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Michel Houellebecq, fan del Mercadona, de la música techno y de la democracia directa

El premio Goncourt se interpreta a sí mismo en un documental titulado El secuestro de Michel Houellebecq

Pedro Moral Martín

Michel Houellebecq es un tipo irreverente, un transgresor. L'enfant terrible de la literatura francesa. El que saca el dedo corazón a las sombras envejecidas de los que lideraron el Mayo del 68, el señor que se folla a jovencitas demasiado jóvenes, el que se burla del islam y el que habla de dictadura donde tú hablas de democracia. Pero Michel no opina todo eso, son sus personajes. A él lo que le preocupa es tener mechero. El niño malo no se pierde una promoción, una entrevista o una charla con sus lectores. Bueno, se perdió unos cuantos compromisos por Europa en medio de la gira de El mapa y el territorio, pero eso fue por causa mayor. Le raptó Al Qaeda. ¿O fueron los extraterrestres? Él dice que se le estropeó internet y tuvo que ponerse serio con Telefónica. ¿Qué más da? Sin embargo, de aquellos días de 2011 en los que el escritor estuvo en paradero desconocido y el sudor frío recorrió la frente de su representante se ha sacado en claro un falso documental titulado El secuestro de Michel Houellebecq. Una comedia brillante, una especie de sketch guionizado por Miguel Noguera, una aberración fílmica hiperrealista, o algo así.

“No exagero para nada cuando en la película me considero intolerante. Considero que mis juicios estéticos son los acertados”, nos comenta Houellebecq. Se hace el duro y nadie se atreve a preguntarle si le gusta el cante jondo. La noche anterior le llevaron a esa taberna madrileña con flamenco en directo llamada Casa Patas. Dos horas después y cuatro paquetes de tabaco vacíos nadie sabe dónde está el premio Goncourt. ¿Houellebecq? ¿Dónde se habrá metido? Buscan en el baño, debajo de la mesa y en cada rincón, hasta que alguien sale fuera y le ve tumbado en la acera dormido como un vagabundo. No, no le gusta el flamenco... y menos los gitanos.

El mismo chaleco sin mangas que le sirvió de pijama en su siesta a la intemperie es el que lleva el segundo día de entrevistas en Madrid. Su gesto impasible, su uña coloreada con el marrón del filtro de ese cigarro que tiene el poder de multiplicarse y su media melena de estanquera tacaña imponen, pero Houellebecq es un tipo divertido y encantado de conocerse que no tiene maldad. Que se quema el pelo con un pitillo mientras te dice cosas como: “No entiendo todo ese mito que hay sobre mi... igual tú lo entiendes mejor que yo”.

El actor novato que escribe como Dios

56 años es una edad complicada para empezar una carrera como actor pero a Michel Houellebecq le ha comenzado a nacer de las entrañas cierta predilección por el exhibicionismo. En El mapa y el territorio ya se coloca como personaje de la novela y se hace daño y se pervierte y se lleva a los lugares más turbios de su propio universo. En esta película hace de sí mismo. Vamos, que se gusta. “Me siento más cómodo cuando me escribo porque tengo la libertad de tratarme todo lo mal que me dé la gana. Puedo despedazarme y hacer cosas que no puedo hacer en el cine. Cosas que no me hubiesen dejado hacer delante de una cámara”, dice.

Quien está detrás de la cámara es Guillaume Nicloux, el tipo que tuvo la brillante idea de imaginar como a Michel Houellebcq le rapta una panda de paletos para llevarle a las afueras de Paris mientras esperan un rescate. Las situaciones absurdas no paran de sucederse mientras el autor de Las partículas elementales se interpreta a sí mismo rozando la más pura contención. “No hay personaje, bueno a veces hay alguna exageración. Lo de El señor de los anillos me irrita menos en la vida real”. ¿Y qué es lo de El señor de los anillos? A mitad de la película un raptor critica la obra de Tolkien, “tengo una muy débil tolerancia estética. ¡Hay una falta de inocencia en no amar El señor de los anillos que me molesta!”, el escritor (o su personaje) grita, aúlla. Esta declaración le define como un tipo soñador, tierno y más abrazable de lo que pudiera parecer. Toda esa suciedad, toda esa negritud que inunda el alma de sus libros es fruto del aburrimiento del artista. Estamos ante un tipo feliz, no lo dudes.

“Sí, lo que es cierto es que hasta ahora las cosas han sido mucho mejor de lo que yo había pensado. Tras la adolescencia nunca pensé que podía llegar hasta aquí, ni que las cosas me fueran tan bien como me han ido desde entonces. Vengo de un lugar donde ser escritor es una cosa inimaginable. Lo de escribir me vino bastante tarde, hice muchas mierdas antes”. Estamos ante un hombre feliz que todavía no ha hecho su testamento, “es posible que esté definido para octubre”. Sin prisa.

Ahora toca lo de ser actor. “En la literatura hay que ser muy bueno para que te aprecien. Yo he tenido éxito, así que es normal que muchos me tengan envidia. En el cine es distinto, me gusta trabajar pero no tengo suficiente reputación como para que los demás actores del mundo se preocupen de que les pueda quitar el trabajo”, reconoce. También es consciente de su gracia: “Cuando me vi me hice reír, quizá sea un tío divertido”.

Mucho Mercadona pero ¿quién es Pablo Iglesias?

Que sí, que Houellebecq es fan del Mercadona, algunos dicen que de la sobrasada, otros que de las anchoas, otros que de los mejillones... pero lo que le gusta más que todo eso es lo de la democracia directa. Suiza como ejemplo de lo que debe ser y Suecia como ejemplo de lo que no se debe hacer. “No existe la democracia en Europa”, balbucea este señor con mofletes de octogenario durante un momento del filme. “Me he dado cuenta hace poco, siempre me ha costado mucho ir a votar y de hecho siempre he fracasado cuando lo he intentado. Realmente fue hace poco más de un año, durante una entrevista a una revista francesa cuando fui consciente de que no tenía ganas de elegir a supuestos representantes. No quería ser representado, quería que se me consultasen las cosas a mi directamente”, explica tras una larga pausa que suponemos que le sirve para pensar la respuesta.

Señor Houellebecq, ¿conoce el fenómeno de Podemos? Pero nos ignora y sigue a lo suyo. “Cuando tenía 15 años me eligieron delegado de clase. Daba mi opinión sobre el comportamiento de otros alumnos. Formaba parte de una especie de consejo donde se tomaban decisiones sobre la clase. Me sentí ilegitimado para hacer eso, todo ese proceso me pareció injusto”, nos cuenta. Pero ¿está el pueblo preparado para una democracia directa? ¿Está capacitado para no solo elegir sus propias leyes, sino también elaborarlas? “Creo que sin duda daría más resultado. Quiero recordar que Jean-Jacques Rousseau también ha sido defensor de esa idea de la democracia directa, no soy el único con ese pensamiento”.

Pero entonces, ¿sabes quién es Pablo Iglesias? “No lo conozco”, contesta y zanja así el asunto. Se va entonces con su gesto gris a posar ante los fotógrafos. No le tienen que obligar, le gusta. “Fumo más durante las fotos que en las entrevistas” y después sonríe. El novelista, poeta, ensayista y ahora actor está de buen humor. Le han prometido que le llevarán a una fiesta en el Fabrik. El autor de Plataforma tiene curiosidad por ver cómo está de salud la escena techno de España.

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