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Rosalía de Castro y Luisa Carnés, dos literatas rebeldes que defendieron con la palabra a los trabajadores

Portada del libro 'Rosalía'

Carmen López

Luisa Carnés vivía en México cuando escribió la biografía de Rosalía de Castro. Fue en 1945 y la autora era una de la muchas españolas republicanas que huyeron de la dictadura franquista. Esa distancia del terruño de origen es una de las circunstancias que hermanan en parte a esas dos escritoras indispensables, que tienen más en común de lo que pueda parecer. En esta ocasión es la editorial asturiana Hoja de Lata la que ilumina de nuevo el nombre de ambas unido en una obra: Rosalía.

La figura de la poeta gallega ha llegado a ser universal, pero cuando Luisa Carnés recibió por parte de la editorial Rex el encargo de escribir su semblanza no disponía de demasiado material. Como María Xesús Lama explica en el prólogo de esta reedición, posiblemente habría emprendido su tarea con mayor entusiasmo aún si hubiese tenido la oportunidad.

“¡Ah si supiese la biógrafa cuánto potencial le permanecía velado aún en su personaje! Carnés hace maravillas con los escasos datos que dispone en el momento de la redacción”. Lama, que en 2016 publicó el primer volumen de su propia biografía Rosalía de Castro, Cantos de independencia e liberdade (1837-1863), hace referencia a los ideales feministas que expresó sin tapujos en artículos como Las literatas. Carta a Eduarda publicado en Almanaque de Galicia de Lugo en 1865.

“Los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo, y este es un nuevo escollo que debes tener, tú que no tienes dote. Únicamente uno de verdadero talento pudiera, estimándote en lo que vales, despreciar necias y aun erradas apreciaciones pero… ¡ay de ti entonces! ya nada de lo que escribes es tuyo, se acabo tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas”.

También habría relatado de manera distinta la relación de la poeta con su marido Manuel Murguía, 18 años mayor que ella y presunto impulsor y defensor de la obra de su esposa. Según la información que poseía Carnés, su primer libro, La flor (1857), pasó desapercibido e incluso se trató con desdén por parte de la crítica. Sin embargo, ese gallego que acabaría siendo su esposo se quedó prendado de su talento e hizo que el volumen se difundiese en condiciones.

Pero según la investigación llevada a cabo por Lama, que introduce una nueva perspectiva de género a los estudios que se han realizado sobre la figura de la representante del Rexurdimento gallego, su importancia no fue tanta. Rosalía de Castro tenía muy claro su objetivo vital de convertirse en escritora y cuando Murguía hizo aparición en su vida ya frecuentaba los ambientes literarios de Madrid, aunque no le gustasen demasiado, posiblemente por el trato que recibían “las literatas”.

Paseaba por los cementerios madrileños con Gustavo Adolfo Bécquer (no, no fueron novios) y frecuentaba la compañía de Eulogio Florentino Sanz, quien le presentó a Murguía. No tenía ningún interés manifiesto en casarse, aunque finalmente le dio el sí (para tranquilidad de su madre, que temía por una hija soltera).

Con él tuvo siete hijos, que, según Carnés, dieron sentido a su existencia durante mucho tiempo. Desencantada de la labor de escritora -estuvo ocho años parada- y casada con un señor con el que compartía casa y poco más, se volcó en la formación de la primogénita, Alejandra y en el cuidado de los otros cuatro que quedaban (tuvo dos más Valentina, que nació muerta, y Adriano, que murió de una caída).

La crítica la tachó en muchas ocasiones de simple y romanticona. Pero en sus dos obras célebres, Cantares gallegos y Follas novas, reflexiona sobre las condiciones de la comunidad rural de Galicia, la precariedad y los índices de mortalidad de los trabajadores, la condición de las mujeres “viudas de vivos”, el sentido de la existencia y la pérdida de los valores. Su empeño de escribir en gallego tampoco le facilitó el camino, aunque sirvió de alivio de la morriña de muchos emigrados.

Delicada de salud desde la infancia, parecía destinada a morir prematuramente, como finalmente sucedió. Aquejada de cáncer de útero, falleció en su casa de Padrón en compañía de su hija Alejandra, a la que hizo quemar todos sus manuscritos y fotografías. No quería que su imagen apareciese en los periódicos ni que su obra póstuma viese la luz. Aplicada y cumplidora, mantuvo su palabra hasta el final: “Morir, pero en Galicia”.

Primas lejanas

Luisa Carnés es integrante de ese grupo de mujeres que formaron parte de la Generación del 27 pero no salieron en ninguno de los retratos. Pese a que en su momento su trabajo tuvo un éxito considerable, han tenido que pasar décadas hasta que ha obtenido el reconocimiento histórico que se merecía.

La escritora, que también firmó muchos de sus trabajos como Clarita Montes, nació en Madrid en el seno de una familia sin recursos económicos, lo que hizo que tuviese que ponerse a trabajar a los once años. Lo único positivo de aquellas circunstancias es que Carnés hizo limonada con aquellos limones y utilizó sus vivencias como trabajadora para escribir sus libros.

En su novela Natacha (1930) cuenta la historia de una sombrerera, oficio que ejerció ella misma antes de ponerse a trabajar en una pastelería. De lo experimentado en ese segundo trabajo salieron las páginas de Tea Rooms. Mujeres obreras (1934), considerada su mejor novela (Hoja de Lata la recuperó en 2016 con éxito) que también podría ser un reportaje literario.

A través de Matilde, Carnés describe las condiciones de las trabajadoras de un salón de té del centro de Madrid, tanto laborales como vitales. La insalubridad de los espacios destinados a las obreras (el vestuario húmedo y sin ventana, los ratones), la negativa de la protagonista a casarse por conveniencia, el aborto, la prostitución o el derecho a huelga se suceden en sus capítulos. Los mismos temas que se debaten hoy aunque hayan pasado más de 30 años.

Autodidacta, empezó con lecturas de folletines y novelas baratas para seguir después con los clásicos rusos y otras lecturas “más elevadas”. Sus inclinaciones políticas de izquierdas y su militancia feminista marcaron sus escritos antes, durante y después de la Guerra Civil, por lo que tuvo que huir de España cuando ganó el dictador. En México, el país que la acogió a ella y a su marido, siguió escribiendo y estrechando los lazos invisibles que la unen a Rosalía.

Ambas defendieron a través de la palabra escrita los derechos de los trabajadores, la justicia social y el feminismo. Las dos vivieron lejos de sus tierras de origen por obligación, sufrieron la saudade y triste coincidencia, murieron antes de tiempo: ninguna de las dos llegó a los 50 años.

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