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La segunda muerte de Julián Barragán

Imagen de la calle de los bares de Almendralejo, donde ocurrió el suceso

Pablo Sánchez

Julián Barragán Gabino, ingeniero técnico de 37 años de edad, abandonó este verano por unos días su casa de Fuenlabrada para pasar la fiesta de la Piedad en su pueblo, y luego llevaría a su sobrino a Tarifa a practicar surf.

No pudo ser. Julián murió por una hemorragia retroperitoneal en la ambulancia que le condujo desde un bar de la calle Luna hasta el hospital de Tierra de Barros. En esa ambulancia, pedida por sus compañeros al 112, no llegó ningún sanitario. Cuando su amigo Miguel llamó pidiendo auxilio le mandaron un vehículo, con un conductor, y en su interior una camilla y tres sillas.

Se cumple un mes y su familia sigue viviendo el dolor de aquella noche y añade la tristeza de no haber recibido aún una explicación. Es más, lamentan y echan en falta detalles como alguna llamada de los responsables de salud de Extremadura, de dirigentes del 112, de alguien, que les acompañe en el dolor. Parece que a la muerte repentina de Julián, se ha añadido una segunda muerte, un manto de olvido que no están dispuestos a aceptar.

Denuncia de la familia

Francisca Barragán compareció días después del suceso en la Comisaría de Almendralejo en representación de toda la familia y allí denunció los hechos y en el atestado número 2893/14 dejó constancia de que era su deseo que “por parte de la autoridad judicial competente se realicen las gestiones necesarias para esclarecer la posible negligencia en la falta del empleo de los medios adecuados, en la asistencia y traslado al centro de urgencias”.

Esta semana, Paqui Barragán ha vuelto a la casa de su hermano en Fuenlabrada para recoger sus objetos personales, ha vuelto a acariciar su ropa, y ha vuelto a mirar una foto de Julián, una foto que ella le hizo en la feria de Almendralejo tres horas antes del fatal suceso. Mira, mira cómo era mi hermano, y Paqui saca su móvil y aparecen cinco jóvenes treintañeros, Miguel, Paloma, Julián… sonrientes, felices ante una noche de verano en la feria de su pueblo.

Aquella noche de agosto, recuerda su amigo Miguel, dejaron la feria porque ya estaba bien de tanto ruido y fueron al pub de siempre en la calle Luna, un sitio tranquilo, de amigos de toda la vida. Una copa, la primera, a las 3 de la madrugada, y luego la segunda. Y esa segunda copa nunca se la tomó Julián.

Un dolor insoportable

Dijo que iba al baño, y dejó la segunda copa sin tocar. Nos quedamos Paloma y yo hablando, recuerda Miguel. Hablaban de pulsómetros y zapatillas deportivas. El día anterior Miguel y Julián habían corrido diez kilómetros por la mañana y algo de natación por la tarde, otros días tocaba bici, mucho deporte, vida sana.

Y la segunda copa seguía vacía a los diez minutos y Miguel, profesor de educación física, se extrañó, salió a la puerta del bar, buscó a su amigo con la mirada y nadie tenía su rostro. Antes de volver a la barra caminó hacia el cuarto de baño y allí estaba el dueño del bar, avisado por un joven que entró en el baño y se encontró la tragedia, y en el suelo blanco como una pared encalada, Julián, quejándose, con sangre en la cara. Miguel miró cómo su amigo se rasgaba la camisa señalando su vientre, el centro de su dolor.

Miguel Ángel Bravo llamó al 112 a las 4,03 minutos por vez primera. Le atendió la llamada la voz de un hombre que parecía joven. Le dije que mi amigo estaba muy mal, que mandasen una ambulancia, me preguntó qué pasaba, que si habíamos bebido, que si era un coma etílico, yo dije que no sabía, que podía ser un coma etílico, yo qué sabía qué decir, dije que también tenía sangre en la cara, solo hablé con esa persona, y a las 4,10 volví a llamar otra vez, y la ambulancia llegó creo que a las 4,15, son horas aproximadas todas porque en el 112 dicen que no se registran esas llamadas y no aparecen en mi teléfono los horarios, es raro…

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