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La reina británica de Jamaica o la moneda africana con nombre francés: el imperialismo sigue ahí

La reina británica Isabel II y el Gobernador general de Jamaica, Patrick Allen, en el Palacio de Buckingham.

Moha Gerehou

Cuando en 1884 Otto von Bismarck, por aquel entonces canciller alemán, reunió a Francia y Gran Bretaña para repartirse África, estableció una división del mundo que hoy todavía perdura social, económica y políticamente. Varios países y sus respectivos imperios siguieron su estela, entre ellos España, para adueñarse de las tierras, los recursos y las personas de los territorios colonizados.

Las consecuencias aún se palpan, y pese a los procesos de independencia que se vivieron especialmente a lo largo del siglo XX, todavía hay vestigios claros de instituciones, leyes, prácticas y elementos que no se pueden entender en pleno siglo XXI sin echar la vista atrás.

El franco CFA

En 2019, son 15 los países africanos que utilizan oficialmente el denominado franco de la Comunidad Financiera Africana, el franco CFA. Se trata de una moneda común ligada al euro que tiene una relación directa con Francia –parte de los billetes se imprimen allí– y la época colonial. En 1939 el país galo creó en África la zona franco para seis años después, en 1945, establecer la moneda común: nacía así el franco de las Colonias Francesas de África.

¿Y qué significado tiene esto hoy en día? Entre otras cosas, que cada uno de estos países, entre los que se encuentra Senegal, Costa de Marfil, Guinea Bissau o Níger, están obligados a depositar el 50% de sus reservas en el Tesoro francés. En el caso de las Islas Comores, con el franco comorense, es el 65%. Simplificando, esto se traduce en que si uno de estos territorios decide exportar un producto a Francia, la mitad de su valor económico se queda en Francia.

La oposición a este aparato económico es cada vez mayor. El activista Kemi Seba y su movimiento han organizado grandes protestas en el continente para exigir el fin del franco CFA. Incluso hay dirigentes que se muestran abiertamente críticos, como el presidente de Chad, Idriss Déby Itno, quien en una entrevista dijo que “Francia ha estado manejando nuestras economías durante 70 años, y eso debe de parar”. Sin embargo, desde Francia y los países que defienden la moneda alaban la estabilidad que otorga porque el cambio está sujeto de forma fija al euro. Emmanuel Macron, que se ha enfrentado a varias cuestiones sobre este asunto, ha propuesto “hacer lo que los dirigentes africanos digan” y, de manera más concreta, “cambiar el nombre de la moneda”.

La Commonwealth

“El origen de la Commonwealth está en el antiguo Imperio Británico. Muchos de los miembros de la Commonwealth son territorios que han estado bajo dominio británico en distintas épocas mediante la colonización, la conquista o la cesión”. Esta descripción es la que oficialmente aparece en la página web de la realeza británica sobre la Mancomunidad de Naciones –antes Mancomunidad Británica de Naciones-, una organización de la que forman parte 53 estados. Establecida en 1965, aseguran que sus objetivos son el desarrollo, la democracia y la paz.

En 1997 se decidió que solo los países vinculados constitucionalmente al Imperio Británico podían formar parte del ente, pero este acuerdo se saltó con la incorporación de Ruanda, que fue colonia belga y alemana. Pero el camino de la organización está trufado de polémicas y abandonos. Lo hizo Gambia bajo el mando del dictador Yahya Jammeh, que en un mensaje televisivo en 2013 dijo que su país no formaría parte de una “insititución neocolonialista”. Volvió en 2018. Quien no lo ha hecho ha sido Zimbabue, fuera desde 2003 a instancias de su dirigente, Robert Mugabe, ante las sanciones de la institución al país.

Recientemente Reino Unido vivió un grave conflicto diplomático con ciudadanos provenientes de los países caribeños de la Commonwealth. Concretamente la llamada ‘Generación Windrush’ (unas 500.000 personas llegadas entre 1948 y 1971) en referencia a un buque que llegó en 1948 a Essex cargado de personas esclavizadas de territorios como Jamaica o Trinidad y Tobago. El gran problema llegó en 2010, cuando el Gobierno perdió los registros de esta comunidad sobre la que se dictó que tenían derecho a permanecer en Reino Unido indefinidamente. En 2012 Theresa May, por aquel entonces ministra del Interior británica, introdujo un paquete de medidas duras contra la inmigración que afectó a este grupo, cuestionando su derecho al trabajo o incluso abriendo la posibilidad a su deportación.

