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De la butaca al escenario, como un músico de sinfónica por un día

De la butaca al escenario, como un músico de sinfónica por un día

EFE

Valladolid —

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Abren las puertas, suenan los aplausos y ante el público están las sillas aún vacías que ocuparán los músicos, aunque una fila en el escenario, junto a los fagotistas, está reservada para los integrantes de la llamada “Fila OSCyL”, que sirve para vivir una experiencia musical única.

En el Auditorio del Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid, la Agencia EFE ha tenido la oportunidad de vivir lo que desde hace dos años un grupo selecto de público disfruta de la mano de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, escuchar de cerca los acortes clásicos que emocionan al patio de butacas.

Antes de llegar al escenario y compartir nervios con los músicos, una ujier conduce por la laberíntica estructura interna del edificio a los 'intrusos', que observamos atónitos el microcosmos que conforman los músicos de la OSCyL y sus rituales previos a los conciertos.

Camisas bien ceñidas, botones hasta arriba, zapatos impolutos y ese solo que quita el sueño repasado mentalmente una y otra vez... y listos. Mientras, a los que conformamos la Fila OSCyL nos trasladan al camerino anejo al violinista estrella de la noche, el estadounidense Augustin Hadelich, donde las paredes no son obstáculo para escuchar el monólogo del artista con su Stradivarius.

La hora ha llegado, los músicos se aferran a sus instrumentos y van ocupando su puesto jerárquico en la orquesta. De nuevo todos en pie, el director israelí Eliahu Inbal, por segunda jornada consecutiva, hace su entrada en el escenario batuta en mano, partitura en mente y da la bienvenida a los asistentes, todo va a comenzar.

Con una mirada oculta para el público que observa desde las butacas, el director da la orden de comenzar y Mozart vuelve a la vida con su Sinfonía nº25, una de las obras más atípicas del genio musical enmarcada en el periodo conocido como 'Sturm und Drang' y caracterizada por sus contrastes y choques armónicos.

El ángulo de 180 grados que nos enfrenta al público y la cercanía a los músicos hacen que cientos de detalles que para los espectadores pasan desapercibidos se vuelvan cotidianos junto a los músicos.

El sonido de las llaves de los instrumentos, el ruido de las partituras al pasar de página, el acompasado golpeteo de algún pie sobre la tarima para marcar el ritmo, el tarareo de la melodía del director o las miradas de complicidad entre los músicos se tornan una nota no escrita en sus singulares pentagramas.

Tras Mozart, es el romántico Mendelssohn quien hace acto de presencia a través de sus composiciones en el auditorio y para interpretarlas, el premio Grammy al mejor solista clásico Augustin Hadelich pasa a ocupar el espacio central de la orquesta apenas a un metro de distancia del director.

Con una deslumbrante carrera como solista en Sinfónicas como las de San Francisco, Boston, Chicago o Nueva York, este joven violinista de 34 años, alabado por su técnica y sensibilidad poética, también reconoce a Efe tras el concierto la “gran calidad” que atesora la OSCyL, que le ha hecho “disfrutar enormemente” sobre el escenario y con el “gran recibimiento” del público.

Tan cómodo se sintió compartiendo el lenguaje universal de la música junto a los profesionales de la orquesta que, ante los sonoros y prolongados aplausos de los espectadores, Hadelich se dirigió directamente al público para presentar una breve pieza que no estaba contemplada en el programa, que llevó a las lágrimas al primer violín.

Con las supuestamente sencillas escrituras para violín de Mendelssohn interpretadas, el principal representante del nacionalismo checo, Antonín Dvorák, y su célebre sinfonía nº8, dirigidas de nuevo de memoria por el enérgico y expresivo Inbal, completaron el programa de la noche. Aplausos, todos en pie, el concierto había terminado.

Adrián Arias

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