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Cecilia y Mari Trini son las primeras punks de España

La cantante española Mari Trini actuando en Bogotá en marzo de 1976

Clara Nuño

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“Puta”. O, menos brusco, “prostituta”. Eso es lo que significaba la palabra punk la primera vez que fue escrita. Era el año 1623 y había sido la mano de William Shakespeare quien la caligrafió para su obra Medida por medida. Entonces no tenía nada que ver con lo musical, era tan solo uno de los muchos sinónimos de cortesana. Un término feminizado. El punk, tal y como lo conocemos, nacería 352 años después, el 6 de noviembre de 1975, en una escuela de arte inglesa donde unos chicos dieron su primer concierto. Se hacían llamar Sex Pistols, y su carrera, que apenas duró lo que dura un embarazo, gestó un movimiento que se expandió a nivel global y que nunca ha dejado de dar coletazos. 

Al principio fueron ellos, pero pronto llegarían ellas: contestatarias, revolucionarias, feministas —muchas veces, sin ser plenamente conscientes de ello— y muy ruidosas. Las chicas también querían pasárselo bien. “Cuando era adolescente, estaba como loca con YouTube y todo era Nirvana, The Clash, Ramones o Screaming Trees. Un montón de grupos de ese punk y grunge que nos encandilan cuando tenemos 13 o 15 años”, explica Laura Sagaz (Madrid, 1997), autora del ensayo Chica=Tonta, Chica=Mala, Chica=Débil, políticas identitarias del movimiento riot grrrl (Uterzine/Orciny Press, 2022). “En esa época, no tenía muchas nociones de feminismo ni me preguntaba dónde estaban las mujeres, pero hubo un momento en el que me di cuenta de que todo lo que escuchaba eran hombres”, añade para conceder que sí, que había alguna bajista en algún grupo —como Smashing Pumpkins— pero que siempre se trataba de figuras secundarias. “No veía esa representación que sí está patente en los grupos de pop. Te sales de las grandes divas y es difícil encontrarlas”, asegura la ensayista.

Ella, entonces, decidió ponerse a buscar. Y empezó con lo que tenía más a mano, que era Courtney Love. La líder de Hole, una figura polémica conocida especialmente por su relación sentimental con Kurt Cobain, fue su puerta de entrada a un mundo nuevo; el punk hecho por mujeres. Con 14 años y un inglés rudimentario, se las apañó para ir escarbando tras la sombra de los grandes grupos de la escena de los 70, 80 y 90. “Solo tenía a mano YouTube, Google Fotos y mi imaginación”, bromea al recordarlo.

Años después, entre su interés genuino por la escena punk femenina occidental y su Trabajo de Fin de Máster (TFM), que exploraba las políticas identitarias de las riot grrrls —una mezcla entre chica en inglés y la onomatopeya de un rugido— en la música y la subversión feminista, Sagaz pergeñó el ensayo que es objeto de este artículo.

El libro, que se apoya en las ilustraciones de Carolina Cancanilla, propone un acercamiento a varias de las figuras y bandas clave del movimiento riot grrrl en Estados Unidos e Inglaterra desde una perspectiva histórica y política. Así, se pregunta si las mujeres tuvieron un lugar de importancia en la escena alternativa estadounidense en los 90 o cómo llegaron a España la ética y los sonidos de este movimiento. También ahonda en su organización para hacerse escuchar en una época en la que internet aún no era el medio o si hay características compartidas que las relacionen entre ellas con el paso de las décadas. Como las letras, actitud, el rechazo de lo mainstream o un incipiente feminismo. Una guía a través del tiempo que incluye recomendaciones de canciones a escuchar, desde el Rebel Girl de Bikini Kill hasta el Vitaminas de las actuales Las Odio, pasando por Fuckin’ Bitch de Pussycats o la salvaje Dead Men Don’t Rape de 7 Year Bitch, entre otras muchas bandas. “El objetivo del libro”, explica Sagaz a este diario, “es acercarme a lo que a mí me hubiera gustado leer en castellano cuando empecé a interesarme por el punk y el grunge”. 

De esta manera, el ensayo está salpimentado con fragmentos de textos filosóficos, otros ensayos, citas del manifiesto riot grrrl —del que se extrae el título—, versos de muchas canciones e incluso entrevistas completas realizadas por la autora a veteranas de la escena, como Allison Wolfe, cantante y compositora de Bratmobile; o Corin Tucker, guitarrista, cantante y compositora de Heavens to Betsy y Sleater-Kinney.

