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La retromanía, o el mirar hacia atrás sin ira

Sixto Rodriguez en Detroit

Luis J. Menéndez

Desde que Elvis hizo su aparición televisiva en el Show de Ed Sullivan allá por 1956 la música popular ha servido de punta lanza de los movimientos juveniles y, en consecuencia, de termómetro de la sociedad conjunto: el estallido de los 60 versus los movimientos antimilitaristas, la rebeldía punk y la Inglaterra tatcheriana, la Movida como reflejo de la España postfranquista, el desencanto grunge (también bautizado como Generación X) que ponía banda sonora al vacío existencial de la clase media occidental... En un momento de desorientación como el que vivimos buscamos pistas a nuestro alrededor que nos sirvan de indicadores para conocer dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Y el pop, en cuanto que sigue resultando el medio de expresión más inmediato y favorito de la mayoría de jóvenes, sigue siendo el más fiable.

“Fiable” es precisamente el adjetivo que mejor se ajusta a los análisis del británico Simon Reynolds, el crítico que mejor ha descrito los movimientos musicales de las dos últimas décadas y que hace dos años publicó Retromanía (Caja Negra, 2012). Si en volúmenes anteriores había empleado tiempo y energía en estudiar con la perspectiva que da el tiempo movimientos pretéritos como el post-punk (en Rip It Up And Start Again y Totally Wired), la cultura rave (Energy Flash: A Journey Through Rave Music and Dance Culture) o el rap (Bring The Noise: 20 Years of writing about Hip Rock and Hip-Hop) en Retromanía Reynolds afronta por vez primera en tiempo real qué está sucediendo en el presente tanto a nivel sonoro como de hábitos de consumo.

Su planteamiento va más allá de las apocalípticas predicciones de esos agoreros que señalan el pop contemporáneo como un ejercicio de revival permanente del que ya no existe escapatoria. En primer lugar porque es prácticamente imposible hacer canciones sin manejar una serie referentes: de la Velvet Underground a Can, Brian Eno o Radiohead, no resulta demasiado complicado poner sobre la mesa las raíces de un sonido que a menudo se ha calificado de genuino y rabiosamente original. Y también porque mientras la música pop no deja de mutar, condicionada por las herramientas que se usan para componer y producir, su mirada está puesta en la nostalgia de un pasado que fue mejor.

Eso se traduce en una serie de nuevos estilos cuyas formas recuperan ecos del pasado envueltos en la bruma: Boards Of Canada y Broadcast se convirtieron en pioneros con el cambio de siglo de una nostálgica electrónica para todos los públicos cuyo testigo han recogido nombres como Oneohtrix Point Never, Forest Swords, Laurel Halo o la nueva camada de productores de techno tenebroso, los Raime, The Haxan Cloak, Shacketon, Silent Servant y compañía. Entremedias hasta podríamos situar a buena parte de los grupos que coquetean con las grandes audiencias por vía de la electrónica, de The XX a James Blake pasando por Julia Holter o Fuck Buttons.

El regreso desde la tumba

A comienzo de la década de los 80, en pleno revival garage-punk, el sello Crypt publicó una serie de recopilatorios con el explícito título de “Back From The Grave” que recuperaban ignotas grabaciones de grupos apenas expuestos al público en su momento, veinte años atrás. Con el tiempo este tipo de lanzamientos se han ido convirtiendo cada vez en más populares e infinidad de sellos nos permiten reconstruir una Historia de la música popular al margen de las versiones oficiales que hasta ahora nos habían ofrecido los libros: el sello británico Soul Jazz apostando por el dancehall, Strut centrado en la faceta rockera de las bandas africanas de los 70, Vinyl On Demand recuperando pequeñas células de electropunk dispersas a lo largo y ancho del globo, Ace apostando por los grandes olvidados del soul, el label Madrileño Munster Records desenterrando bandas beat y garage punk que surgieron en Iberoamérica en los 60.

