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La vida de los 'recoge-piedras': al filo de la muerte para tener un techo

Trabajadores palestinos a su llegada tras recoger bloques de piedra y asfalto antiguo de la línea verde/ Foto: Isabel Pérez, mayo 2014.

Isabel Pérez

Gaza —

Mahmud el-Bea’ espera en una cama del hospital gazatí Kamal Adwan la operación con la que le extraerán de las dos piernas los restos de bala que recibió mientras recogía piedras y asfalto en la antigua zona industrial de Beit Hanun, al noreste de la Franja de Gaza. Ante la falta de mercado laboral, muchos jóvenes palestinos trabajan recogiendo bloques de estructuras destruidas en bombardeos y viejo asfalto de los que extraen la gravilla utilizada para venderla al deteriorado sector privado de la construcción gazatí. En esta ocasión y sin tiros preventivos, los francotiradores israelíes dispararon contra Mahmud y sus compañeros a pesar de estar en una zona que no se considera zona restringida.

“Estábamos trabajando como siempre – cuenta Mahmud-. Éramos tres y estábamos a 300 metros de la línea verde. De repente, los israelíes empezaron a disparar contra nosotros. Corrimos. Vimos un gran agujero en la tierra, uno de nosotros se metió dentro para resguardarse y justo cuando yo estaba a punto de entrar me dispararon.”

Los jóvenes trabajadores son conscientes del peligro que acarrea acercarse a la línea verde, pero tras años extrayendo la gravilla de los edificios bombardeados dentro de las zonas urbanas o de los antiguos asentamientos judíos, las zonas adyacentes a la ‘zona de nadie’ impuesta por Israel sobre el 17% del territorio de la Franja son los únicos lugares donde se encuentran todavía restos aprovechables. Si nadie corriera este riesgo no podrían construirse o reconstruirse casas en la bloqueada Franja de Gaza.

“Mes tras mes, las fuerzas israelíes han herido y matado a palestinos desarmados que lo único que hicieron fue traspasar una invisible y cambiante línea que Israel ha trazado dentro del perímetro de Gaza”, declaraba Sarah Leah Whitson, directora de la zona de Oriente Medio de Human Rights Watch en el informe Israel: Stop Shooting at Gaza Civilians publicado por el organismo el pasado abril.

Mahmud tuvo suerte ya que la bala no llegó a entrar en su pierna. Era una bala expansiva, también llamada bala dum-dum, que cuando penetra en el cuerpo estalla en varios pedazos haciendo que el hueso se pulverice, cortando venas y nervios. Aunque el uso de balas expansivas constituye un crimen de guerra, el ejército israelí lleva muchos años utilizándolas contra la población civil palestina. Suerte o no, lo cierto es que para Mahmud no poder volver a trabajar en una larga temporada es una tragedia para toda la familia. “Solo trabajo yo en una familia de 6 hermanos. Ahora no sé qué vamos a hacer, porque aquí no hay trabajo para nadie”.

A la pregunta ¿no tienes miedo de volver? Mahmud responde con una risa nerviosa: “¿Miedo? Nos morimos de miedo cada vez que trabajamos ahí, pero no tenemos otra alternativa”.

El pasado 13 de febrero murió por un disparo directo en la cabeza Ibrahim Mansur. Se encontraba a 450 metros de la línea verde. Solamente en el hospital Kamal Adwan, al norte de la Franja de Gaza, en cinco días han tenido cuatro casos de jóvenes disparados por soldados israelíes.

Trabajar a destajo en las viejas zonas industriales cercanas a la línea verde, muertos de miedo, escuchando los amenazantes disparos provenientes de las torres o tanques militares israelíes es el pan de cada día, sobre todo desde que empezó la gran crisis.

El cierre de una 'vía respiratoria' de Gaza

En julio de 2013 Egipto anunciaba la destrucción de los túneles que llevaban funcionando desde 2008. A través de ellos llegaba todo tipo de mercancías a la Franja: combustible, gas para cocinar, alimentos, coches… y también hierro, madera, cemento o gravilla. Las autoridades egipcias denunciaron que favorecían el tráfico de armas y la circulación de salafistas. Se cortaban de este modo las vías respiratorias de la asfixiada Franja de Gaza mientras Israel endurecía todavía más el bloqueo.

