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Gana Illa pero la amenaza del bloqueo continúa

El candidato a la presidencia de la Generalitat por el PSC, Salvador Illa, acompañado por la portavoz en el Parlament Eva Granados

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“El peor ministro de Sanidad de Europa”, decía Pablo Casado sobre Salvador Illa hace menos de un mes. Era un argumentario compartido: lo mismo repetían ERC, Junts per Catalunya y la ultraderecha de Vox. Las urnas han hablado y Salvador Illa es hoy el más votado de la noche electoral. Ha logrado el mejor resultado del PSC en 15 años y casi duplica los escaños que tenía su partido en el Parlament. 

El “ministro de la Pandemia”, triunfador electoral. En gran medida por el contraste entre su tono mesurado e incluso aburrido frente el histrionismo demagógico de la oposición. Solo así se explica que haya acumulado este capital político tras gestionar la peor crisis sanitaria en un siglo. 

Illa no cometerá el error de Inés Arrimadas y se presentará a la investidura, aun a sabiendas de que apenas tiene opciones para presidir la Generalitat. Es una victoria simbólica: en votos, porque en escaños empata con ERC. El independentismo ha logrado una amplia mayoría absoluta en el Parlament. Es más holgada incluso que la de la legislatura anterior, pero ni será una investidura fácil para el president más probable –a estas horas, Pere Aragonès– ni parece que los catalanes vayan a tener una legislatura tranquila. Desde las elecciones catalanas de 2010 no ha habido un solo Parlament que durase los cuatro años de rigor. 

La noche electoral deja sin resolver el debate sobre el liderazgo dentro del bloque independentista. Ha ganado por la mínima ERC sobre Junts, pero no habría sido así sin la escisión que ha sufrido el polo político liderado por Carles Puigdemont con el intento inane del PDeCAT. La victoria de Pere Aragonès sobre Laura Borràs es demasiado corta como para ser definitiva, y deja ese debate sin cerrar. Además, ambos partidos necesitarán a la CUP, que duplica sus escaños respecto a 2017. Siguen siendo claves en cualquier investidura independentista, como demostraron cuando jubilaron a Artur Mas.

Que ERC no haya acabado de ganar y Junts no haya acabado de perder deja completamente abierto el escenario político catalán. No descarten otra legislatura corta o incluso un bloqueo permanente, porque para Pere Aragonès no hay otro escenario aceptable que la presidencia de la Generalitat. Mientras que para Junts, una repetición electoral –donde el PDeCAT ya no podría competir– no es un futuro que suene tan mal.

En la derecha españolista, la noche deja dos perdedores y un evidente ganador, el más ultra de los tres. Se hunde Ciudadanos, estrepitosamente. De primero a séptimo en tres años, en una derrota que acelera la debacle de un partido en descomposición. Y, a pesar de ese colapso, el PP es incapaz de recuperar un solo voto y se hunde aún más. 

Pablo Casado suma una nueva derrota electoral y queda herido de muerte. Mientras Vox sea así de fuerte, es casi imposible que el PP pueda regresar a La Moncloa. Cada vez van a ser más quienes en su partido miren a Alberto Núñez Feijóo. El gallego puede presumir de liderar una de las pocas comunidades autónomas donde Vox no tiene representación parlamentaria. Y no ha sido porque Feijóo haya asumido como propio el discurso de Vox, ni porque haya alimentado sus debates. 

Parte del espacio que deja Ciudadanos en su hundimiento lo ocupa ahora Vox, que se convierte en el cuarto partido de Catalunya y el primero de los tres de la foto de Colón. Dato importante: cuando se hicieron aquella foto juntos –hace solo dos años, en una masiva manifestación en Madrid “contra el independentismo”–, Vox aún no tenía representación ni en el Congreso de los Diputados español ni en el Parlament catalán.

La ultraderecha nunca fue tan fuerte, ni la derecha tan irrelevante en Catalunya. Si fuese posible eliminar el eje soberanista de la ecuación, la izquierda gobernaría con amplia mayoría. Sube la izquierda. Baja la derecha. Y, contra pronóstico, En Comú Podem ha aguantado bien el envite: a pesar del tirón de Illa, mantienen los mismos escaños que dos años atrás. 

La lección parece obvia para cualquiera que la quiera aprender. Asumir el discurso de la ultraderecha y tensionar la convivencia con Catalunya –como ha hecho en estos años el PP– solo beneficia a los independentistas y a Vox. Tal vez les funcione en algunos barrios de Madrid, pero con ellos no basta para gobernar España. Dos visitas más de Isabel Díaz Ayuso a la campaña catalana y el PP se queda sin representación. 

El escenario que hoy se abre sigue siendo el de un bloqueo. Un empate en la correlación de fuerzas que no ha terminado porque el independentismo haya superado ligeramente el 50% de los votos en esta ocasión –beneficiados por la mínima participación–. Ni los independentistas tienen la fuerza suficiente para imponer una vía unilateral, ni el resto de España –ni de Catalunya– puede ignorar por más tiempo esta situación. 

Seguirá el bloqueo, salvo que la izquierda, que es ampliamente mayoritaria en el Parlament, ponga por delante de las banderas la educación, la sanidad, el medio ambiente y la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Ojalá sucediera. Me temo que no va a pasar.

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