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Por qué 'Roma' es historia del cine aunque no puedas verla en cines

Póster de 'Roma', de Alfonso Cuarón

Francesc Miró

No hay apenas premios este año por los que Roma, la última película del director mexicano Alfonso Cuarón, no haya pasado. Tras ganar el León de Oro en el Festival de Venecia, ha estado en los Spirit, BIFA, Gotham, Satellite y ahora también opta a tres Globos de Oro y al Goya a Mejor película iberoamericana. El  Círculo de Críticos de Nueva York, la National Board of Review y el American Film Institute la han reconocido como una de las mejores películas del año. Y, como no podía ser de otra manera, se postula como una de las favoritas de los Oscar. Pero la produce Netflix.

¿Qué significa esto? Que su estreno en la plataforma limita las posibilidades de su paso por las salas de cine. La mayoría de exhibidores han decidido no proyectarla ante la inamovible fecha de llegada al catálogo de todo aquél que tenga cuenta en Netflix. Así pasó con otras películas de la compañía de Reed Hastings como Okja, La balada de Buster Scruggs o Aniquilación.

Y sin embargo, este es el caso que más debate ha generado en los últimos tiempos debido a la envergadura que la película ha ido cogiendo de cara a los Oscar. Mientras cadenas como CINESA se han pronunciado sobre el fenómeno, aludiendo que únicamente reproducen “películas que cumplen con el período de exclusividad teatral”, Ted Sarandos, director de contenido del gigante del VOD, no ha dudado en asegurar que los exhibidores “viven anclados en el pasado”.

Entre unos y otros, cinco cines españoles han decidido proyectarla. La película se puede ver en los cines Verdi de Madrid y Barcelona, y en el Cine Albéniz de Málaga. Cinco de las 3.618 salas que habitan el panorama patrio. ¿Qué está pasando con Roma? ¿Qué significa la última película de Alfonso Cuarón para la industria del cine actual?

Hija de una industria en plena ebullición

En nuestro país, la distribución cinematográfica sigue un sistema de 'ventanas' que marca los tempos de explotación de un producto. Un film se ve primero en cines, luego en dvd y otros formatos domésticos, luego en alquiler digital -en plataformas como iTunes-, y en última instancia en streaming o suscripción -en Netflix, HBO y otros tantos-.

Según este sistema, para que una película pueda verse en cines su estreno debe ser exclusivo durante un tiempo determinado. Es decir que para que Roma  hubiese sido exhibida como cualquiera de los tantos títulos que se estrenan cada viernes, tenía que permanecer un tiempo -que suele fijarse alrededor de los tres o cuatro meses-, pudiendo verse únicamente en cines. Sin embargo, Netflix la estrena el día 14 de diciembre. Y esta fecha no se ha movido en el calendario de nadie: todo aquel que esté suscrito, podrá verla tranquilamente en su casa ese día.

De ahí que la mayoría de exhibidores españoles se hayan negado a proyectarla: la película de Cuarón no iba a estar ni dos ni tres meses en barbecho en las salas, sino apenas unas semanas antes de poder verse en los salones de medio país.

Pero cinco salas españolas se han atrevido a saltarse las normas no escritas y se han llenado durante días. Aunque desde Espectarama, la empresa gestora de los cines Verdi, han afirmado a este periódico que, “no estamos autorizados a hablar con prensa sobre Roma”, y tampoco hayan trascendido datos de espectadores, sólo había que acercarse a las salas de Madrid y Barcelona para ver el nivel de expectación. Había que pelearse para conseguir entradas, y las salas estaban hasta los topes. Un fenómeno cada vez menos común en nuestros días.

Roma  podría verse como una película sin más, pero la realidad de su estreno se ha significado -se diría que a su pesar-, como un símbolo de una industria en pie de guerra contra sí misma. Netflix y otras plataformas están cambiando el panorama de la distribución a nivel mundial. Su última producción podría ser el próximo Oscar, sin ir más lejos. Pero los exhibidores aún no se han adaptado del todo a este nuevo panorama.

“Las salas de cine tienen que hacer frente a altos costes fijos que, a medida que ha bajado el consumo, les ha abocado a buscar fórmulas creativas. La mayoría, como es natural, prefieren tomar medidas más estructurales y defender sus ventanas de exclusividad puede ser una de ellas”, describe a eldiario.es Enrique Lozano, coordinador del Máster en distribución audiovisual de la ECAM. “Los exhibidores están acostumbrados a lidiar con grandes 'enemigos' como el sol o el fútbol. Pero las OTT son un actor muy reciente en el mercado y, aunque los cines propongan acciones de este tipo [el veto], es muy normal acogerlas con recelo. Mi opinión personal es que no podemos detener la realidad del consumo audiovisual ni del ocio. Solo sobrevivirán los que se adapten al nuevo entorno. Así que en este caso, y hablo sin conocer los detalles con precisión, estoy de acuerdo con la postura de los Verdi”, explica el profesor universitario.

“En las luchas entre grandes, siempre pierde el pequeño. En este caso, el espectador”, cuenta Eneko Gutiérrez, productor audiovisual y profesor del Master en Film Business de la ESCAC. “La decisión de CINESA es totalmente legítima, del mismo modo que lo es la alegría del publicista de Netflix que ve como se alimenta el hype de su película a costa de las decisiones de otros”, explica el profesional.

Así las cosas, no parece descabellado que el fenómeno la convierta en la primera película de una plataforma de streaming en ganar un Oscar a Mejor Película. Pero será uno que en este país se habrá podido ver en muy pocos cines. La mayoría de espectadores la descubrirán en sus casas o en sus dispositivos móviles. Porque Roma es hija del signo de sus tiempos, mucho más que Green Book, Ha nacido una estrella, El vicio del poder y tantas otras películas bien posicionadas en esta temporada de premios que ahora iniciamos.

