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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

Niebla en el canal

Boris Johnson habla sobre Rusia con un bromista que finge ser el primer ministro armenio

Lina Gálvez

Eurodiputada del PSOE —

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“Niebla en el canal, el continente está aislado”. Esta era la fórmula que habitualmente utilizaba el Daily Mail como parte meteorológico en la Gran Bretaña de los años treinta del siglo pasado. Y parece que esta semana comenzará definitivamente a instalarse una niebla sobre el canal de la Mancha que lo hará más profundo y difícil de transitar.

Esta semana se consumará el Brexit, aunque todavía queda un periodo de transición de once meses que debe servir para diseñar la manera en la que se suturará la herida. Ahora bien, esta herida no podrá cerrarse de verdad si Europa no emprende la transformación de aspectos esenciales del funcionamiento de sus instituciones y sus políticas, una transformación en la que será imprescindible que se involucre la ciudadanía. Sólo si esto es posible, movimientos ciudadanos como Grassroots for Europe –el mayor grupo de presión proeuropeo de la historia británica– podrán seguir sumando seguidores.

Este jueves 30 de enero se celebra el que será el último pleno en el Parlamento Europeo para las y los parlamentarios británicos. Una sesión histórica donde, además, se votará el acuerdo del Brexit. De seguro habrá celebración entre los Brexiters, que serán aplaudidos por otros euroescépticos y nacionalistas populistas. De seguro también habrá lágrimas en los rostros de los restantes miembros de la representación británica, que sí creían en el proyecto europeo, y de los que nos quedamos, que echaremos de menos a nuestros colegas del otro lado del canal y seguiremos preocupados por la fortaleza del proyecto que representamos y defendemos.

El 23 de junio de 2016, día del referéndum del Brexit, me encontraba casualmente en un congreso académico en las islas británicas y desde ese momento no he dejado de sentir perplejidad, pena y preocupación por una ruptura con la que, en mi opinión, todas las partes perdemos. De cómo se concrete y materialice el acuerdo de salida en los próximos once meses dependerá mucho la dimensión y la profundidad de la pérdida, los términos en que deberemos gestionarla y a quiénes afectará principalmente.

Más allá de la pérdida económica, que es la que se subraya normalmente, el Brexit es un bocado a Europa y a la construcción de un proyecto democrático supranacional más necesario ahora que nunca. No se trata únicamente de la salida del Reino Unido de la UE: es la constatación de que el proyecto europeo no era sólo una marcha hacia delante, hacia una integración económica y política cada vez mayor. No es la primera vez que el proyecto europeo sufre parálisis o retrocesos, pero nunca antes habían sido tan dramáticos ni habían tenido implicaciones tan profundas, por el grado de integración que habíamos alcanzado en estos últimos años y por el tamaño y la naturaleza de los riesgos y desafíos a los que debemos enfrentarnos.

Si bien el Brexit deja sobre la mesa la dificultad que conlleva la salida de un estado miembro y lo que se pierde con ello, también demuestra que es posible hacerlo. Y no faltan partidos ni movimientos euroescépticos y nacionalistas que abogan por la desvinculación de los países a los que representan de la UE, o que apoyan únicamente un tipo de unión restringida a la existencia de un espacio de libre comercio y cooperación en aspectos puntuales.

Es cierto que algunos líderes políticos, como Matteo Salvini –que no sólo demostraba su desprecio a la construcción y las instituciones europeas con las arengas que lanzaba a sus votantes y simpatizantes, sino también dejando de acudir a todas menos una de las siete reuniones del Consejo Europeo a las que fue convocado en calidad de ministro del Interior italiano–, han rebajado el tono de su antieuropeísmo. Salvini, en concreto, ha dejado de proponer el abandono del Euro por parte de Italia, pero sigue demostrando no sentir ningún respeto por el estado de derecho y las normas más básicas de convivencia que rigen en la UE, y su salida del gobierno no ha significado su abandono de la política italiana o europea.

Obviamente, el primer ministro británico Boris Johnson tampoco tiene intención de respetar esas normas. Mientras Bruselas desea concretar un acuerdo que exceda los límites del mero tratado de libre comercio, que mantenga las normas y estándares comunitarios, y que, por supuesto, garantice los derechos de la ciudadanía de ambos lados del canal de la Mancha, Johnson ya ha dicho que no está por la labor de seguir sometiéndose a las reglas de juego comunitarias. Según sus propias palabras: “No habrá armonización, no acataremos órdenes, no estaremos en el mercado único y no estaremos en la unión aduanera, y lo haremos para final de año”.