Reacción a ‘lo macho’

Sostiene Sagaz que, para entender a las punk y todo lo que hicieron, hay que ir a la raíz. Ver dónde empezó todo. Y una de las líneas que ella traza es la que parte del nacimiento de Bikini Kill, la banda más conocida entre las desconocidas. Fue compuesta a fines de los 80 por las jóvenes Kathleen Hannah, Tobi Vail y Kathi Wilcox gracias el caldo de cultivo que había supuesto la tercera ola feminista en Estados Unidos, que expresó parte de sus reclamos a traves de las riot grrls; un movimiento de jóvenes feministas asociadas con la fuerza de la música rock punk. “Eran mucho más que grupos de chicas”, opina Sagaz, “eran activistas y luchaban contra la opresión de dentro y fuera de la industria musical”.

Kathleen Hannah, una de las madres fundadoras riot grrrl, cuando comenzó a interesarse en la música punk era una estudiante de fotografía que trabajaba como estríper para llegar a fin de mes, además de ser voluntaria en una organización de apoyo a mujeres que habían sufrido violencia doméstica. Un contexto en el que, por fuerza, se cargó de tintes políticos. Entonces, en esas fechas (1989), escribe Sagaz que descubrió los fanzines de quien sería una de sus compañeras; Tobi Vail, baterista de Go Team. Vail, cuenta el libro, traducía y contaba toda su vida en este tipo de publicaciones, entre las que destaca Jigsaw. Ahí se lamentaba y exponía la situación de las mujeres en un género musical que no las aceptaba. “Me siento completamente fuera del ámbito de todo lo que es importante para mí [...] Sé que esto se debe en parte a que el punk rock es hecho por y para chicos”, escribió Vail en uno de los fascículos.

Se conocieron, se hicieron amigas y canalizaron su enfado en la música. Si no había otras, serían ellas quienes agarrasen una guitarra, un bajo y una batería. Tras ellas, muchas más, como Bratmobile, que siguieron una consigna muy clara recogida en el manifiesto riot grrrl, publicado en 1991 en el segundo número del fanzine impulsado por las propias Bikini Kill y que llevaría el nombre de la banda: “Las chicas anhelamos discos y libros y fanzines que nos hablen a nosotras, en los que nosotras nos sintamos incluidas y podamos entender a nuestra manera” y “estamos enfadadas con una sociedad que nos dice Chica = Tonta, Chica = Mala, Chica = Débil”, rezaba el texto recogido por Sagaz en su obra.

Hazlo tú misma

Del inglés, ‘Do it Yourself’ fue una de las premisas que movió a estos grupos de mujeres. Si no lo ha hecho alguien antes, seré yo la que se ponga con ello. “Esa era la actitud predominante en muchas de las bandas y también lo que a mí me ha empujado a embarcarme en este estudio”, cuenta Sagaz para explicar que todas las chicas se imbuyeron unas de otras, eran una comunidad. “Había palabras de ánimo yendo de pueblo en pueblo, bloqueando al aburrido rock de chicos, apropiándonos de más formas de decir nuestras cosas, que han sido sido ignoradas durante siglos”, recoge uno de los fanzines citados por Sagaz. La metodología de expansión era sencilla, tal y como explica la propia publicación: “Fotocopia + distribuye hasta que tu corazón se quede contento”.

La mecha prendió en el underground, desde Estados Unidos hasta Reino Unido —especialmente Inglaterra— sin dejar de apagarse nunca. “Miley Cyrus ha versionado recientemente Rebel Girl y hay chicas jóvenes, adolescentes, en TikTok hablando de este movimiento y lo que fue. Sigue vivo”, comenta, emocionada, la autora. Tan vivo como algunas de las letras de temas que tienen más de 26 años, como el Fallopian Rhapsody de Lunachicks: “Is procreation what you think we’re for?/ You support the death penalty / But who will support for my baby and me?” (“¿Es la procreación para lo que crees que valemos?/ Tú apoyas la pena de muerte / Pero, ¿qué es lo que nos mantendrá a mi bebé y a mí?”).

Cecilia, la primera punk española

En España, la cosa fue diferente. Continente y contenido distaban mucho de confluir. “Se puede ser punk manteniendo esa dulzura musical que se le atribuye a las mujeres”, arguye Sagaz. Sus ejemplos son Cecilia y Mari Trini. “Ellas no siguen la línea de la estética o el tipo de sonido, pero no importa porque el punk no es eso, sino el tener una conciencia, una manera disruptiva de hacer las cosas, y ellas la tenían”, asegura.

