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Patricio Pron: “La ficción constituye un contrapoder”

Patricio Pron, reflexionando sobre la no ficción

Lucía Lijtmaer

Pocos escritores contemporáneos han navegado con la misma aparente facilidad a través de la narrativa reciente. Patricio Pron (Rosario, 1975) ha escrito relatos (entre ellos El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan y La vida interior de las plantas de interior, que han sido publicados en España) y novelas (destacan El comienzo de la primavera o El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia) con un éxito más que evidente: ha recibido prestigiosos premios y ha sido incluido entre los 22 escritores jóvenes a seguir por la selección -de alto alcance mediático- de la revista Granta en español.

Pero así son las cosas: que algo parezca fácil no quiere decir que no sea complejo. Que algo trasmita lo que busca sin excesos no le exime de precisión o, incluso, perfección. Ese es el caso de las dos útimas obras de Patricio Pron, dos libros precisos y brillantes que se publican en España simultaneamente. La novela Nosotros caminamos en sueños, una versión corregida y ampliada de su anterior Una puta mierda, incide con mirada satírica sobre la guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido. El libro tachado, por otro lado, es un ensayo que reflexiona sobre la literatura como enigma, o, como el propio autor apunta, “una historia de la literatura cuyo tema no sea lo que la literatura es y ha deseado ser, sino lo que no es y no ha querido ser nunca”.

Nosotros caminamos en sueños ataca el tema del conflicto armado de las Malvinas desde una ficción fantasiosa. ¿Cómo te documentaste? ¿Qué leíste para atacar el tema?Nosotros caminamos en sueños

Por razones personales conozco a algunos de los soldados que pelearon en la guerra, pero no los entrevisté. Sí leí en varias direcciones: ensayos escritos sobre la guerra (procurando ser fiel a los hechos y un rigor histórico que después me pareció necesario dejar de lado), ficciones sobre Malvinas (hay grandes libros de literatura argentina al respecto, pero curiosamente no en el Reino Unido, dónde el conflicto en realidad no tuvo ninguna trascendencia histórica real), leí libros de humor, no únicamente clásicos, sino también contemporáneos. Pude comprobar, una vez más, que la literatura anglosajona tiene escritores serios y respetables y que escriben novelas cómicas sin mella para su reputación, mientras que en el ámbito hispanohablante se cree erróneamente que la literatura cómica es más fácil que la “seria” y, por consiguiente, menos prestigiosa.

¿Cuál es la percepción de lo que pasó en Malvinas para la gente en Argentina, para el argentino común?

Los argentinos vivimos atrapados en varias contradicciones relacionadas con la guerra. La primera es la de que creemos que las islas pertenecen a territorio argentino a pesar de que quienes viven ahí no se consideran argentinos. Otra es la de que reivindicamos la guerra al tiempo que repudiamos la dictadura que la hizo posible. Por esta última contradicción se pasa de puntillas, pero es particularmente grave porque pretende olvidar el hecho de que ambos proyectos tienen como hilo conductor el nacionalismo argentino y sus excesos.

La muerte de tantos argentinos en las islas parece legitimar el reclamo argentino sobre Malvinas al menos en el plano emocional, pero el trabajo de un escritor en estas circunstancias es recordar a quien desee oírlo que no se puede rechazar la dictadura sin rechazar también la guerra disparatada que esta provocó y recordar también que las personas no pertenecen al territorio en el que viven sino que es ese territorio el que debería pertenecer a las personas. No es fácil hacerlo, sin embargo, porque Malvinas nos afecta de formas que aun no podemos ni siquiera enunciar coherentemente.

¿Es más efectivo explicar qué pasó desde la sátira y la ridiculización?

Es difícil decirlo terminantemente: cualquier aproximación (no sólo la humorística) es válida si a su autor le sirve para producir los efectos que desea. Nos hemos habituado a cierta literatura que se aproxima a los temas trágicos de forma trágica y produce, a largo plazo, cierto acostumbramiento, cierto letargo y cierta anestesia en el lector, así que yo he pensado que una aproximación distinta sería más útil para vencer ese letargo. Me interesaba proponer un libro que ofreciera una nueva perspectiva acerca de un viejo tema, pensando también que la publicación de esta novela corregida y muy ampliada para que estuviese disponible por primera vez para el público español la convertía o la convierte en algo distinto a lo que era en origen: en una novela sobre las situaciones grotescas y terribles que se producen cuando el nacionalismo (“o los nacionalismos”) se impone al sentido común.

En el libro hay una voz que repite como una letanía, gritando “deja de robar”. ¿De quién es esa voz?

