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ENTREVISTA Xesús Ron, director de la compañía Chévere

“Los trajes EPI que vimos en la pandemia nos conectaron con el Prestige”

Uno de los momentos de la obra 'N.E.V.E.R.M.O.R.E.'.

Pablo Caruana Húder

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La historia de la compañía gallega Chévere es una historia muy larga y muy gallega. Verdaderos agitadores culturales, desde 1992 hasta 2011 regentaron la Sala Nasa, epicentro de la cultura teatral y musical de Santiago de Compostela. Sus conocidas noches cabareteras denominadas Ultranoites fueron cantera y ring actoral para toda una generación. Por allí pasaró Luis Tosar, Quico Cadaval o la ahora conocida directora de Voadora Marta Pazos. Noches de irreverencia y calor humano. “Hasta hicimos una ultranoite dedicada a Alfonso Sastre, que acaba de fallecer, lo invitamos a él y su mujer, un tipo encantador, le parecía todo bien”, recuerda Xesús Ron, director de la compañía, que acaba de estrenar N.E.V.E.R.M.O.R.E. en el teatro María Guerrero de Madrid.

La NASA fue un espacio que al mismo tiempo que se enraizaba en su territorio, programó a buena parte de la dramaturgia más experimental de fuera de Galicia. Pero no solo era teatro, también era centro y laboratorio de creación, espacio político y asambleario e incluso sala de conciertos por donde pasaron grupos como Negu Gorriak, Mano Negra, Los Enemigos, Siniestro Total o Los Planetas.

En el año 2014 el Ministerio de Cultura otorgó a Chévere el Premio Nacional de Teatro. Antes ya habían tenido que cerrar la Nasa debido al poco apoyo recibido por Gerardo Conde Roa (PP) desde que se hizo con la alcaldía compostelana en 2011. Un alcalde que poco después dimitió y fue sentenciado por fraude fiscal a dos años de cárcel y una multa de medio millón de euros. Chévere tuvo que emigrar a Teo, pueblo cercano a Santiago donde gobernaba Martiño Noriega (Compostela Aberta), donde se quedaron primero con un convenio y luego con un concurso público. Todo ese periplo está bien contado en el documental A viaxe dos Chévere, película dirigida por Alfonso Zarauza, representante de lo que hoy se denomina novo cinema galego.

Hace dos años abandonaron Teo, cuando una nueva reconfiguración municipal no renovó el objeto del concurso que les ataba a la localidad y a su Auditorio. Ahora la compañía tiene una pequeña sala de ensayo desde donde se gestiona el éxito que empezó a tener en el resto del Estado. Un reconocimiento que comenzó en 2010 con Citizen, obra sobre la figura del dueño de Zara, Amancio Ortega. Ahí es justo cuando Chévere comenzó a adentrarse en el teatro documental. Luego llegarían Eurozone en 2013 y Eroski Paraiso en 2016. Con estos tres montajes Chévere giró por toda España. Galicia entraba en zona de desierto cultural mientras el resto de la península les abría los brazos. Aún así, ellos continuaron haciendo estrategias de enraizamiento llevando su teatro popular y delirante por pueblos y aldeas con proyectos como As fillas bravas o Ultranoite no país dos ananos. El núcleo de Chévere son tres personas: Miguel de Lira, Patricia de Lorenzo (ambos actores) y Xesús Ron. Más de treinta años de compañía, de agitación y lucha, de un teatro popular, gamberro y políticamente irreverente que ahora ha decidido levantar una obra, en coprodución con el Centro Dramático Nacional, para hablar sobre el Prestige.

Agarrados al grito del cuervo del poema de Edgar Allan Poe, Nevermore, construyen un viaje emocional a través de un hecho que marcó a toda la sociedad gallega.

Nos costó un montón levantar este montaje. No sabíamos cómo hacer, todos conocemos ya la historia del Prestige. La hemos odio muchas veces, no hay nada nuevo que contar. Al final fuimos encontrando la manera hablando con la gente. Vimos cómo los entrevistados se emocionaban al recordar y eso nos hizo ver que había un componente emocional muy importante. Eso nos marcó el camino a recorrer.

En la obra relacionan la pandemia con el Prestige ¿qué les llevó a hacer esto?