Son sólo algunos nombres, los más obvios, de un negocio discográfico centrado en la búsqueda del tesoro que con el definitivo aterrizaje de Internet en nuestros domicilios tiene otra vertiente, la comunitaria. El “remapeo” musical se ha convertido en un proyecto a la manera de la Wikipedia y fans de todo el mundo rescatan vinilos perdidos o cintas de cassette que terminan formando parte de blogs con vocación enciclopédica.

Pero ¿cuál es la razón de ser de esta obsesión casi arqueológica? Julián Sanz además de músico en formaciones de culto en los 80 como La Fundación, Mar Otra Vez o La Gran Curva y de grabar disco actualmente como Erizonte, ha comisariado el álbum recopilatorio “Tensión” (Munster, 2012) que recupera del olvido formaciones de corte experimental en funcionamiento en España entre 1980 y 1985. Para Julián la publicación de “Tensión” “hace justicia a una escena creativa muy valiosa, que dejó una influencia en una parte importante de la música que vendría después y que apenas ha sido reeditada y, desde luego, ha sido marginada de la Historia oficial de la música en nuestro país de esos años. Gracias a trabajos de este tipo, con el cariño y con el respecto con el que se hacen en Munster, puede haber un poco más de verdad en las nuevas hemerotecas”.

El próximo mes de noviembre el sello Munster publicará un libro y triple disco escrito y coordinado por el veterano periodista Jaime Gonzalo que partiendo de un similar punto de partida desentierra algunas de las propuestas musicales más originales y/o extremas de la Barcelona del periodo 1971-1991: Bueyes Madereros, Eduardo Polonio, Los Psicópatas Del Norte, Xeerox, Koniec,... y así hasta 29 nombres. Su título, “La ciudad secreta. Sonidos experimentales en la Barcelona pre-olímpica”.

A diferencia de lo que ocurre cuando un blog se limita a subir un audio -en las condiciones que sea- de un disco descatalogado, la publicación de una reedición o un recopilatorio de este tipo se enfrenta a una serie de complicaciones legales. “Por un lado está la tarea de localizar a gente de la que no había rastro alguno, grupos que no se llevaban bien entre ellos, etc. De hecho hay algún grupo que no entró en 'Tensión' porque no les localicé para hacerles el contrato. Pero sólo hubo otro caso de una banda que no quiso entrar en el recopilatorio”.

El interés de este tipo de lanzamientos tiene también explicación en 2013 con un panorama post Internet en el que el melómano, con herramientas como las descargas y los programas de streaming como Spotify o Deezer, alcanza un grado de ultra-especialización. Así que a la hora de buscar un potencial nicho de clientes las discográficas tienden a elegir entre dos modelos: el de los superventas para un público masivo que apenas compra discos a lo largo del año o el mercado del coleccionistas y obsesivos rastreadores de rarezas sonoras.

El día que encontramos a Sugar Man

El caso de Rodríguez, el músico de Detroit objeto del documental “Searching For Sugar Man”, es sintomático de esta obsesión contemporánea por las figuras olvidadas y malditas en el mundo del pop. Más allá de lo tramposo de ciertos aspectos del documental –aunque es cierto que Sixto Rodríguez ha sido un desconocido para el gran público, no lo es menos que antes de que el filme viera la luz ya había retornado con giras conmemorativas por Australia y Sudáfrica- su caso se ha convertido en una especie de emblema de ese artista de enorme talento y suerte esquiva cuya música ha permanecido ignorada hasta que una reedición -o en este caso el estreno de la película- lo ha traído al primer plano.

Hoy el pequeño sello de Seattle Light In The Attic, especializado en reediciones de clásicos menores como The Free Design, Karen Dalton o The Last Poets, ha hecho el negocio de su vida con la publicación de “Cold Fact” (1971) o “Coming From Reality” (1972): sólo hay que atender a las pilas de discos de importación de Rodríguez en cadenas de tiendas de nuestro país entre los superventas del momento.

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