La irreverencia de la primera la atestiguan los versos sin censurar de “Mi querida España/ esta España viva/ esta España muerta”. La rebeldía de la segunda lo refrenda el himno Yo no soy esa, que, a ojos de Sagaz, “era una declaración de espíritu punk en toda regla de alguien que se negaba a quedar a la sombra ni a la merced de ningún hombre”: “Yo no soy esa que tú te imaginas / una señorita tranquila y sencilla / que un día abandonas y siempre perdona, / Esa niña sí… no…/ Esa no soy yo”.

Después habla de ellas, Las Vulpes; estrellas fugaces de larga estela que fueron canceladas tras versionar el I wanna be your dog de The Stooges. La crítica y el público fueron feroces y no les perdonaron la osadía. Hoy, su “me gusta ser una zorra” suena en cualquier garito con normalidad, sin consecuencias. Para ellas, sin embargo, la aceptación llegó tarde. “Solo queríamos tocar. Siempre he pensado que se cargaron mi sueño”, declaraba su guitarra, Loles Vázquez, en una entrevista replicada por la ensayista.

No puede faltar Dover, claro, aunque sus letras carezcan de carga política. “También hubo otras bandas cuyo material era mayoritariamente lúdico”, rebate Sagaz para subrayar que la importancia de Dover reside en su triunfo. “Fue un grupo que pasó a la primera línea y las líderes eran mujeres. No estaban en segunda fila, medio escondidas, sin que el público supiera muy bien quiénes son. Eran visibles”, añade para recordar que ellas contaban que sufrieron un montón de machismo por parte de la industria y el público del momento. “Me parece que, aunque las letras no tengan por qué ser políticas, es muy importante pensarlas como un grupo que ha sufrido lo que pudo sufrir Kathleen Hannah como alguien que sí tenía esas letras”, zanja para señalar que hoy, en España, lo más parecido a una riot grrrl puede encontrarse en la música de Las Odio, Heksa, Wake Up, ¡Candela!, Ginebras, Hinds, Mourn o Estrogenuinas.

Los escollos del antes y del ahora

Uno de los problemas con los que se encontraron las mujeres en estos espacios de cantos gritados y guitarreo furioso fue el de la línea que separa el contacto bruto y alegre con la violencia física. Lo cuenta Rebecca Solnit en su autobiografía, citada por Sagaz: “En los primeros bailes Slam la gente daba botes y chocaba entre sí de manera inofensiva. Los atléticos empujaron a un lado a los patosos más tarde, cuando se impusieron en lo que se transformó en hardcore o trash [...] Al final me pareció otro lugar al que ya no pertenecía”.

“A mí también me ha pasado a veces. Depende mucho del ambiente y el tipo de espectáculo”, comenta Sagaz. “Voy a ir a un concierto de Black Flag en unos meses y tampoco sé muy bien cómo voy a sentirme entre el público” explica. “Este tipo de comportamientos —el acaparar el espacio de los demás— es algo que se sigue reproduciendo. Por supuesto que hay pogos en los que todo el mundo se siente bienvenido, hay pogos fuertes en los que sabes que los demás te guardan las espaldas. ¡A nosotras también nos encanta empujarnos!, pero hay ciertos tipos de espacios que siguen siendo hostiles”, concluye.

Por otro lado, Laura Sagaz cree que en la actualidad se está empezando a desafiar el viejo canon, donde todos los nombres que resuenan son masculinos. “No quiero decir que ellos no lo merezcan, muchos grupos son geniales, pero faltan ellas. Ahora, por lo menos, sabemos que faltan”, comenta para criticar que a muchas de las más reconocidas se las sigue asociando a sus compañeros masculinos. “A Patti Smith, con todo lo que ella es, no se la deja de relacionar con su marido, Fred ‘Sonic’ Smith, o con el fotógrafo Robert Mapplethorpe”, protesta para arremeter con el trato que se da en los medios generalistas a las mal llamadas bandas femeninas. “Todavía hoy se las agrupa como si fueran un fenómeno, cuando son, simplemente, una banda. No hablamos de bandas masculinas, ¿a que no?”, desarrolla para agregar que, en la prensa cultural es algo flagrante, “Ves como en un artículo meten un popurrí de bandas de chicas mientras que, luego, dedican un artículo completo y pormenorizado a una única banda masculina, ¿por qué? ¿Cuál es el criterio para hacer eso?”.

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