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ENTREVISTA | María Ángeles Durán

“El cuidado consume un tiempo que es incompatible con la generación de rentas”

María Ángeles Durán. FOTO: Paula González

Ana Requena Aguilar

María Ángeles Durán es una de las expertas que más tiempo y más a fondo ha investigado los cuidados y su relación con el mercado de trabajo, la demografía, la familia y la desigualdad. Premio Nacional de Investigación Pascual Madoz, doctora honoris causa por tres universidades, ha colaborado con organismos como la OIT o el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, y ha escrito más de doscientos trabajos sobre empleo no remunerado, usos del tiempo y desigualdad. Publica ahora su último libro –'La riqueza invisible del cuidado'– mientras sigue recibiendo premios y trabajando como doctora ad honorem en el CSIC.

Hablamos de cuidados cada vez más, pero ¿qué son los cuidados?

El problema está en que el interés por el cuidado es relativamente reciente y deriva sobre todo de la escasez. Me gusta distinguir entre una definición mínima de cuidados y una máxima. En la máxima el cuidado equivale a todo el tiempo dedicado en el hogar a la familia, incluso a uno mismo, el autocuidado. Si no se cocina, no se limpia, no se compra, las personas no van a tener bienestar. La definición mínima es la que ofrece servicios necesarios para la supervivienca de personas que no pueden proporcionárselos por si mismas ni pagarlos, es decir, niños, enfermos y ancianos. Puede ser remunerado y no remunerado.

Y tomando como referencia ese concepto más amplio y que, al final, es el que sostiene nuestro día a día, ¿cómo cuidamos, cómo se afrontan los cuidados hoy en día?

La diferencia mayor respecto a hace 50 años es que ahora es una relación mucho más individual, más de persona a persona y que cada vez tienen más importancia los servicios extra hogareños. Antes eran más las familias numerosas y una madre cuidaba a varios hijos, a abuelos, pero también había tíos, hermanos mayores que contribuían a ese cuidado, era más colectivo. En estos momentos las familias son pequeñas y tenemos una cifra muy alta de hogares unipersonales en los que el cuidador tiene que venir de fuera. El cambio fundamental es que pasamos de un modelo colectivo del cuidado a un modelo muy individualista.

La palabra conciliación sale con frecuencia en debates y conversaciones, pero la realidad es que la gente cuida como puede. ¿Vivimos de espaldas a esas necesidades?

Es la crisis del cuidado. Vivimos en una sociedad en la que el mercado es una entidad muy poderosa y hemos pasado de ser sociedades patrimoniales a una de rentas: en las primeras el patrimonio era de todo el grupo; en las segundas, las rentas son de cada uno y si uno se emancipa, se divorcia o enferma se las lleva. Y el cuidado consume un tiempo que es incompatible con la generación de rentas. Las mujeres primero hemos accedido masivamente a la educación, después al empleo, pero el hueco que hemos dejado en los cuidados no lo han ocupado los varones, hay un vacío muy fuerte.

¿Qué consecuencias tiene eso?

Por una parte, se ha reducido la natalidad, que es un ajuste, perdemos constantemente población. Perdemos niños porque el trabajo de cuidar es carísimo en términos reales, es una pérdida de oportunidad de cara al mercado tan costosa que las parejas jóvenes no las pueden asumir, y menos aún las mujeres jóvenes, que necesitan periodos largos de educación, después tienen un empleo precario e inseguro, y cuando quieren darse cuenta se les ha pasado la edad de máxima fertilidad. Sin ser conscientes se ha reducido el número de personas que necesitan cuidados, que son los niños, y en segundo lugar los hemos externalizados.

¿Y hasta qué punto hemos dejado las mujeres ese vacío?, ¿no lo seguimos llenando nosotras a costa de nuestro tiempo, empleos y oportunidades?

Absolutamente, y por eso las mujeres han reducido a menos de 1,3 el número de hijos que tienen o que pueden tener, porque en muchos casos no es que lo hagan voluntariamente sino que estructuralmente no tienen otra salida. Casi todas las personas que me hacen entrevistas son jóvenes y eso hace que la visibilidad se la dan al cuidado de los niños, pero eso hoy es un error en España: ahora tenemos pocos niños y muchos viejos y de ahí viene la mayor demanda de cuidados. Los niños, además, suelen estar bastante bien cubiertos, porque hay planificación familiar y prácticamente todos los que nacen han sido porque sus padres han querido que nazcan, son niños por encargo. Mientras, cada vez hay más personas mayores, crece la esperanza de vida y así como un niño a los 5 años es obligatorio su escolarización, en personas mayores, cuando empiezan con enfermedades que no se sabe lo que durarán no hay estructuras para atenderles.

¿Podemos hacer una correlación entre la igualdad y la natalidad? Es decir, si hubiera medidas que permitieran gestionar esos cuidados y generar más igualdad, ¿influiría en un aumento de la natalidad?

Sí, está claro, lo que no sabemos muy bien es la elasticidad de recuperación de la natalidad. Francia lo ha conseguido, tuvo índices de natalidad más bajos que los de España y conscientemente promovió una serie de ayudas y servicios públicos y consiguió revertir la tendencia. Sin embargo, España o Portugal, países católicos de tradición de muchos niños, tienen ahora las natalidades más bajas del mundo. Por una parte, no hay interés real porque no se prioriza. Por otro, si se aprobaran medidas reales no sabemos cuánto tiempo tardaría la sociedad en aumentar esa natalidad.

Hablamos mucho de las elecciones o modelos individuales, pero ¿no deberíamos entender los cuidados como algo colectivo, más allá de esas opciones personales?