Mía propia, posiblemente. La frase está destinada a poner de manifiesto que las que la anteceden están extraídas de otros libros, como una forma de no negarme el placer de usarlas y a la vez dar cuenta de que son propiedad de otros. Quería invitar a los lectores que lo deseen que busquen a quién le pertenecen esas frases para de esa forma descubrir nuevas lecturas y ampliar su biblioteca, que es algo que también trato de lograr cuando trabajo como crítico literario. Pero esa frase, como todas las demás del libro, está abierta a la libre interpretación del lector.

El libro surge, además, del descubrimiento de la mentira por parte de un niño como algo que se castiga, frente a las mentiras estatales que quedan impunes. ¿Cómo puede la ficción, desarmar eso? ¿La ficción, que se basa en la fantasía, puede ser una buena mentira en la que apoyarse?

En principio es una paradoja, pero el hecho es que la ficción constituye un discurso contrahegemónico, un contrapoder, precisamente porque propone versiones alternativas acerca de nuestra forma de vida y nos recuerda que las formas en que vivimos no son las únicas posibles y que todas nuestras decisiones (políticas e incluso de género) no están dadas de antemano sino que son producto de un cierto texto de la época que aparece como una verdad insobornable pero que está constituida de la forma y con los recursos de la literatura de ficción. De la mala, posiblemente.

Has dicho que todo escritor vuelve una y otra vez a sus temas. ¿Qué te interesa de la historia reciente, tanto argentina como europea, que te parezca susceptible de ser abordada?

Si en mi trabajo, como en el de todos, se producen repeticiones y aparecen ciertos elementos una y otra vez es porque no parecen haber agotado su sentido, y por la convicción de que todavía hay algo para decir sobre esos temas y que ese algo puede producir efectos. Los que pensamos que la literatura es una forma de política pensamos que también que ésta debe ir contracorriente, oponiéndose incluso a los discursos que pretenden ir a la contra y que, en realidad, a menudo sólo contribuyen al mantenimiento y la perduración del estado de cosas que creen cuestionar, como sucede con esa idea desconcertante y bastante habitual en España de que alguien puede ser nacionalista y de izquierda. Nadie que haya leído a Marx puede defender eso, pero lo interesante es que, al hacerlo, dibuja un teatro de operaciones para la literatura.

El libro tachado busca trascender ese tipo de ensayo que tú atributes al periodismo divulgativo. ¿Cómo ves el panorama del ensayo en español?

Mi impresión es que hay magníficos ensayistas ahí fuera, pero que estos reciben menos atención que aquellos que practican un ensayo divulgativo o “de circunstancias”, que quizás esté en el origen del desinterés por el ensayo contemporáneo que vivimos estos días, ya que lo que se vende como ensayo no lo es en absoluto y se puede adquirir por mucho menos dinero en otros sitios, por ejemplo en la Red. Al quedar supeditado a una lógica comercial (y a una no particularmente brillante), el ensayo hispanohablante ha renunciado a la libertad formal y temática que lo ha caracterizado en otras épocas y no ha producido ningún relevo.

No hay muchos jóvenes leyendo o produciendo ensayo, y su voluntad de intervención se ha desplazado a otros ámbitos (lo cual, por otra parte, es muy respetable), pero el resultado es que el ensayo hispanohablante es varias décadas mayor que el que se produce en otros sitios, lo que equivale a decir que está menos capacitado para decir algo relevante sobre el presente, y a menudo ni siquiera lo pretende: es más bien un publirreportaje de su autor, de una institución o de un partido político. El libro tachado intenta revertir esa tendencia y contribuir a una discusión acerca de a qué llamamos literatura, a qué llamamos cultura letrada y qué relación existe entre la pobreza intelectual de ciertos discursos literarios y la pobreza intelectual de ciertas opciones políticas.

¿A qué opciones te refieres?

A todas. Estamos tomando decisiones políticas en virtud de la simpatía o la antipatía que nos generan sus líderes en un marco de empobrecimiento intelectual de la vida cívica que debería ser puesto en cuestión más a menudo. Naturalmente, no aspiro a que volvamos al siglo XIX, cuando buena parte de las elecciones políticas y sociales estaba explícitamente vinculada con textos que eran discutidos públicamente como el Yo acuso de Zola o el Manifiesto comunista de Marx y Engels, pero me parece pertinente poner de manifiesto que el empobrecimiento de nuestra capacidad para comprender discursos escritos de cierta complejidad (el desdén de ciertos editores por esos discursos, la pereza intelectual de algunos autores, la incapacidad de cierta crítica literaria de prescindir aunque sea momentáneamente del consenso) tiene como resultado, a mediano o a largo plazo, el empobrecimiento de nuestras instituciones democráticas y, por lo tanto, menos posibilidades para todos nosotros.