En los primeros momentos duros de la pandemia, el hospital de Cee hizo un llamamiento desesperado a los medios para que si alguien tenía los trajes que se utilizaron durante el Prestige los llevase allá. Fue impresionante: particulares llevando trajes, ayuntamientos, empresas, cofradías. Todos guardaban los trajes como sabiendo que no había que tirarlos, que volverían a ser necesarios. Las imágenes de gente con los EPI puestos te retrotraían al Prestige, unían ambos momentos como si hubiese un agujero de gusano espacio temporal entre ellos. También nos sorprendió que la única promesa del Gobierno para la Costa da Morte por la tragedia del Prestige fue que construirían el Parador de Muxía. Y cuando lo iban por fin a inaugurar, diecisiete años después, en marzo del 2020, llegó la pandemia. La reflexión es clara: no podemos seguir aceptando que para vivir en este mundo tengamos que habitar la catástrofe, no estamos dispuestos, se puede vivir de otra manera.

¿Tenéis ganas de llevar el espectáculo a Galicia?

Muchas.

No podemos seguir aceptando que para vivir en este mundo tengamos que habitar la catástrofe, no estamos dispuestos, se puede vivir de otra manera

Estrenar esto en Madrid ¿es un poco de traidores?

Ya hemos asumido que somos traidores. Estrenar en Madrid creemos que expresa una realidad. Es el Centro Dramático Nacional desde Madrid quien nos invita a coproducir un espectáculo sobre el Prestige. En Galicia no hemos encontrado ni un teatro tan siquiera para ensayar. Nadie nos invita ni nos llama para hacer nada. Este espectáculo va a estar en ocho ciudades gallegas, que son las que tienen teatros donde este montaje puede hacerse, y ninguno de ellos nos ha dado más de tres días de función. Santiago, tres; Coruña y Lugo, dos. El resto, un día y en algunos vamos a taquilla con el 50% de aforo debido a la COVID. Es un despropósito, ni que vengas del CDN, ni que lo haga Chévere que allí tiene público, ni que toque un tema tan nuestro como el Prestige, la situación de los teatros es crítica en Galicia. No somos traidores, allí está imposible hacer algo. Somos escapados.

Este montaje ¿no debería haberlo hecho el Centro Dramático Galego?

Nunca lo harían, políticamente nunca lo harían y, además, no tienen dinero. Están poniendo su sello a montajes en los que aportan diez mil euros, su situación no es buena. En Galicia hay un techo de cristal para el teatro, la red pública gallega lo que hace es programar a muchos, así la profesión no protesta, pero no hay criterios de excelencia artística. Esta producción nunca podría darse en Galicia y eso que no es una producción tan grande.

Galicia detentaba hace quince años dos teatros referentes en España como el Teatro Galán de Matarile y la NASA, albergaba dos festivales de renombre como La Alternativa, organizados por vosotros y Matarile, y un festival de danza en la calle que la gente de Santiago abarrotaba, En pé de pedra, organizado también por Matarile. ¿La crisis se lo ha llevado todo?

Galicia no se recuperó de la crisis de 2009 y a nivel cultural no se ha vuelto a recuperar nunca. Ha perdido muchos proyectos e iniciativas. La Cidade da Cultura sigue vacía, la Xunta de Galicia hizo un festival escénico, Escenas do cambio, dirigido por Pablo Fidalgo al que acabaron echando. Este año llevaron a cabo la nueva edición pero ya no tiene nada de lo que tenía, lo venden igual pero no es lo mismo. Escénicamente en Santiago no hay nada.

Desde hace decenios el cine documental o de no ficción viene demostrando su capacidad poética y de creación. Como es lógico, aunque el teatro documental tenga sus inicios en el teatro político de Piskator en el siglo XX, esto ha tardado en decantarse en las artes escénicas. Pero desde hace un lustro hemos visto como la creación española ha comenzado a trabajar desde estos presupuestos: Teatro del Barrio con montajes como Ruz-Barcenas o El Rey, Kamikaze con Jauría Humana o la gran trilogía sobre América Latina de Azcona & Toloza, Trilogía Pacifico, son algunos ejemplos. Ahora en cartel también está Atocha, el revés de la luz en el Teatro del Barrio, obra que versa sobre los asesinatos de los abogados de Atocha de 1977. Chévere también está en estas lides, ¿Por qué? ¿Cómo es su acercamiento al teatro documental?