No hay más remedio que hacerlo, pero para convertir algo individual en colectivo, ¿quiénes son los agentes intermedios? Puede ser de pasar de un cuidado solo de la mujer a ser de la pareja, después puede ser un asunto de las generaciones más jóvenes, de las intermedias o de los mayores. Por ejemplo, en estos momentos el cuidado de las mayores, que es el más demandante, lo resuelven casi exclusivamente los propios mayores y los jóvenes están muy poco implicados. Ahí hay otra línea de ampliación hacia lo colectivo, pero luego hay que meter al mercado y las entidades públicas, e incluso el voluntariado. Así que avanzar hacia “la madre colectiva” tiene muchas vetas posibles.

¿Qué papel juega el mercado en este sistema en el que vivimos?

El mercado ofrece fórmulas que no son asequibles para la mayor parte de la población. Hay que elegir entre fórmulas caras y baratas, como la mayoría solo podrá comprar cuidado muy barato ya de entrada el llamado cuidado de calidad es irrelevante desde el punto del mercado. Si el Estado nos dice que el cuidado solo puede prestarse a través del mercado pagando un mínimo a la hora, Seguridad Social, y no puede hacerse con jornadas superiores a 40 horas, nos encontramos con que un dependiente que necesite 24 horas de cuidado, con la legislación en la mano, necesita entre cuatro y cinco cuidadores. Es un conflicto interesante: cuidado de calidad y trabajadores con derechos que el 95% de la población no puede comprar.

En su último libro habla de una nueva clase social: el cuidatoriado, ¿por qué?, ¿quién esa nueva clase?

Es una nueva teoría de las clases sociales. Ahora en los países desarrollados el proletariado en cierto modo se ha convertido en clase media respecto a esta nueva clase social, que es el cuidatoriado. El proletariado, aunque pocos, tiene unos derechos porque ha pasado por el mercado de trabajo, que es lo que el estado regula. El mercado no da solución a los cuidados, lo que se ha hecho es pasarlos a los hogares.

Si yo necesito un coche o un reloj me lo compro cuando puedo, mientras que el cliente básico de cuidado (el niño, el enfermo, y el viejo) no lo puede pagar. O se les abandona a su suerte o alguien se ocupa de ellos. La presión estructural hace que quienes están peor situados dentro del sistema, que son las mujeres, sobre todo de estratos más bajos, se haga cargo de esos trabajos. Cada vez necesitamos producir y consumir más cuidados. A precio legal costarían cuatro pero los que necesitan comprarlos solo puede pagar uno. Lo que hacemos es entonces forzar a un sector de la población a que haga todo aquello que el mercado no compra, el estado no protege y esas personas son el cuidatoriado: el 90% son mujeres, no tienen Seguridad Social, la pobreza a futuro está garantizada, la dependencia y la marginalidad, también.

Y, sin embargo, es la clase social que sostiene el sistema.

Para que al que produce el reloj le salga rentable (que lo produzca por 4 y lo venda por 5) el tiempo que le compra a los trabajadores tiene que ser neto. Si les tuviera que pagar el tiempo bruto, entonces el reloj ya le costaría 5 y medio y no le saldría rentable. Ese tiempo bruto incluye la parte de trabajo de cuidados. Para que haya trabajadores baratos hay que desplazar el esfuerzo colectivo del cuidado a las cuidadoras.

¿Hay indicadores para conocer la realidad del cuidado?

Faltan muchísimos, no tenemos ni los conceptos. No hay interés en generar conocimiento sobre estos temas porque es conocimiento que inmediatamente se vuelve vindicativo.

¿Podemos decir que hay un cambio real en los hombres respecto al empleo y los cuidados?

La primera encuesta de usos del tiempo es del año 2002, no tenemos más de 15 años de recorrido. Lo que no hay duda es que ha cambiado lo políticamente correcto, pero no sé en qué medida los cambios que reflejan algunas encuestas son cambios reales o debidos a acomodarse a eso políticamente correcto dando una buena imagen al entrevistador. Con todo, diría que en 30 años ha habido cambios, sobre todo porque en las generaciones jóvenes los hombres son más participativos y las mujeres más batalladoras. Por otro lado, la necesidad es una gran maestra, y no hay manera de hacerlo más que compartiendo. Dicho todo esto, ha cambiado poco.

Actualmente un hombre de 30 y pico asume, de media, más de lo que su padre hizo cuando tenía esa edad, pero las mujeres que conviven con ellos siguen quejándose de que algo sucede, de que no es suficiente.

Es que si el grado de compartir lo medimos de 0 a 100, pues hace unos años estaba en el 15 y ahora se ha duplicado el esfuerzo, pero aún está en el nivel 30. Antes, una mujer definía a un buen marido porque no le pegaba o no se emborrachaba, hoy las mujeres requieren otro tipo de hombre muy distinto, no solo no se conforman sino que piden que tenga grandes cualidades. Las grandes revoluciones no las hacen normalmente quienes están más bajos, sino quienes están medianamente bien y ya ven posibilidad de mejorar y tienen suficiente confianza para hacerlo.

¿Qué papel podría jugar la renta básica en la provisión de los cuidados?, ¿ayudaría a ponerlos más en el centro de nuestras vidas y asumirlos, ¿reforzaría el papel de las mujeres como cuidadoras?

Las cosas son grises, en sociología casi nada es sí o no. La renta básica tendría los dos efectos, pero aún así creo que sería mejor que la hubiera. Pero hay que tener en cuenta que eso significaría unos costes altísimos, subir los impuestos, una reestructuración de las prioridades.

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