo sabemos al menos desde hace 30 años. Todos los países hoy en día han abandonado completamente la idea de olvidar.

¿Qué opina de la visión de la derecha española sobre la memoria?

Me extraña que el partido conservador (porque Vox no olvida, reescribe) tenga esa actitud completamente ilusoria. No existe el olvido: un individuo no olvida y, por tanto, una sociedad tampoco. Olvidar es más bien dejar una especie de abismo vacío en el que otros van a aprovechar para escribir. Es ingenuo. Hacer como que se olvida es, de hecho, arriesgarse a estar aún más obsesionado por el pasado. Estamos tan obsesionados por el pasado que intentamos olvidarlo. No funciona y vale más la pena intentar confrontarlo para integrarlo en el presente. Una democracia madura, tal como un individuo maduro, intenta integrar el pasado en el presente. Porque, de todas maneras, el pasado está en el presente. Está ahí todo el tiempo, eso es la amnesia: hacer como si no estuviera ahí. Se trata de integrarlo, intentar aceptarlo en el presente. La etapa siguiente, que es aún mejor, consiste en servirse del pasado para un mejor presente y futuro. En la escala individual aprendemos también de los errores del pasado. Si preguntáramos a un individuo si quiere olvidar la mitad de su vida bajo el pretexto de que hay sombras, nadie querría; es lo mismo en una sociedad. Es una actitud que me parece incomprensible.

¿Y de Vox?

Lo que hace Vox es mucho más banal, es revisionismo como hacen la mayoría de los partidos de extrema derecha en Europa. Se aprovechan del pasado, han entendido que el pasado en un pozo de oro; Putin también lo ha comprendido. Hay que oponer a eso otras interpretaciones del pasado, mostrar que es complejo, que el pasado es plural pero que, sin embargo, hay hechos. Aceptar que ese pasado sea percibido de manera diferente pero no que los hechos sean reescritos. Cuando hubo masacres, hubo masacres y muertes. Quizá haya aún una especie de confusión en la mente de la gente entre historia y memoria vivida. Hay que tolerar la memoria de los otros, así se opera un acercamiento. Hay que usar la historia para acercarse. Por el contrario, Vox usa la historia para dividir. Hay que ser muy claro: no lleva a ningún sitio. No es ni siquiera un juicio moral: no funciona. Desde un punto de vista pragmático no es lo que va a hacer avanzar a la sociedad ni unificarla. También hace falta que del otro lado haya una voluntad de reconocer sus propios crímenes y abusos. Pienso que si se da ese paso, se puede dar un ejemplo de madurez. Siempre existe ese miedo de que el otro aproveche el reconocimiento de sus propios errores pero pienso que hay que confiar en la sociedad, que sabe reconocer la fuerza del reconocimiento de sus propios errores.

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