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Pandemia y colapso económico: esta vez va a ser diferente

Jordi Palafox

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Esta no es una pandemia excepcional desde una perspectiva histórica, pero todo apunta a que sí lo van a ser sus consecuencias económicas, mucho más graves que en bastantes de las anteriores.  Aunque, no tenemos información cuantitativa suficiente para calcularlas más allá de las denominadas estimadivinaciones, cada día parece más evidente que el actual contexto conduce a un colapso de la economía.

Una pandemia ni nueva ni distinta

Aun así, de  entrada debe subrayarse que las pandemias no han sido excepcionales en el pasado. Sólo, por tanto, desde la ignorancia se le puede hacer declarar al Jefe del Estado que “estamos haciendo frente a una crisis nueva y distinta, sin precedentes”. Éstas, han tenido, además, resultados letales muy superiores a los que hoy parecen más probables para el Covid-19. Es algo que pretende ignorar parte de la sociedad del “lo quiero y lo quiero ya” en donde ayer parece tan lejano como el planeta Neptuno y siglos pasados están, en el tiempo, próximos a la galaxia GN-z11, esa que, según los expertos, es la más alejada de la tierra.

Al menos sí se está mencionando la gripe 1918-19, conocida como la Gripe Española. Sin embargo, más para destacar sus enseñanzas –la eficacia de los confinamientos- que para subrayar su efecto más devastador: el número de los fallecidos, una cifra entre los 50 y 100 millones de personas. Una cifra, por tanto, sin comparación posible con los 15.000 de la pandemia actual a fecha de hoy.

Pero es que además, aquella no fue una situación única desde la perspectiva histórica. En el pasado, otros patógenos causaron desastres demográficos catastróficos, sin que existiera, ni de lejos, el nivel científico actual para luchar contra ellos. Las dos más demoledoras fueron la Peste Negra y, a escala muy inferior, la colonización española de México. La primera, transmitida a Europa a través de la Ruta de la Seda, redujo la población del continente entre un 45% y un 50% en solo cinco años (1347 -1351). En el caso de México, la ausencia de inmunidad frente a las “enfermedades europeas” llevó a una drástica reducción demográfica. Su impacto mortal varía entre el 50% y el 90% de la población existente, cuya cuantía sigue siendo desconocida y objeto de debate académico.

Y junto a estas pandemias, otras enfermedades provocaron igualmente grandes mortandades. Durante el siglo XIX, el cólera fue, quizá, el causante de las más importantes. En España, sus cuatro grandes oleadas provocaron 800.000 muertes. Por otro lado, como con la peste negra, su  causa y vías de transmisión eran desconocidas. En la mayor parte de los países incluso después de que el epidemiólogo británico John Snow la asociara en 1854 a la contaminación del agua y los vegetales cultivados con ella. Hasta 1884, esto es durante la última de las cuatro pandemias, Robert Koch no identificó el bacilo causante. Y a pesar de que el español Jaume Ferrán descubrió una vacuna casi de inmediato, y la provincia de Valencia fue la primera área del mundo en que se vacunó a un número elevado de sus habitantes, la comunidad científica, Ramón y Cajal entre ellos, no aceptó sus resultados. La vacuna sólo sería aprobada décadas después.

De todo lo anterior parece evidente concluir que, durante aquellos episodios, la población estaba mucho más desprotegida tanto frente a la enfermedad como frente a sus consecuencias psicológicas. Es posible que para una parte de ella el estoicismo ante la muerte o la fe religiosa fuera una ayuda. No para otros, como lo demuestran las matanzas de frailes (en 1834) y motines contra los médicos forenses (en 1854) acusados de propagarla. Comparada con la situación actual, dominada tal vez por la sobreinformación pero también por un contexto científico y sanitario sin parangón, la del pasado está muy lejos de resultar envidiable. Como acaba de afirmar el joven Edgar Morin a sus 98 años, “éste es un confinamiento de lujo”.

Recesión económica: esta vez va a ser diferente (y más grave).

