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Diez lugares inventados que pueden visitarse y cómo encontrarlos

Cartel a Macondo, la región imaginaria de Gabriel García Márquez

Mónica Zas Marcos

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Hay regiones imaginarias tan ricamente descritas que parecen reales. El lector debe tener cuidado con obsesionarse por encontrarlas y que le ocurra como a los colonizadores que perseguían enajenados El Dorado. En algunos casos, sencillamente, no existen.

Es lo que defiende el libro Regiones imaginarias, de Ediciones Menguantes, que recopila diez viajes realizados sobre las huellas de grandes literatos, desde García Márquez hasta William Faulkner. Periodistas, cronistas y fotógrafos recorrieron el globo buscando Macondo, Vigata o Yoknapatawpha y lo que encontraron puede leerse y verse en estas páginas, que son una mezcla de guía de viajes y homenaje literario.

La idea surge de Luis Fernández y Bernardo Gutiérrez, dos periodistas interesados en unir ambas temáticas. Desde el principio tuvieron claro que no podían ser lugares fantásticos. “Por poner un ejemplo, Mordor, de El señor de los anillos, no nos valía”, explican. “Pero algunos de ellos sí están anclados a la realidad, han surgido de los imaginarios, leyendas y conflictos de un territorio concreto. Esas regiones imaginarias son las que más nos interesaban”, cuenta Gutiérrez a elDiario.es.

Desplegaron un mapamundi y se pusieron a ubicarlas encima. “Para plantear un debate entre la realidad y la ficción, nos dimos cuenta de que había que aterrizar la idea y eso hicimos”, recuerda Fernández. “Intentar hallar las huellas de la ficción en la realidad es toda una exploración y una osadía”, reconoce su compañero. Pero lo consiguieron.

Macondo, el epicentro de Cien años de soledad y la obra de Gabo, coincide con varias zonas del Caribe; Juan Rulfo reconoció que Comala se inspira en Tuxcacuesco, un pequeño pueblo al sur de Jalisco; Santa María, del uruguayo Juan Carlos Onetti, es un espejo de ciertas partes de Montevideo y el Río de Plata; Vigata rememora a Sicilia en los libros de Andrea Camilleri; la Región de Juan Bennet se sitúa por León y en las inmediaciones de El Bierzo; y la Yoknapatawpha, de la obra de William Faulkner, se inspira en el Misisipi estadounidense y en el condado de Lafayette. Estas son las más famosas, pero el dúo quería abrirse a la diversidad geográfica y cultural.

De esta manera, sumaron un relato de Enrique Vila-Matas sobre Babàkua, territorio que aparece en una novela inacabada de una desconocida autora cubano-portuguesa, María Lima Mendes, y se sitúa en un fantasmagórico Mozambique colonial. También se abrieron a incluir Malgudi, presente en la obra del indio R.K. Narayan; la aldea de Umuofia, creada por Chinua Achebe y localizable al noroeste de Nigeria; y por último las Ciudades de Sal y Hudayb, emirato imaginario del novelista Abderrahmán Munif, “reflejo fiel de cualquier estado del golfo Pérsico sometido a las contradicciones del negocio petrolífero”.

“Las regiones imaginarias suelen ser territorios relativamente desconocidos o provincianos. No cuentan con una gran épica, pero son lugares en los que se viven las mismas tensiones y dramas que en otros escenarios”, añade Elisa Reche, autora del capítulo de la India de Narayan y directora de la edición de Murcia de elDiario.es. Además, le parece muy original “el intento de cruzar la geografía física y la imaginaria a través de la crónica”.

Cada capítulo de Regiones imaginarias es una aventura relatada por un escritor y un fotógrafo (son Sandra Balsells, Guillermo Barberà, Oscar Bonilla, Marta Calvo, Albert Ferrer, Jaime León, Daniel Loewe, Kim Manresa, Patricia Martisa y Rex Miller). Tres de estos trotamundos desvelan cómo vivieron la suya en primera persona.

El Macondo de Gabriel García Márquez

Bernardo Gutiérrez escogió Macondo por pasión. “Yo siempre tuve una gran fascinación por la obra de Gabo, especialmente por Cien años de soledad, que acabé leyendo cinco veces”, desvela. “Al tener una fuerte vinculación con América Latina desde la infancia, algo me llevó a buscar en el Caribe colombiano aquel Macondo que, siendo un pueblo, también es la metáfora de un continente”, añade.

Macondo apareció por primera vez en el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955). Después se convertiría en el escenario habitual de la obra de García Márquez en La hojarasca (1955), Los funerales de la Mamá Grande (1962), La mala hora (1962) y Cien años de soledad (1967). Gutiérrez llevó a cabo dos viajes inspirado por el Premio Nobel de Literatura fallecido en 2014. “Estuvieron bastante centrados en la zona bananera que está entre Aracataca y Ciénaga, con incursiones en Fundación, Sevilla, haciendas bananeras, y muchos viajes cortos por la región”, cuenta.