Cine lejos de las salas de cine

Las ventanas de distribución, así como los ritmos de exhibición son “el pasado”, según Enrique Lozano. “Siguen existiendo pero el valor que percibe el cliente nunca puede ser solo ése, porque entonces todo se reduce a tasar el tiempo que el espectador está dispuesto a esperar”, cuestiona. “La clave siempre ha estado en la experiencia de usuario. Antes se iba al cine con los amigos. Era el plan de ese día y era una experiencia muy grata. Ahora hay salas -en Madrid, al menos- haciendo cosas muy diferentes y ofreciendo servicios innovadores”, cuenta sobre cómo las salas de cine resisten el embate de los nuevos consumos audiovisuales.

Según él, “Netflix no produce cine ni televisión. Es mucho más. Netflix crea eventos y lo hace magníficamente. Es una empresa con un enorme componente de analítica de datos en su toma de decisiones. Nada está al azar”, explica.

El prestigio que la plataforma de streaming  gana con una película que triunfa en todos los festivales -menos en Cannes-, no es azaroso ni mucho menos. Aunque sí difícil de cuantificar. De la misma forma que resulta complejo medir lo que gana el gigante del VOD produciendo y estrenando películas que se creían perdidas como Al otro lado del viento de Orson Welles. Pero se percibe, eso sí, que está invirtiendo en términos de prestigio de marca: ahora también puede ser vista como la empresa que recupera cine clásico y proyectos perdidos del Hollywood.

Y sin embargo, en última instancia, hablamos de cine que no se ve en cines. Películas como Bright, Aniquilación, Okja o La balada de Buster Scruggs -nada menos que la última película de los hermanos Coen-, no se han podido ver en salas. Y no hay mayor problema con eso más allá de herir la sensibilidad del espectador romántico. Pero Roma  sí se ha podido ver, aunque fuere en poquísimas salas: es una excepción y de ahí su relevancia. Podría haber abierto una puerta en el complejo panorama de la distribución actual. Y recordemos que Netflix es la productora de The Irishman, la nueva película de Martin Scorsese con Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel. Y también del Pinocho de Guillermo del Toro. 

Hace unos días, sin ir más lejos, este último fue preguntado en Kinótico acerca de si le daba miedo que su película no fuera a verse en salas de cine. “Más miedo me da no hacerla”, confesaba el realizador en la entrevista.

“Cuando explico en mis clases las ventanas de distribución siempre intento hacer ver a los alumnos que cada una de ellas supone una posible vía de financiación de la película”, cuenta Eneko Gutiérrez. “Los que hacemos cine muy raras veces contamos con la financiación anticipada necesaria para producir películas y debemos salir 'afuera' a vender nuestro proyecto. Las películas se prevenden en la televisión en abierto, en televisión de pago, e incluso con suerte, las distribuidoras (Sony, Warner, Acontracorriente, etc.) adelantan parte del coste que tiene lanzar una película”, describe el profesor de la ESCAC y productor de cine y series. “Cuando termino de explicar esto, los alumnos suelen preguntar siempre: ¿y los cines compran también las películas? Es una lástima, pero hoy en día la taquilla no está ayudando a que se produzcan películas. Como mucho, la taquilla sanea el balance. Por lo tanto es lógico pensar en un nuevo orden que permita producir las películas que el público demanda”, sentencia.

Netflix está invirtiendo en el cine de mañana. Está produciendo proyectos que llevaban años estancados, proyectando la imagen de que dedica recursos a ideas que los grandes estudios no se atrevían a realizar. Casi una década le ha costado a del Toro encontrar financiación para su Pinocho, después de haber llamado a las puertas de todos y cada uno de los estudios de Hollywood. Y es difícil pensar en un estudio clásico que hubiese apostado por lo que propone la película de Cuarón. Así que puede que el cine de hoy ya no se vea en el cine, y puede que esto no tenga nada de malo. Pero gracias al ejemplo de Roma, podría haber una luz al final del túnel.

Una mirada personal a la historia de México

Y todo esto, al margen de una consideración fundamental: Roma es una película excelente. La nueva obra de Alfonso Cuarón ha hecho historia porque se significa como ejemplo perfecto de una industra que está cambiando delante de nuestros ojos. Pero es que, además, resulta ser la mejor película de su realizador y una de las obras más bellas y significativas del año.

Con este film, el mexicano parece haber ha encontrado el equilibrio perfecto entre su faceta de experimentador formal y su discurso narrativo en torno a los temas que han marcado a fuego su cine.

El montaje y la utilización expresiva del plano secuencia de Hijos de los hombres, el control absoluto de los elementos que componen cada plano de Gravity, o las metáforas visuales que habitaban el particular universo de Harry Potter y el prisionero de Azkabán, habitan en Roma. Pero también conviven en ella la reflexión sobre las clases sociales y su influencia en las relaciones emocionales de Y tu mamá también, y el clasicismo cinéfilo de La princesita o Grandes esperanzas.

Aún así, de todas las películas que son Roma puede que la más trascendental resulte ser la más inesperada: la lectura política de la historia de su país que Cuarón realiza a través de los ojos de Cleo -Yalitza Aparicio-, una joven sirvienta de una familia del barrio que bautiza el film.

A través del viaje interior de una joven sin voz ni voto en su entorno, representación de la obliteración consciente de la mujer en una sociedad profundamente patriarcal, asistimos a un bellísimo retrato social del México de los años setenta. Uno en el que hombres ausentes y mujeres valientes dejaron una profunda huella en una generación que hoy, por casualidades del destino, podría estar dedicándose a hacer cine.

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