En El libro tachado describes la literatura como “un espejo deformado”. ¿Se relaciona de alguna manera con cómo Tomás Eloy Martínez explica la literatura como una cristalización de los hechos, en los que es ésta lo que les dota de otra verdad?El libro tachado

En principio sí, aunque agregaría que los textos constituyen espejo deformado de una visión de la realidad que no está menos deformada que los textos que pretenden reflejarla. A diferencia de algunos autores de la generación de Tomás Eloy Martinez, yo no creo que los textos deban tener que explicar o describir nada y no estoy seguro de que exista “una realidad”, sino, más bien, de que ésta es el resultado de la superposición, la solidaridad y el enfrentamiento entre versiones de la realidad (“textos” podemos decir) en un momento histórico especifico. El libro tachado quiere ser parte de esa batalla de los textos, y no se propone como una explicación única, univoca y absoluta de la “realidad”. Es decir, no quiere ser una de esas explicaciones “absolutas” tan apetecidas en el momento de confusión en que vivimos, en el que se cree que el final de un modelo de negocio supone el final de la literatura.

¿Cómo elegiste los autores de los que querías hablar? ¿Llegaste a algunos por hallazgo o serendipia?

Bueno, la dificultad no estuvo tanto en encontrar el material sino en decidir cuál dejar de lado, y el proceso de escritura del libro fue rápido y muy placentero. Desde hace unos diez o doce años llevo un diario de lecturas para disimular mi pérdida de memoria (de la que hablé en un libro que se llamó El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia) y, cuando volví sobre él con la idea de escribir algo parecido a El libro tachado, fue una sorpresa comprobar que había estado leyendo sobre estos temas durante años. Además de una sorpresa, fue una constatación, porque esas lecturas ponían de manifiesto que algunos temas estaban en “el aire” desde hacía años: la desaparición de la cultura letrada, el descubrimiento y redescubrimiento de las vidas truncadas o borradas de los escritores, la posibilidad de que algún día vivamos en un mundo sin literatura, el temor de determinar qué es bueno y qué es malo en la literatura contemporánea.

Mientras leía el diario de lecturas, también, comprendí que este libro iba a tener dos figuras tutelares, aunque estas acabarían no apareciendo en él: por una parte, san Beda el Venerable, el monje que supuestamente inventó las notas a pie de página en el siglo VIII. Por otra, Julian del Casal, un funcionario gris que admiraba a los poetas decadentes en Cuba y ahorró toda su vida para viajar a París a conocerlos, hizo escala en Madrid y se quedó un año y jamás llegó a su destino. Después admitió que Madrid era una mierda y que ni siquiera había disfrutado de su viaje, pero nunca pudo explicar (ni siquiera a sí mismo) por qué no había ido a París: pudo haberlo hecho y no lo hizo, sin razón. Yo, por mi parte, olvidé ponerlos en el libro, lo que supongo que demuestra que, cuando trabajas con la negación y con el “no”, ambos acaban recayendo sobre ti en un momento u otro.

Da que pensar cuando uno lee El libro tachado, el miedo que puede tener su autor de convertirse en alguno de ellos: silenciado, en crisis, que abandone... Pese a ser un libro que no habla -especialmente- del proceso de escribir sino de qué pasa con las obras y los escritores, tiene ecos de algo que suena siempre intangible para el lector, esa idea de “la creación literaria”, que aparece como fantasma.

Nos habituamos a pensar que los escritores escriben por una sola razón, como se nos muestra habitualmente en el cine, en los artículos periodísticos y en las novelas sobre escritores: que el escritor escribe para obtener prebendas o procurando producir un discurso contracultural. Desde luego, esto puede ser así, pero hay razones mucho más complejas para escribir y parecía pertinente recordárselas al lector: por ejemplo la de escribir para desaparecer completamente detrás de una obra, que es la que a mí más me interesa. Para recordárselo, era necesario iniciar a los lectores en un cierto esoterismo, en una especie de club secreto en el que todos tenemos nuestros santos y nuestros patronos y leemos de espaldas a lo que se dice que debemos leer, y ese club es El libro tachado.

En El libro tachado enuncias que “la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa”. ¿Por eso ambos libros?El libro tachado

No lo había pensado, pero es posible que sí, que uno sea una tragedia, y el otro, una farsa. Su publicación conjunta puede parecer incómoda por lo distintos que son ambos libros en apariencia, pero lo cierto es que ambos comparten un cierto descontento, el primero en relación al ensayo hispanohablante contemporáneo por un lado y el otro respecto a cierta literatura que pretende ser trágica pero sólo resulta pomposa. Aun así, ambos libros no se limitan sólo al rechazo.

El libro tachado, por ejemplo, pone en cuestión ideas preconcebidas, se contradice a sí mismo, propone tres niveles de lectura, etcétera. No es un libro que pretenda constituirse como un monólogo sino como un diálogo con el lector, entre otras cosas porque lo habitual es que yo piense siempre que mi lector es mucho más inteligente (o mucho menos idiota) que yo, y que mi trabajo, como el de todos los escritores, es estar a su altura y no hacerle perder el tiempo.

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