Asegura que para los habitantes de esta región Macondo es real, “existe en la mente y corazones de mucha gente”. “Por detrás de los viajes hay mucha documentación, entrevistas, lecturas. Aún así, sin esos dos viajes, y una conversación que yo tuve con Gabo en La Habana sobre Macondo, no habría sido posible escribir sobre ello”, asegura. Empezó escribiendo una crónica sobre la región imaginaria, pero “la literalidad excesiva no estaba funcionando del todo”. Por eso se pasó a las cartas con elementos de ficción, pero advierte de que “todas las historias que aparecen me las contaron a mí o las leí in situ”.

La Comala de Juan Rulfo

“La historia de Comala es la historia de un pueblo que ha perdido el Paraíso y permanece envuelto en el sopor que conlleva el sentimiento de culpa”, cuenta Luis Fernández Záurin al comienzo de su capítulo sobre la región inventada por Juan Rulfo. El autor mexicano de la generación del 52 situó dos de sus tres obras narrativas en Comala: el libro de cuentos El Llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955). “Sabía que Comala tenia un correlato con la realidad, en Tuxcacuesco, porque el propio Juan Rulfo lo había dejado escrito en Los murmullos”, explica Fernández.

“Mi primer destino, ya en el estado de Jalisco, fue Sayula, el pueblo donde nació Juan Rulfo. Allí pude conocer a la persona que encontró la partida de nacimiento de Rulfo en la iglesia de dicho pueblo y también a la sobrina de Juan Rulfo, que me habló de su tío como una persona cariñosa y un poco mentirosa que jugaba al despiste con biógrafos e investigadores”, prosigue. Después se trasladó a San Gabriel, donde el autor vivió algunos años y el lugar que muchos identifican con Comala, aunque sin una base objetiva.

“Al final, ya en el páramo, Tuxcacuesco se adaptaba perfectamente a la descripción de Rulfo en la novela”, asegura. Era un pueblo triste y minúsculo donde solo había ancianos y niños, ya que la mitad de la población joven ha emigrado a los EEUU. “Por las calles sin pavimento, al atardecer, entre casas derruidas y portones carcomidos, corría desbocado un caballo que, no sé por qué, asocié con el de Miguel Páramo. Que un anciano me asegurara que conocía personalmente a Pedro Páramo, me dio la entera sensación de estar dentro de una novela”, describe Luis, que comparte una sensación parecida a la que su compañero tuvo en el Macondo de Gabo.

El Malgudi de R.K. Narayan

Hace doce años, Elisa Reche vivió cuatro en Delhi, donde trabajaba de corresponsal para varios periódicos. Allí conoció a Bernardo Gutiérrez, que le propuso buscar el Malgudi de R.K. Narayan en el Sur de la India para el proyecto de Regiones imaginarias. “Y así lo hice”, cuenta. “La India cambia por momentos y era difícil dar con la pequeña ciudad de provincias sureña en la que Narayan situó toda su obra desde Swami y sus amigos, publicada en 1934. Ni el fotógrafo Jaime León ni yo la encontramos, pero sí dimos con otros paisajes, costumbres, lenguas y personas que aparecen en el capítulo Malecón Malgudi”, recuerda.

“Cuando hice el viaje me encontré con un Sur de la India más amable, con una naturaleza más salvaje y con un ritmo de vida más apacible, dentro de la intensidad que se vive en todo el país. También ahondó mi percepción de la imposibilidad de conocer bien el subcontinente asiático. Es un país con una cultura milenaria, complejísima a ojos de un occidental, con una enorme profusión de lenguas, costumbres y religiones. Es un jeroglífico imposible y, por ello, más fascinante aún”, describe Reche, motivo por el cual empezó a leer a Narayan.

Asegura la periodista que el autor de referencia indio “tiene esa universalidad propia de los grandes genios de la literatura capaces de narrar los anhelos o dudas de cualquier persona con una gran hondura y sensibilidad, al tiempo que en sus obras también revelan las especificidades de la historia y la cultura india desde dentro, sin los clichés orientalistas”.

Invita a descubrir la literatura de R.K. porque recurre al humor sin idealizar a sus personajes, “quienes aparecen con sus miserias y pequeñas heroicidades en ese territorio de la India profunda”. “También hace una reflexión avanzada sobre la situación subordinada de la mujer india en obras como La habitación oscura o la sutil, pero contundente, crítica a la colonización británica en casi toda su obra”, destaca Reche.

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