Granada destruye una huerta histórica del siglo XIX incluida en la Lista Roja de Patrimonio pese a la oposición vecinal
Granada ha dicho adiós a la Huerta de la Mariana, uno de los últimos espacios arquitectónicos de tapial, madera y teja árabe con los que la ciudad abrazaba un pasado íntimamente ligado a su vega y que, tras la decisión de derribarla por parte del Ayuntamiento de Granada, acaba con más de 150 años de historia. Esta construcción, en la que vivió el escritor Felipe Romero, ha sido destruida pese a la oposición de sus propios dueños y a los intentos vecinales de crear en ella un espacio museístico o de interpretación de las labores de labranza que se realizaban en huertas como esta. Para el Consistorio, esta construcción carecía de “valor patrimonial”.
Pero lo cierto es que la Huerta de la Mariana no volverá a decorar la ciudad de la Alhambra. El Ayuntamiento ha decidido borrarla para instalar en su lugar una pérgola que dará sombra a los vecinos que paseen por el futuro Parque de las Familias, que se está levantando en el solar que ahora ha quedado libre. Una decisión incomprensible para los propietarios, que trataron de salvarla hasta última hora, y para buena parte de la sociedad civil que entendía que su existencia era compatible con el parque. De hecho, los partidos de la oposición municipal, PSOE y Vox, habían solicitado al equipo de Gobierno que conservase un patrimonio que estaba en la Lista Roja de Hispania Nostra.
La historia de la Huerta de la Mariana se remonta al menos a 1864, año en el que aparece documentada en el Registro de la Propiedad como una finca “dividida en tablas de regadío” y “poblada en sus márgenes de toda clase de frutales”. Su sistema de riego dependía de la Acequia Gorda del Genil y mantenía el parcelario tradicional de las huertas de la Vega. El conjunto incluía además un cortijo agrícola construido en tapial, madera y teja árabe, considerado por Hispania Nostra como “el último ejemplo de este tipo de edificación dentro del casco urbano de Granada”.
Oposición vecinal
Para los vecinos de la Rosaleda, el derribo ha supuesto la pérdida de un símbolo. Francisco Rodríguez, portavoz del barrio, resume así el sentir general: “Era el último vestigio que quedaba en la capital de lo que fue Granada junto a su Vega”. Explica que la demolición “no era necesaria ni incompatible con el parque” y que modificar el proyecto “habría llevado cuatro días”. La alternativa planteada –integrar la huerta como espacio de interpretación– era, asegura, viable y respaldada por asociaciones vecinales de distintos barrios. De hecho, no muy lejos de este lugar, se sitúa la Huerta de San Vicente, la casa veraniega de Federico García Lorca, que está en el parque que lleva su nombre y que, también en los años 80, corrió riesgo de demolición por la construcción de la circunvalación.
La familia propietaria, heredera del escritor Felipe Romero, estaba convencida con el plan para poner en valor el inmueble. José Luis Hermoso, abogado y sobrino nieto del escritor, había transmitido al Ayuntamiento de Granada que la familia estaba dispuesta a conservar la huerta para uso público sin exigir compensación económica. Según trasladó a los vecinos, “no había ningún interés económico por parte de los propietarios” y, si el Consistorio quería recuperar la huerta, “la familia renunciaba a cualquier pago”. El objetivo, según Hermoso, era que la finca “se quedara en el barrio y se integrase en el parque”. Además, recuerda que su propia madre realizó una restauración de la construcción para que dejase de ser considerado un inmueble en ruinas.
El papel de Hermoso también fue clave en las últimas horas antes del derribo. Según explica él mismo y avala el relato vecinal, fue avisado la misma mañana del 26 de noviembre de que las máquinas iban a entrar y acudió al juzgado para comprobar la existencia de la orden judicial. “La demolición se realizó cuando ya estaba expirado el expediente para poder realizarla. No descartamos llevar a cabo acciones legales”, explica Hermoso. La versión del Ayuntamiento, sin embargo, lo desmiente de forma rotunda y afirma que la demolición se realizó “con una orden en vigor y dentro del plazo autorizado por el juzgado”.
Un expediente polémico
La finca estaba declarada en ruina desde 2009, una figura que, según vecinos y propietarios, se utilizó para evitar una expropiación forzosa y el pago correspondiente. El Ayuntamiento sostiene que esa declaración -y el derrumbe parcial del cortijo en 2013- justificaban plenamente el derribo y recalca que el edificio “carecía de valor patrimonial” por no estar catalogado.
Sin embargo, la huerta sí llegó a contar con protección específica en el pasado. En 1989 fue incluida en el Plan Especial de Protección de la Vega, aprobado por el propio Ayuntamiento de Granada. Esa protección desapareció años más tarde sin explicación pública. Desde entonces, la finca quedó sin defensa jurídica y expuesta al desarrollo urbanístico, pese a las advertencias de Hispania Nostra sobre su valor agrícola y arquitectónico. Sin embargo, según cuentan los vecinos, la huerta agrícola, como tal, sí ha seguido teniendo uso.
“En las últimas décadas, desde que se declaró en ruinas para evitar salvarla, la voluntad del Ayuntamiento de Granada ha sido siempre la de perder un espacio único”, lamenta José Luis Hermoso, heredero y propietario. Él mismo señala la paradoja que supone que la ciudad borre el rastro de una huerta histórica que perteneció al escritor Felipe Romero, mientras enfrente del solar que ocupaba ya hay una calle con el nombre de su antepasado: “Tenemos una clase política que no cuida el patrimonio de la ciudad. Algo increíble si pretenden aspirar a Capital Europea de la Cultura en 2031”.
El futuro de la parcela
Sin la huerta en pie, el futuro Parque de las Familias ocupará el suelo que hasta noviembre albergaba el cortijo y las tablas de regadío. En su lugar se instalará una pérgola de chapa y madera y una zona de descanso construida en bancales. No hay previsto ningún elemento que recuerde la arquitectura de la huerta, el sistema de acequias o la figura literaria de Felipe Romero.
Para los vecinos, se pierde una oportunidad de mantener un fragmento del paisaje que definió Granada durante siglos. Para la familia propietaria, desaparece un espacio que estaban dispuestos a ceder sin contraprestación. Y para el Ayuntamiento, según su versión, se trata de una actuación necesaria para ejecutar un proyecto autorizado y “legalmente sustentado”. La parcela está ya despejada. La huerta que aparecía en documentos de 1864, que pervivió a la expansión urbana del siglo XX y que seguía produciendo cultivos hasta hace pocos meses, ha desaparecido definitivamente.
3