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De la frustración tras décadas como empleada de banca a premio extraordinario de carrera a los 57 años

María Sancho, en el centro, celebra con su familia la finalización del grado en Traducción e Interpretación.

Laura Martínez

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De lunes a viernes, cada día y durante 30 años, María Sancho acudía a la entidad financiera en la que trabajaba. En el último año, las circunstancias familiares y laborales le provocaron un problema de ansiedad que derivó en una baja médica y, posteriormente, el cese de la relación laboral. En 2016 los planes de reestructuración del sector bancario eran una constante. Entre 2010 y 2020, tras la crisis que hizo desaparecer las cajas de ahorros, los bancos han visto 70 procesos de despidos colectivos, salidas voluntarias y reducciones salariales, que se han llevado por delante 70.000 puestos de trabajo. En el caso de María, su acuerdo se produjo sin un ERE de por medio, con un acuerdo individual tras tres décadas de trabajo. “Al cabo de los años yo no tenía ya ilusión por lo que hacía y la entidad tampoco estaba cómoda conmigo, así que un mutuo acuerdo de salida fue la mejor opción. Para ellos eres una ratio entre lo que cuestas y el beneficio que en conjunto da tu centro de trabajo”, expresa al otro lado del teléfono.

En su casa de Dénia (La Marina Alta, Alicante), con 53 años y dos hijos, decidió matricularse de nuevo en la universidad en el grado de Traducción e Interpretación. María, que estudió Derecho pero nunca había ejercido su profesión, apostó por reciclar su formación canalizando el interés que tenía por las lenguas y su dominio del inglés y del alemán.

Mi historia es muy normal, pero a mí me resulta muy satisfactoria porque supone una curación y un renacer

“Mi historia es muy normal, pero a mí me resulta muy satisfactoria porque supone una curación y un renacer”, cuenta con modestia dos días después de conocer que la Universitat de València le ha otorgado el premio extraordinario del grado por su expediente académico.

Su comparativa de los lenguajes jurídicos inclusivos en los sistemas alemán y español, con el que ha obtenido matrícula de honor como trabajo de final de grado, ha sido el culmen a los cuatro años de carrera. El camino a la sucursal bancaria fue sustituido por los 100 kilómetros que separan la capital de La Marina Alta del centro de estudios universitarios de la Avenida Blasco Ibáñez en València. Más de dos horas diarias de coche, sin alternativa de transporte público, que solo fueron reemplazas desde la irrupción de la pandemia por las clases telemáticas en el tercer curso y las clases mixtas en el último.

En los cuatro años de su segunda etapa académica las dudas han estado presentes, pero “no tener que demostrar nada a nadie” y el apoyo de su familia, asegura, le ha dado tranquilidad para poder desarrollar sus estudios. “A veces te preguntas por qué, pero no necesitas demostrar nada a nadie. Te sientes más libre”, comenta.

La acogida de los compañeros

La universidad, señala, le dio la vida al “tener contacto con gente joven, que tienen la edad de mis hijos” y “reciclarse en casi todo”. “Estoy aprendiendo todo lo que puedo”, afirma, al tiempo que aprovecha para desterrar algunos prejuicios sobre las generaciones más jóvenes. “Los compañeros me acogieron y en la graduación estuvieron constantemente pendientes de mí”, mientras que para los profesores “eres como una igual”.

Su mensaje en redes sociales se ha vuelto viral y ha llevado a otras personas, especialmente mujeres, a compartir experiencias similares y a responder a las dudas de las que se plantean el mismo camino. “Yo era teleoperadora, con una hija de 7 años y un maltratador en nuestra vida. 52 años, volví a la universidad, cuatro años, maestra de primaria. Con 56 me presento a oposiciones, sin puntos, de cero, y saqué plaza a la primera. Tengo 62 y todavía lloro de emoción por el cambio de vida”, comenta una usuaria, a la que se añade otra mujer, Cristina, que bromea narrando que realizó su trabajo de final de máster a la vez que uno de sus hijos realizaba su proyecto de final de carrera, mientras que María L. apunta: “Con 49 años, dos trabajos y tres hijos me saqué el doctorado”. Susana, también de su quinta, explica que empezó la carrera de Traducción e Interpretación “con 42 años y tres hijos pequeños”. Y añade: “Me gradué con 47 e hice un máster en Traducción Literaria con 49. Nunca es tarde”. Esa alegría contagiosa, considera, es como otro premio.

“Me sorprende la repercusión del mensaje. Lo escribí para la gente más cercana. Creo que la gente necesita, además de buenas noticias, ver que lo que queremos hacer más allá de las limitaciones, de lo que se espera de nosotros, se puede conseguir. Ha merecido la pena seguir adelante”, sentencia.

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