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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Es el ser humano, amigo

Test de coronavirus al volante

Javier Arteta

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No es corriente que al ser humano se le sitúe en el centro de la economía, sujeta como está habitualmente al 'ordeno y mando' de los mercados. Una manera de funcionar que ha quedado totalmente obsoleta, gracias a la expansión pandémica del coronavirus y a la crisis planetaria que está provocando. De manera que lo que venía justificando hasta ahora las políticas de austeridad y todas sus mangancias (“Es el mercado, amigo”, que diría el ilustre presidiario) está siendo puesto en cuestión hasta por los organismos internacionales que las patrocinaron en su día.

Cuando vienen mal dadas, como ocurre ahora, no es al mercado al que se le piden responsabilidades, sino a los Gobiernos. Ahora es cuando las empresas, que normalmente abominan del más leve intervencionismo estatal, son las que exigen airadamente al Estado que intervenga para salvarlas. Hace no mucho, se nos decía con escándalo –de empresarios, partidos y escribidores de la derecha- que el Gobierno de Pedro Sánchez volvería a incumplir la senda del déficit que se había impuesto para cumplir con Europa, dado el gasto comprometido en cosas como pensiones y funcionarios. Un gasto que ascendía a algo más de 4.600 millones de euros y se consideraba excesivo. Pero hoy resulta que los primeros 18.000 millones de euros que el Gobierno dedicó a paliar los daños económicos que el maldito virus ha provocado no pasan, como se ha dicho por los mismos, de ser una “tirita” para hacer frente a la actual situación de crisis.

Algo, pues, parece haber cambiado entre el ayer inmediato y el presente viralizado; hasta el punto de que la única ley que parecía regir en la actividad económica, la de la oferta y la demanda, ha pasado a ser puesta en cuarentena, a la espera de lo que vayan decidiendo otras leyes civiles (el Real Decreto sobre el estado de Alarma, por ejemplo), para ir atajando la emergencia sanitaria. Y las exigencias que desde los flancos más dispares, y a escala mundial, se le plantean a todos los Gobiernos para aumentar el gasto público y garantizar la 'liquidez' del sistema (para que no entre en franca liquidación) parecen sugerir que, de momento al menos, la exigencia europea de contención del déficit deberá esperar a tiempos más oportunos para volver a ser formulada.

Y no parece, por otra parte, que éste sea el momento más adecuado para proclamar que donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos, como afirman sin rubor nuestras derechas: las que han deteriorado cuando gobernaban los servicios públicos, de cara a su progresiva privatización, con el pretexto de favorecer la “libertad de elección de la gente”. Parece, sin embargo, que el combate al coronavirus no admite alternativas que no sean puramente retóricas: o sanidad pública o sanidad pública. Gracias a esta crisis la acabamos de redescubrir. Y hemos descubierto, igualmente, que, a despecho del neoliberalismo rampante, no sólo sigue gozando de una calidad a prueba de recortes, sino que es también un elemento clave para que nuestro sistema económico no se desmorone; razón por la cual, si algo necesita con urgencia es contar con una financiación y una dotación de recursos, materiales y humanos, en correspondencia con el papel de primer orden que está jugando.

Como necesitan ser reforzados, y más y mejor financiados, la educación pública, el sistema de atención a la dependencia y, en general, todos los mecanismos de protección social, ante las negras perspectivas que se abren a causa de esta emergencia sanitaria. Porque la pandemia pasará, pero quedarán las víctimas colaterales (cierres de empresas y desempleo) que todos prevemos. O podrán quedar, si el Estado no actúa con la suficiente contundencia. O no cuenta con unos presupuestos que le capaciten para actuar a pleno rendimiento. A lo mejor es éste el mejor momento para que quienes presionan al Gobierno y le piden que actúe con celeridad incluyan esta exigencia en su lista de reivindicaciones.

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