Esta posición puede incluir el desentendimiento por parte del Reino Unido de las reglas de la competencia comunitaria y la adopción de una política más agresiva de ayudas a las empresas o, lo que sería aún más dañino para los intereses de la ciudadanía europea, una reducción del impuesto de sociedades o una relajación de los estándares medioambientales, iniciando una carrera a la baja en la fiscalidad y en los objetivos medioambientales. Por no hablar de la regulación laboral comunitaria que, aunque insuficiente, ha sido garantista para los trabajadores británicos en muchos aspectos.

Así que, frente a la herida que deja el Brexit, las tensiones centrípetas de carácter nacionalista y la falta de solidaridad que demuestran muchos de los estados más ricos a la hora de avanzar en el proyecto común, creo que la mejor salvaguarda del proyecto europeo y la mejor manera de tratar de disipar o al menos aligerar la niebla permanente sobre el canal, es trabajar para que la ciudadanía europea crea en el proyecto. Con ese objetivo en mente, destaco tres caminos que a mi entender deberíamos transitar.

El primero, avanzar en democracia. Este aspecto es especialmente importante, porque la democracia como gobierno del pueblo está siendo asediada desde varios frentes y la UE no es ajena a ninguna de ellos. Al asedio de los populismos y los neofascismos, representados por los ya citados Johnson y Salvini, entre otros, habría que añadir el ataque contante que desde hace décadas supone el neoliberalismo y los desafíos propios del desarrollo de instancias supranacionales.

La racionalidad rectora vinculada al neoliberalismo, en palabras de Wendy Brown, ha mutado la naturaleza de los sujetos y los gobiernos, que son sustituidos por la gobernanza, la cual responde a unos intereses económicos y no políticos que generan desigualdad y que deslocalizan la soberanía popular. Recuperar la centralidad de la soberanía popular y la democracia como gobierno del pueblo son metas esenciales para la supervivencia y consolidación del proyecto europeo, que debe seguir ideando mecanismos que trasciendan la simple traslación al ámbito supraestatal de modelos de democracia diseñados para los estados-nación, de manera que la ciudadanía perciba que se gobierna para la mayoría y no para una minoría.

El segundo camino está relacionado con el primero, ya que para avanzar en democracia y lograr que la ciudadanía se involucre en el proyecto europeo es necesario acercar las instituciones europeas a las y los ciudadanos. Esto se puede hacer de diversas maneras, como por ejemplo garantizando la presencia de las instituciones europeas en el territorio de cada estado miembro, mediante la labor de los parlamentarios europeos o a través de programas específicos que creen una conciencia ciudadana europea, como logró el programa Erasmus y hacen ahora el Erasmus Plus y otros programas de intercambio que se están poniendo en marcha.

Otra manera de acercar las instituciones y la política comunitaria a los ciudadanos es a través del presupuesto y las competencias, aunque ahí realmente existen escollos difíciles de superar a causa de los tratados que fijan los recursos propios en el 1,2% del PIB comunitario y de la actual composición del Consejo y el Parlamento europeos, donde la presencia de gobiernos y partidos nacionalistas aleja la posibilidad de aumentar el presupuesto dentro del Marco Financiero Plurianual que ahora ha de terminar de discutirse. Hay que recordar que Estados Unidos dispone de un presupuesto federal que suele situarse en torno al 35% del PIB estadounidense.

El tercer camino que debemos transitar tiene que ver con la dirección de las políticas económicas comunitarias, que deben virar para garantizar el bienestar y la justicia social, de manera que la ciudadanía pueda sentir como algo positivo la pertenencia al proyecto comunitario. La gestión de la crisis, con la imposición de las políticas de austeridad a los estados miembros, ha dejado muy mala prensa, mucho dolor y mucho sentimiento de injusticia. Si bien se han atenuado la disciplina y la dureza de algunas medidas desarrolladas durante la crisis, y a pesar de contar desde 2017 con el Pilar Social Europeo, el grueso de la política económica sigue siendo de corte deflacionista y la desigualdad económica dentro de la UE no para de crecer.

Los datos de Eurostat y del Eurobarómetro nos muestran cómo el europeísmo cae allí donde existe mayor desigualdad, un proceso que obviamente no ha sido ajeno al apoyo popular otorgado al Brexit. El crecimiento de la desigualdad no es compatible con la democracia, por lo que necesitamos políticas económicas que la combatan y que sienten las bases para un nuevo contrato social que ahora sí tiene que ser verde y feminista. Sólo con el apoyo y la participación real de la ciudadanía seremos capaces de conseguirlo.

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