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Sobre este blog

(Bilbao, 1959). Ha sido guionista de radionovelas de humor, cómic (El Víbora, Cimoc...) y numerosas series de televisión (Farmacia de guardia, Turno de oficio...). Ha publicado los libros de relatos, novelas históricas juveniles. Su novela Voracidad fue Premio Euskadi de Literatura 2007. Ha sido traducido al francés, alemán, italiano, ruso, búlgaro, noruego y euskera. Es columnista de opinión en el diario El Correo y otros periódicos de Vocento. Dirige el festival La Risa de Bilbao, Semana Internacional de Literatura y Artes con Humor.

Anacronismos

Juan Bas

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En la última película de Tarantino, ese descompensado divertimento que es ‘Django desencadenado’ ─estupendo el gag visual del carro con una gran muela oscilante en el techo del aparente dentista Christoph Waltz─, abundan los anacronismos, sobre todo en las armas. La acción transcurre en 1858 y sin embargo algunos personajes disparan con rifles Winchester de repetición y revólveres Colt modelo Peacemaker. Tarantino lo hace adrede, como un elemento más de la estética de espagueti western con que trata la película; ya que si algo caracterizaba a aquellas producciones italianas era este tipo de anacronismos.

Los anacronismos siempre me han disgustado, incluso justificados por una aplicación humorística ─con la excepción de los guiones de cómic de Goscinny─, y he procurado no incurrir en ellos de modo involuntario, sin conseguirlo. En mi novelita histórica ‘El oro de los carlistas’ ─inevitablemente rebautizada por la inmisericorde transmisión oral como el loro de los carlistas─, un pil-pil western, se me colaron un par de ellos: utilicé el término estraperlo, que se acuña en la Segunda República y no se usa en el sentido de mercado negro hasta la posguerra civil, durante el sitio de Bilbao de 1874, y consideré ya catedral de la Villa a la entonces iglesia de Santiago; como quiero tanto al clero, haría cualquier cosa por darles algo de más.

Los anacronismos suelen ser de este tipo, de futuro, es decir, situar en una recreación del pasado un elemento que no corresponde a su época y estaba por descubrir o inventar. Desde el presente, un anacronismo de futuro no sería tal, sino ciencia ficción. Pero lo que sí se dan en el presente son anacronismos de pasado. No suelen estar en las artes, en la inofensiva ficción, sino en la hiriente realidad. Deberían haber quedado archivados en los anales de la historia, pero enturbian nuestros días y son escollos para el progreso y la modernidad. Verbigracia.

Vamos a jugar a dónde está Wally, el gafitas rojiblanco con pinta a capullo que se camufla entre la abigarrada multitud. Y como suele incluirse en el barroco juego, hay que encontrar también a otros sujetos en el enjambre de variopinto personal, en este caso a tres tipos de lo más anacrónicos. Cuesta poco descubrirlos porque cantan más que un peluco en la muñeca de un troglodita. El primero, disimulado entre bañistas en cueros, es un señor vestido con una gualdrapa de colorines y con el bolo cubierto por un alto cucurucho: un arzobispo que viene de dar a sus feligreses a Dios repartido en un centenar de hostias. El segundo, confundido entre un portero de gran hotel y una ‘majorette’, es un individuo con gorra de plato, galones, condecoraciones y un fajín: un general del ejército que acaba de presidir un desfile militar por la patria. Y el tercero, diluido en medio de una manifestación de mineros parados, es un caballero con capa de armiño, un cetro y una corona de oro y piedras preciosas sobre la testa: un rey que viene de no hacer nada. Tres puros anacronismos que pertenecen al pasado: Dios, patria y rey, grandes palabras que resuenan como la voz en un gran hueco. Ya lo decía el ‘Oriamendi’, el himno carlista ─el carlismo consiguió ser anacrónico hasta para su tiempo─: «Por Dios, por la patria y el Rey, lucharon nuestros padres. Por Dios, por la patria y el Rey, lucharemos nosotros también.» Precisamente, en eso estoy pensando.

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(Bilbao, 1959). Ha sido guionista de radionovelas de humor, cómic (El Víbora, Cimoc...) y numerosas series de televisión (Farmacia de guardia, Turno de oficio...). Ha publicado los libros de relatos, novelas históricas juveniles. Su novela Voracidad fue Premio Euskadi de Literatura 2007. Ha sido traducido al francés, alemán, italiano, ruso, búlgaro, noruego y euskera. Es columnista de opinión en el diario El Correo y otros periódicos de Vocento. Dirige el festival La Risa de Bilbao, Semana Internacional de Literatura y Artes con Humor.

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