Cuestión diferente es el impacto económico de la pandemia actual. La gran diferencia respecto a las anteriores no es tanto su impacto, global también en el pasado, sino la velocidad de propagación y que el conocer, y adoptar, las medidas para combatirla sin la existencia de una vacuna implica el cese de buena parte de la actividad económica. A ello se suma, como bien conocen los psiquiatras, la escasa resiliencia de una parte de la sociedad actual; esto es, su modesta capacidad para adaptarse positivamente a situaciones adversas, lo cual, sin duda, va a suponer problemas importantes de carácter psicológico. Una vez remita la epidemia, y en ausencia de un remedio de efecto inmediato y uso generalizado, no va a ser cuestión de un día (ni de un mes) la vuelta a la “normalidad”. La recuperación en V (una fuerte y rápida caída de la actividad seguida de una recuperación de una velocidad similar) parece más un deseo que una probabilidad (excepto, hay que insistir, si se descubriera la forma de eliminar o contener el virus a corto plazo).

Conviene, pues, recordar una vez más la constatación de Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Porque es difícil pensar cómo se va a evitar un colapso económico con gran parte de la población confinada y la mayor parte del sector mayoritario de la economía, los servicios, paralizado. Las advertencias de los organismos internacionales (FMI, OCDE, FED) apuntan en esa dirección. Tampoco parece probable esperar un impacto simétrico de la crisis; similar en todos los países. De nuevo parece más una ilusión, o un argumento para defender políticas supranacionales dentro de la UE, que una descripción de la realidad. Por ejemplo, es difícil pensar que economías, como la española o la italiana, con un empleo en hostelería, bares y restaurantes (NACE rev. 2 I) cercano al 8% del total vayan a tener un aumento del paro similar al de economías en donde estas actividades tienen menor relevancia (sobre el total del empleo). Y así, por no hablar de la recuperación del turismo, con el resto de los sectores paralizados.

El colapso, sin duda, se podrá moderar dotando de liquidez a empresas (y autónomos), pero en modo alguno va a poder ser evitado. Su gravedad dependerá, además de la estructura sectorial de cada economía,  de la duración de la pandemia y de la eficacia de las medidas adoptadas para conseguir mantener en funcionamiento, al menos, a una parte de la actividad impidiendo un aumento de las suspensiones de pagos a ritmo similar al de los contagios hoy.

Es posible que la UE salga de su letargo y articule políticas fiscales supranacionales. No parece esperable sin embargo, que tengan la importancia suficiente para detener el colapso del sur del continente. Por más que no nos guste reconocerlo, ni siquiera mencionarlo, la desconfianza acerca de la gestión eficaz de los fondos se mantiene entre los grandes paganos o potenciales avalistas. Son los costes de mantener intacto el crony capitalism (mal traducido por capitalismo de amiguetes).

Pero además, es mejor saber que por más que se inyecten recursos, incluso directamente a las familias como probablemente hará Donald Trump, (con el apoyo demócrata), la recuperación sólo será visible una vez regrese la normalidad y, con ella, la confianza. Entonces sí, medidas fiscales expansivas (mutualizando la deuda si fuera posible, que está por ver) podrán tener éxito. Si hubiera valentía, inyectar recursos directamente a los agentes económicos va a ser la única solución para evitar una nueva década de crisis.

Sin embargo, precipitarse sin establecer discriminaciones en función de la renta de las familias (no de los individuos) y de su impacto multiplicador, es repetir errores. Como el del Plan E de 2008, aquel  intento de evitar la destrucción de empleo por parte de ZP que condujo a una elevadísima morosidad, léase despilfarro de recursos, sin aumentar significativamente la ocupación. Porque mientras no vuelva la normalidad, serán, en gran medida, recursos sin posibilidad de ser gastados.  Y no debiera olvidarse que, como le gustaba recordar a Ch. P. Kindleberger a propósito de la depresión de los años treinta y comparando el fomento de la demanda con un caballo y al gobierno con su jinete; éste puede evitar que el equino abreve pero es imposible que lo haga si no tiene sed. Y más si ésta confinado en su cuadra, podría añadirse.

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