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Los alcaldes que no amaban a las mujeres

Tarjeta del número de apoyo a víctimas de violencia de género 016.

Pablo Sánchez

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A veces da vergüenza escribir un artículo. En esas ocasiones, al escribir ya no se manchan las manos de tinta, como cuando entonces, pero hay veces en las que las palabras salen manchadas de asco porque se cuentan las viejas historias de poder de unos y  humillación de otras, pero sobre todo solivianta la mirada de muchos hacia otra parte, cual si no pasara nada.

En este caso, es gente que abusó de su poder, hombres que humillaron a mujeres. Y esos hombres eran los alcaldes de sus pueblos cuando ocurrieron esos hechos. En Alburquerque, hace pocos años y en Malpartida de Cáceres, hace pocos días.

En un caso, un alcalde usó de su poder para vejar a una vecina e incluso amenazarla públicamente con contar con quién mantenía relaciones. Así consta en la sentencia judicial, en firme.

En el otro, la condena llega por malos tratos hacia su pareja. Sentencia judicial, en firme.

Un alcalde de Badajoz; otro de Cáceres. Un alcalde del PSOE, otro del PP.

El nauseabundo olor que se desprende de esos dos sucesos no procede del  delito en sí; al fin y al cabo cada uno carga con sus culpas y sus tragedias. Los  tribunales de justicia han condenado a ambos alcaldes a penas serias, pero tan risibles que  uno y otro siguen mangoneando en sus respectivos pueblos, cobrando sueldos públicos de sus vecinos, uno como asesor municipal y el otro en su puesto de alcalde (curiosa la sentencia contra el alcalde de Malpartida que no podrá  ser  electo en  dos o tres años, pero sin embargo puede seguir ahora alcalde sin el menor reparo).

Esos delitos provocan repugnancia, pena por las víctimas y una desazón considerable porque en estos tiempos el máximo responsable de una pequeña localidad, con el poder que eso conlleva, incurra en felonías de este tipo.

Pero lo que realmente produce vergüenza es la cortina de silencios, miradas desvaídas  e incluso redes de protección que los responsables políticos del PSOE y del PP han venido prestando en uno y otro caso. Los grandes partidos han evitado mirar a los ojos de las víctimas y se han confabulado con los condenados porque al fin y al cabo era uno de los suyos.

Para tapar las vergüenzas de uno, en Alburquerque, los socialistas cambiaron de nombre al partido para volver a ganar las pasadas elecciones y el condenado cobra ahora como asesor municipal. En las mismas elecciones del pasado mes de mayo, en Malpartida de Cáceres, el PP presentó como candidato a la alcaldía a un maltratador, ya condenado en primera instancia, y ahora cuando llega la sentencia en firme, ¡oh casualidad¡ todos los concejales del PP, entre ellos tres mujeres, deciden de repente hacerse independientes y seguir mandando en el pueblo como si nada hubiera pasado, con un condenado por maltrato como alcalde del pueblo.

Esa es la vergüenza. Esa es la nausea que provoca bilis en la barriga a casi todo el mundo, menos a los dirigentes políticos capaces de proteger a los alcaldes que maltrataban a las mujeres. Simplemente porque esos alcaldes son suyos. 

Serán suyos. Nunca nuestros.

 

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