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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Aprovechar la ocasión

José M. Portillo

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Aprovechar la ocasión fue una frase preferida de la política barroca. Era de especial aplicación para interpretar las crisis, indicando lo mismo que el refrán de que no hay mal que por bien no venga. No era una forma solamente de consolarse ante la adversidad sino un convencimiento de que las crisis se producían para restablecer un orden justo.

Nada más barroco que la performance catalana que deja a 'Ocho apellidos catalanes' a la altura del barro(co). ¿Es o no es barroca esa CUP que parece que es pero que no es y resulta de repente otra cosa? ¿Es o no es barroca esa dramatización de Artur Mas con final de ave Fénix que ya volverá a escena cuando resurja de sus cenizas? ¿Y qué me dicen del putto Junqueras que siempre está como de relleno pero que es quien sostiene con sus bracitos toda la decoración? Pues nada más apropiado entonces que echar mano de la retórica barroca para interpretar el momento que este domingo 10 de enero de 2016 ha abierto nueva escena en la política catalana y por ende en la española.

Y aprovechar la ocasión debería ser divisa de los partidos que en el otro escenario de este drama barroco han de componer la estampa política española. Desde que el espectáculo catalán ha dado golpe de timón, todo se mueve en el teatro español. El Partido Popular y Ciudadanos, su derivado naranja, urgiendo al PSOE para unirse a la escena que quiere componer Rajoy con él en el centro y con Rivera y Sánchez como decididos caballeros con la mano ya a la espada para desenvainar a la mínima afrenta. El Partido Socialista, que tenía ya prevista otra escena con Sánchez en el centro de la misma e Iglesias a su vera, se ve ahora con el muy barroco horror al vacío siendo además requerido a un lado y a otro para formar parte de escenarios distintos.

Porque Iglesias, tan barroco como el que más, había dibujado no líneas sino línea roja, una sola, pero de un retorcimiento tal que llenaba con ella todo el vacío de una imaginación política estéril. Este barroco político español no solamente es que produzca hartazgo y náusea, sino que además es letal. Lo es porque la situación requiere más Ilustración y menos barroco, más reflexión y menos pasión. Quizá es por ello que nuestros recién elegidos representantes no están siendo capaces siquiera de seguir un lema tan barroco como el de aprovechar la ocasión.

Como dicen los mexicanos: al chile. La situación creada en Cataluña puede ser una ocasión aprovechable para llevar a cabo lo que en estos momentos necesita España para poder estabilizar el vuelo que no deja de dar trompicones y a cada rato arriesga el accidente fatal. España tiene un problema constitucional grave al que tiene que dar solución. Podría, por supuesto, no hacerlo pero de hecho ya se tiene la sensación de que el actual sistema, el de 1978, está en situación de provisionalidad, y eso es malo para todo y especialmente para cualquier recuperación justa de nuestro sistema productivo y de nuestra economía. Pues bien, lo que es totalmente seguro es que cualquier reforma constitucional en España se hará con el PP o no se hará.

La pregunta es ¿con qué PP puede hacerse una reforma en serio de la Constitución? Desde luego, no con uno que goce mayoría parlamentaria, como hemos visto durante cuatro años en los que Rajoy solo decía que llovía mucho cuando se le planteaba qué hacer con Cataluña. El único PP que podría entrar a considerar la necesidad de abrir un proceso de reforma constitucional en profundidad es el que hay ahora, es decir, el que dirija un gobierno que no dependa de su propia fuerza parlamentaria sino de la de los demás.

Quien tiene, por tanto, la posibilidad (y la responsabilidad, que no es poca) de saber aprovechar la ocasión es el PSOE. Soy de los que han proclamado sin dudarlo un segundo que un PSOE que permitiera un gobierno del PP había ya tenido mi último voto, y de hecho me sigue gustando un punto menos que cero ver de nuevo a Rajoy al frente del ejecutivo. Sin embargo, la pregunta que la razón impone a la pasión es si preferimos volver a votar allá por marzo o abril en un escenario en el que el gobierno y el parlamento de Cataluña estén lanzados ya al gran slalom de la ruptura abrupta, injusta y antidemocrática que cabe esperar de sendas instituciones capitaneadas ni más ni menos que por Carme Forcadell y por Carles Puigdemont. No cuesta mucho imaginar lo fácil que sería para el sector más inmovilista del PP -mayoritario por otra parte- construir un discurso de fuerte pegada electoral cortado por el patrón de García Albiol. El PSOE en ese caso no podría exhibir mucho más que la inmaculada concepción, pero me temo que en una situación crítica eso sabría a poco a un electorado que para purísimas ya tendría además a Podemos.

Aprovechar la ocasión podría significar emplazar a Rajoy y tomarle la palabra de la necesidad de formar gobierno, porque es cierto que es necesario. Pero hacerlo con la condición de que dicho gobierno se comprometa a abrir el necesario debate sobre una reforma constitucional que desactive la locura barroca del nacionalismo catalán y que lo haga por la única vía que parece razonable, esto es, reconstruyendo un consenso constitucional hace tiempo en entredicho, y no solamente por este motivo catalán. Sería el modo también de devolver la pelota al PP para comprobar hasta qué punto está dispuesto a colaborar para solucionar el grave problema político que tiene que resolver España. Pero sobre todo, daría la sensación de que alguien ha entendido que el momento no está para dramas barrocos sobre el fin de España sino para abrir un momento político de reflexión y recomposición del vínculo político esencial. La mejor constitución, vino a decirle Zapatero a Ibarretxe en un memorable debate en las Cortes, es la que no le gusta a nadie, es decir, aquella en la que nadie reconozca su ideal de constitución porque eso significará que realmente constituye un suelo político que podemos pisar desde distintas posiciones ideológicas.

En gran medida ese fue el éxito de 1978 y ese debería ser de nuevo el reto ahora, pero para ello hay que dejar a un lado nuestro pesado lastre barroco y sentarse en el Congreso a debatir.

Aprovechar la ocasión debería convertirse en un lema ilustrado.

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