La película que me cambió bastante la visión que tenía sobre lo que era cine documental fue En construcción de José Luis Guerín (2001). Me llegó con mucha más fuerza que todo lo que estaba viendo de ficción. Citizen (2010) fue nuestro primer acercamiento al teatro documental. Fue una manera de poder seguir contando algo desde un escenario, nos veíamos agotados por lo que veíamos en el teatro y por lo que nosotros estábamos haciendo. La parte documental nos refrescó y nos dio pistas para poder seguir. Y seguimos con ese procedimiento pero tomándonos cada vez más libertades y dándonos cada vez más igual que se perciba como documental.

¿Podrías explicarlo?

Gran parte de lo que se dice y se escucha en la obra son testimonios reales, pero lo que hemos intentado es no utilizar el documento real, esa es la parte que nos ha dejado de interesar. Por ejemplo, nosotros tenemos las cintas con las grabaciones de la torre de control de Fisterra, tenemos videos de los helicópteros donde se registran parte de esas conversaciones, pero aun siendo un material interesante para llevar a escena nos interesaba darle la vuelta y convertir ese documento en materia más puramente teatral. Son los actores, con pequeños megáfonos y con objetos los que reproducen el sonido, quienes lo realizan. Recrear el documento real para que tenga una entidad teatral. Y, además, hacerlo es escena, que se vea cómo está hecho.

En la primera parte del espectáculo, donde se reproducen testimonios de gente del lugar recordando el Prestige, trabajan en vez de con verbatim (técnica por la cual el actor reproduce el testimonio que está escuchando a través de unos cascos) con un acercamiento del actor a la persona que testimonia…

Sí, a cada actor se le dieron una serie de audios de entrevistas de una persona que no conocía. Se les pedía, aparte de aprenderse el testimonio, que imaginaran qué tipo de persona era y que por la información sonora se imaginasen dónde estaba, para así nosotros reproducir el sonido de fondo de la entrevista en escena. Lo importante era que el actor estableciera una relación con el personaje real, y mostrar esa aproximación en escena.

Y en la segunda parte, como si fuera el documental Wisky Romeo Zulu (un clásico del cine documental latinoamericano que narra el accidente en 1999 de un avión que no llegó a despegar de la Ciudad de Buenos Aires y acabó estrellándose en una de las calles de la ciudad) se escenifica con toda la verosimilitud las comunicaciones entre el Prestige, el remolcador y la torre de control de Fisterra. ¿Puro documental?

Bueno está muy resumido, pero sí, es literal. Conseguimos las transcripciones del juicio, todas las que no teníamos en audio las teníamos por escrito. Incluso la entrevista que recreamos con Fernández de Mesa diciendo eso de “probablemente el fuel no toque la costa gallega” está transcrita, tan solo recreamos los que no se oye que le apuntan por lo bajo. E intentamos reproducir todo eso en escena, y para darle verosimilitud a las conversaciones entre los barcos y la torre de control recreamos los sonidos a través de megáfonos para las voces, con globos para el sonido de helicópteros, etc.

¿Teméis que os acusen de panfletarios por ese final con todo el espacio que ocupan las pancartas de “Nunca Mais”?

La decisión es consciente, creíamos que era necesario. Encaja dentro del procedimiento que hemos seguido en todo el montaje. Trasladamos testimonios en escena, trasladamos las comunicaciones entre el barco y las autoridades portuarias, y así también trasladamos toda unas serie de pancartas que hemos ido recogiendo a través de fotos. Durante días las estuvimos recreando a partir de las fotos. Casi todas son de la gente, espontáneas, hay alguna asociación, pero nunca ni partidos ni sindicatos. Queremos contar eso, que hubo un pueblo que se enfrentó a todo aquello, si no de manera unánime si unido. Nos identificamos con esa creación popular de la gente que llenó plazas y playas y que la noche antes estaban en su casa dibujando la pancarta. Y la canción que se canta en la obra en Madrid no tiene el mismo sentido que en Galicia. En la primera manifestación que hubo en Santiago, la conocida manifestación de los paraguas, que desbordó la ciudad, después de que Manolo Rivas leyera el comunicado, Uxia Senlle, que es una cantante de música tradicional muy conocida de allá, cogió un micrófono y cantó Alalá das Mariñas. El silencio era tremendo. Fue un momento que marcó a las más de doscientas mil personas que allí estaban. Esa es la canción que se canta. Y, claro, en Galicia cuando se oiga eso va a tener una carga emocional distinta. Ya nos ha llegado algún gallego que ha visto la función en el María Guerrero contándonos que se le venía el mundo abajo cuando escuchó y recordó.

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