Isabel II, reina de Inglaterra... y de Jamaica

La Commonwealth descrita anteriormente es el mecanismo oficial más extendido para conservar la relación histórica entre Reino Unido y los países que ha dominado. Tras las independencias, hay territorios en los que la monarquía organiza la jefatura del Estado, y en muchas de ellas es Isabel II quien ejerce. Lo especifica la propia Casa Real británica en su página web: la Reina Isabel II no solo es soberana en Reino Unido. Es también la reina de Jamaica. Y de Australia, Nueva Zelanda. Asimismo, lo es de Tuvalu o las Bahamas.

Uno de los casos más significativos es el de Jamaica, donde parte del país trabaja para romper lazos con la Casa Real británica. Lo dijo el propio Gobernador general jamaicano, Patrick Allen, quien llegó a proponer en un discurso de 2016 la aprobación de una enmienda en la constitución que sustituyera a la monarca por una presidencia sin poderes ejecutivos en la jefatura del Estado. La presión popular y política continúa pero sin cambios, por lo que Isabel II seguirá siendo reina de Jamaica.

Leyes contra la homosexualidad

El 6 de septiembre de 2018 tuvo lugar una jornada histórica en la India: su Tribunal Supremo aprobó la despenalización de la homosexualidad, un gran paso adelante para los derechos de la población LGTBI tras décadas de persecución oficial. “El artículo 377 es arbitrario. La comunidad LGTB posee los mismos derechos que los demás. La visión mayoritaria y la moralidad general no pueden dictar los derechos constitucionales”, aseguró el juez Misra al leer su sentencia.

Casi 160 años de criminalización de la homosexualidad que dejaron de tener amparo jurídico por la retirada de una ley introducida por el Imperio Británico y que los sucesivos dirigentes mantuvieron. Lo admitió incluso Theresa May en un encuentro de la Commonwealth, al decir que esa persecución “en ocasiones había sido impuesta por mi propio país. Estaban equivocados entonces y están equivocados ahora. Como primera ministra británica lamento profundamente la instauración de esas leyes y el legado de discriminación, violencia y muerte que persiste hoy en día”.

Anteriormente otros países estuvieron bajo las leyes contra la homosexualidad dictadas por el Imperio Británico. Es el caso de Malasia, con un ordenamiento jurídico similar al de India en este sentido. Bahamas o Trinidad y Tobago son otros de los países, en este caso caribeños, en los que las leyes contra la población LGTBI bebe de lo impuesto por los británicos décadas atrás.

La colección del Museo Africano belga

Leopoldo II, rey de Bélgica, tuvo como propiedad privada el Congo sin poner un pie allí en toda su vida. Con 76 veces el tamaño de su país a su antojo, el rey se convirtió en uno de los mayores tiranos de la Historia por sus prácticas en Congo, donde esclavizó a la población, extrajo los recursos naturales y terminó con la vida de millones de personas (las cuentas de los distintos estudios oscilan entre las 5 y 12 millones de víctimas). En 1908 el territorio pasó a ser propiedad del Estado hasta la independencia de Congo en 1960.

Desde los años 50, en la localidad belga de Tervuren, está el Museo Africano de Bélgica. Cerró sus puertas durante un lustro para realizar trabajos de renovación y reabrió sus puertas a finales de 2018. En ese periodo, uno de los cuestionamientos era sobre cómo iban a aplicar una visión crítica con el legado imperialista de Bélgica.

Los elementos que trufan el museo no dejan lugar a dudas: más de 120.000 piezas proceden del Congo, extraídas por los distintos grupos de población que acabaron en el continente africano y volvieron a Europa. En total, más de 170.000 fotos, seis millones de insectos, 200.000 piedras o 650 grabaciones de Congo, Ruanda y Burundi tomadas entre 1940 y 1960 llenan el espacio. Antes de perder las elecciones para repetir como presidente de Congo, Joseph Kabila hizo una petición formal para que se devolvieran algunas de las piezas que trufan el museo para abrir uno propio.

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