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La lucha de las empleadas del hogar para acceder al paro: “Estábamos solas y eso les convenía a muchos”

Manifestación de protesta de trabajadoras del hogar, en una imagen de archivo. Rafaela Pimentel, habla con el megáfono.

Laura Olías

10 de septiembre de 2022 23:15 h

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Compartían mucho, pero estaban solas, aisladas. Cada una en las casas donde limpiaban, en la intimidad de los hogares de otros, Rafaela Pimentel, Marga, Marcela Bahamón, Mariana Urkuyo y muchas otras trabajadoras del hogar se rebelaron contra un marco laboral que las abocaba a la precariedad e indefensión desde el propio BOE. La ley española excluía a las empleadas domésticas del paro y permitía el despido libre sin causa, entre otras excepciones respecto al resto de trabajadores. “Empezamos a hablar entre nosotras y vimos que esto no podía ser así. Decidimos que había que sacar las historias de las casas, levantar las alfombras”, explica Rafaela Pimentel, longeva activista de Territorio Doméstico, sobre los inicios de las movilizaciones de la asociación.

El reconocimiento del derecho al paro a las empleadas del hogar esta semana, aprobado por el Gobierno después de que la justicia europea concluyera que el sistema español era discriminatorio, ha supuesto una “gran alegría” para muchos colectivos de trabajadoras que llevan décadas luchando contra la legislación. “Es un paso, pero aún quedan muchos otros. Queremos que las condiciones sean justas en su totalidad”, advierte Mariana Urkuyo, empleada del hogar y miembro de Trabajadoras no Domesticadas, afincada en Euskadi.

Varias trabajadoras y activistas comparten diagnóstico. El acceso al paro supone una importante victoria para ellas. “Acabar con una injusticia histórica”, destacan, reclamada desde hace años, a la que creen que habría sido difícil llegar sin la movilización de las propias empleadas.

Y, en concreto, sin la pelea en tribunales de una de ellas. Una trabajadora del hogar en Galicia, Mariana, que denunció a la Administración con el respaldo de su empleadora y un abogado, Javier de Cominges, que presentó un litigio estratégico para que la cuestión acabara en la UE. El Gobierno de coalición ya se había comprometido a aprobar el paro al colectivo en esta legislatura, pero varias activistas recuerdan que en el pasado la medida había quedado en el tintero pese a las promesas. “Sin ella (Mariana), no sé si hoy estaríamos celebrando”, dice una trabajadora del hogar.

“Íbamos a las iglesias a hablar con las internas”

Rafaela Pimentel subraya la importancia de la movilización para visibilizar las situaciones de ilegalidad y de desprotección al conjunto de la sociedad y para que las propias trabajadoras domésticas fueran conscientes de los abusos. “Te dicen que no tienes derecho a pagas, que no tienes derecho a días libres, a vacaciones... y terminas creyéndote que no eres un sujeto de derechos. Hasta que ves la luz con otras compañeras”, coincide Mariana Urkuyo.

Pimentel, que llegó a España de República Dominicana, explica cómo iniciaron la movilización en Territorio Doméstico en 2006. “La clave fue empezar a encontrarnos. Escucharnos mujeres que estábamos solas, muchas solas con sus hijos como yo, lejos de nuestras familias y que hacíamos frente a todo sin ninguna red, aisladas. Empezamos a hablar y hubo una conexión muy muy grande entre nosotras”, relata.

Ahí comenzó la tarea de llegar a otras compañeras. Los colectivos de migrantes fueron un canal fundamental para compartir información y sembrar la semilla para el activismo de muchas trabajadoras. A veces, las estrategias debían ser más proactivas, por el aislamiento de este tipo de trabajos y las condiciones tan precarias, que dejan poco tiempo libre y para relacionarse a las empleadas. “Sobre todo a las internas. Íbamos a los intercambiadores, a los metros, a los supermercados, a las puertas de las iglesias... Al no tener casa, cuando tenían un rato libre no tenían dónde ir y muchas estaban deambulando en estos lugares”, explica Pimentel.

A Marcela Bahamón, ex trabajadora del hogar y activista por los derechos del colectivo en la Comunidad Valenciana, le llegó una de las acciones por la radio. “En 2016, escuché a Graciela Gallego de Sedoac diciendo que iban a hacer un Congreso de Empleo del Hogar y Cuidados en Madrid. No sabía cómo lo iba a hacer, pero me dije: 'yo tengo que estar ahí”, relata a este medio. Finalmente, asistió a la primera convención de este tipo que se celebraba en España. “En el camino de vuelta a casa, dijimos no hay otra: vamos a crear una asociación si queremos visibilizar nuestras realidades”, recuerda.

Las formas de manifestarse también tuvieron que adaptarse a los difíciles horarios de las empleadas e innovar para sortear su gran vulnerabilidad. “Preparando la primera manifestación que hicimos, varias compañeras decían que no podían participar por miedo a que las identificaran sus empleadores. Así que empezamos a usar pelucas, boas, gafas...”, recuerda la activista de Territorio Doméstico, elementos que se incorporaron también a sus “pasarelas” y otras movilizaciones, caracterizadas por el humor y el ambiente festivo. “Montábamos batucadas, bailábamos, hacíamos canciones para contar lo que nos pasaba adaptando letras de canciones populares”, continúa Pimentel.

Las alas del movimiento feminista

“Fue muy importante compartir también con mujeres del movimiento feminista”, advierten Pimentel y Urkuyo, con las que las empleadas del hogar tejieron alianzas y un análisis compartido. Muchas de sus experiencias estaban atravesadas por el hecho de ser mujeres. “En un sistema capitalista, racista y patriarcal a muchos les convenía que fuéramos mujeres solas haciendo un trabajo barato o por amor al arte”, subraya Rafaela Pimentel.

Marcela Bahamón destaca la importancia también de conocer los testimonios de mujeres españolas “de provincias” que habían sido sus predecesoras en el empleo doméstico en las casas de familias más pudientes. “Me di cuenta de que la explotación que sufrimos no era tanto por ser migrantes, como por ser mujeres empobrecidas”, reflexiona.

El auge del movimiento feminista en los últimos años, también fue un impulso para la lucha del colectivo y para que este adquiriera una conciencia más amplia, reflexionan las empleadas. “A muchas nos costó ver que lo que hacíamos, los cuidados, eran un trabajo importante. La gestión de la vida, como me gusta también llamarlo. En un inicio solo queríamos mejorar nuestras condiciones laborales, pero poco a poco también ampliamos el discurso y reclamamos un sistema público de cuidados de calidad”, explica Pimentel.

Las activistas contactadas coinciden en que la ampliación de derechos aprobada por el Gobierno es una buena noticia, pero insisten en que deben llegar más. “Es un escalón, estamos muy contentas, pero hay que continuar”, insisten.

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