Salim al-Azaiza es dueño de una pequeña empresa donde se fabrican ladrillos artesanalmente, el único tipo que se puede encontrar en toda la Franja. También vende cemento. Cada día recibe docenas de llamadas telefónicas de gente que desesperada busca cemento y ladrillos al precio más bajo. El saco de 50 kg de cemento se vende a unos 20 euros, en las mejores ocasiones a 14. En España el saco se vende a 3 ó 4 euros. Los ladrillos utilizados para la construcción privada son de baja calidad, ya que se hacen con gravilla reutilizada.

“Nosotros compramos la gravilla a los chavales y la mezclamos con cemento –explica Salim-. Luego, para hacer la forma de ladrillo, metemos la mezcla en unos moldes. Debido a la mala calidad de la gravilla que nos traen ahora de la línea verde y otras zonas si no enyesas la casa justo después de poner los ladrillos, se estropean y se rompen”.

Salim nos cuenta cómo consiguen mantener a duras penas la venta de material de construcción al sector privado: “El cemento lo compramos de las grandes constructoras. Ellas tienen cemento de los proyectos de países donantes como Cátar, dicen ‘necesitamos para este proyecto 3.000 toneladas’, pero en realidad necesitan 2.000. Las cantidades extra las venden a un alto precio a gente como nosotros. Y es así como sobrevivimos aquí en la Franja”.

En la época del estraperlo de los túneles egipcios, una tonelada de cemento egipcio costaba 380 shekel [76€], hoy el cemento israelí cuesta 1.700 shekel [340€]. Entraban grandes cantidades de gravilla, pero ahora las cantidades permitidas son muy limitadas y van en su totalidad a los proyectos humanitarios.

Los únicos en construir hoy por hoy son las parejas que quieren casarse. Sin embargo, la gran mayoría termina viviendo con sus familias o solo construyen la estructura de la casa, una sola habitación y un baño. Con el nuevo precio del cemento y la escasa gravilla, el precio de construcción se ha triplicado.

Ala’a Bashir es un joven de 24 años endeudado por querer construir su futuro hogar. Debe diez mil dólares y tiene que finalizar la casa antes de su boda el próximo mes de octubre.

“Suceden muchas cosas inesperadas aquí en la Franja”, lamenta Ala’a. “Hace un año las cosas eran normales, más o menos y, de repente, subieron los precios. Me he vuelto loco preguntando precios aquí y ahí. Una vez que terminas la casa, tú mismo estás terminado…pero tengo que finalizarla, es una responsabilidad y no se puede esperar, cuando pones los hierros hay que encofrar rápidamente para que no se dañen”.

Shadi a-Ra’i tuvo que parar la construcción de su casa hace cinco meses. Vivían en una chabola construida con placas metálicas y plásticos. Con los ahorros de padre e hijo, ambos agricultores, decidieron construir una casa, pero llegó la crisis de los túneles y ahora viven en una casa sin terminar que no tiene paredes ni aislante ni baldosas.

“Aquí vivimos 13 personas- relata Shadi-. Pero no tenemos dinero para completarla. Tras las inundaciones de este invierno la cosecha se echó a perder. Era nuestro sueño, pero estamos demasiado endeudados”.

El problema de la crisis de material de construcción no solo afecta a individuales, también a los proyectos de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para Ayuda al Refugiado Palestino en Oriente Medio.

“110 millones de dólares para proyectos de la UNRWA, esto es, construcción de escuelas, infraestructuras sanitarias, etc., están siendo bloqueados por Israel desde hace un año”, cuenta el encargado de comunicación del organismo en Gaza, Adnan Abu Hasna. “Nosotros tenemos un equipo supervisando cada centímetro construido, cada material que entra por Karem Abu Salem desde Israel. Enviamos los informes a Israel para que vea que nada está dirigido al sector privado, solo a nuestros proyectos.

Sin embargo, Israel continúa bloqueando la entrada de material de construcción a la Franja de Gaza y atacando indiscriminadamente a los palestinos que solo buscan cómo lograr el sustento para su familia y son, al fin y al cabo, la única esperanza para seguir construyendo el futuro.

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