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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La regeneración de Bilbao. Lecciones de un modelo difícil de imitar

Juan Miguel Sans

Quien visitara hace 25 años Bilbao y no hubiera vuelto desde entonces, hoy no la reconocería. Es la primera característica del cambio urbano de esta ciudad: la rapidez con la que se ha producido su radical transformación. Una generación ha sido testigo de este cambio.

Cuando se inició este proceso, Glasgow, Seattle o Birmingham eran los casos de ciudades que nos servían de inspiración. Hoy muchas de estas ciudades nos visitan para conocer el modelo de Bilbao. Pero es un modelo inimitable. En Bilbao han confluido una serie de circunstancias difíciles de reproducir.

La más importante de todas es la colaboración entre instituciones. Sostiene Ibon Areso, exalcalde y durante varios años responsable del Plan General de Ordenación Urbana, que el caso de Bilbao no es, como a veces se cree, un ejemplo de colaboración público- privada, sino el de colaboración público-pública. Aquí han arrimado el hombro, Ayuntamiento, Diputación, y los gobiernos vasco y español. Todos apostaron por la creación de una sociedad pública, Ría 2000, que fue la encargada de administrar el proceso. La contribución de RENFE, FEVE y la Autoridad Portuaria era indispensable al ser la propietaria de los terrenos que lindaban la ría y que había que liberar para la ciudad. Esta operación de inteligencia colectiva se hizo bajo el paraguas de la política del Ministerio de Obras Públicas y Transportes, en manos en aquellos años del ministro Borrell, que tenía por objeto integrar las operaciones de transporte, urbanismo y medio ambiente en algunas ciudades españolas en el marco de una estrategia de concertación institucional.

Bilbao era una ciudad industrial en decadencia a finales de los años setenta. Declive era una palabra tabú, pero reflejaba muy bien la realidad de entonces. Una ciudad surcada por una ría plagada de astilleros, industrias e instalaciones portuarias, donde todos tiraban sus inmundicias. La ciudad vivía de espaldas a la ría. Ese fue el enfoque que transformó la ciudad. Intentar que la ría se convirtiera en la Gran Vía de la ciudad. La arteria que la vertebrara. El Guggenheim y el palacio Euskalduna han dado cobertura a la nueva fisonomía de la ciudad y el metro ha contribuido a articularla.

Esta transformación se puede resumir con una imagen que todo el mundo comprende. Bilbao ha pasado de ser, como declaró en cierta ocasión Luis Eguiraun, guionista y programador de Zinebi, una ciudad de cine negro a una ciudad de comedia. Enrique Urbizu remató esta idea afirmando que Bilbao más bien parecía una ciudad de musical de Jacques Demy. Todos, como se ve, apuntan en la misma dirección. Ahora es una ciudad amigable.

Este cambio era necesario para adaptarse a los nuevos tiempos. Bilbao ya nunca más sería una ciudad industrial sino de servicios avanzados, tecnológicos y de conocimiento. Ibon Areso, de nuevo, en una imagen muy gráfica, decía que había que cambiar el chasis de la ciudad.

Este proceso abre una gran oportunidad para atraer inversiones y empresas de nuevo cuño y recuperar el protagonismo que un día tuvo como capital industrial y financiera. Bilbao ha vuelto a estar en el mapa como reconoce el Financial Times al situarla como cuarta mejor ciudad europea para la inversión, en la categoría “mid-sized cities”.

El alcalde Azkuna cerró este primer ciclo de transformación construyendo nuevas infraestructuras, como el centro cultural y de ocio que lleva su nombre, dando visibilidad a los barrios, ampliando el espacio urbano hacia los nuevos terrenos de Zorrozaure y, para asombro de muchos, haciendo de Bilbao una ciudad limpia y segura. Más importante aun fue su capacidad para “engrasar” las relaciones con la administración central para que esta operación tan ambiciosa de regeneración urbana pudiera solventarse sin generar endeudamiento para la ciudad.

Pero Bilbao ha de enfrentarse a nuevos retos.

El primero, y quizás más importante, es su vocación metropolitana, no siempre bien entendida por todos, ni en el Ayuntamiento de Bilbao, ni en los circundantes. Bilbao tiene que pasar de ser una villa de casi 350.000 habitantes a una metrópoli de más de 1.100.000 de habitantes. Esto requiere poner en primer plano la accesibilidad como una de las prioridades de la urbe. El objetivo debe ser facilitar la movilidad laboral, de ocio y educativa de sus habitantes. El objetivo no es solo articular el territorio si no trabar una red de relaciones sociales en el mismo. Cohesión y vertebración social se llama esta figura.

Otro tema relevante será la necesidad de disponer de infraestructuras culturales y educativas, así como de una industria creativa y del conocimiento. Bilbao ya tiene una red potente de teatros públicos, museos de renombre, la orquesta sinfónica, la temporada de ópera, el certamen de cine documental y cortometrajes, tres universidades y un largo etcétera de acontecimientos culturales de prestigio. Se encuentran también las sedes de importantes ingenierías españolas, una de las principales compañías eléctricas del mundo y el segundo banco del país. Posee centros sanitarios y de enseñanza de calidad, e incluso una pequeña red de escuelas extranjeras. Cierto, todavía nos quedan cosas por hacer. Tenemos algunas infraestructuras insuficientemente utilizadas, como el BEC, la Feria de Muestras de Bilbao. Y hace falta además un parque tecnológico urbano de servicios avanzados. Todo con el objetivo de hacer de Bilbao una ciudad atractiva para vivir, trabajar, invertir y visitar. Una ciudad que tenga como nuevos atributos el conocimiento y los servicios avanzados.

Se requiere también un cambio de mentalidad de la población para asumir estos nuevos retos. El más evidente de todos es la parálisis del sector comercio ante el tema de los horarios comerciales. Parece ser el único colectivo que no es consciente del cambio que ha sufrido la ciudad.

En fin, es difícil imitar el modelo de regeneración de Bilbao, pero sí se pueden sacar algunas enseñanzas válidas para otras ciudades, La más importante es que estos procesos de transformación no se producen por generación espontánea.

Recuerdo haber visto en 1989 o 1990, en las instalaciones de Babcock Wilcox, una maqueta de Ming Pei -arquitecto de las pirámides del museo del Louvre- que ya vislumbraba esta imagen del nuevo Bilbao. Por aquellas mismas fechas, el Departamento de Economía y Planificación del Gobierno vasco, entonces una coalición entre PNV y PSE, con Luis Atienza al frente, organizó unos debates sobre el futuro de Bilbao, en el marco de un programa denominado Perspectivas 2005, que puso todos estos temas sobre el tapete. Fue en esa misma legislatura cuando se puso en marcha el proyecto del metro. Jose Luis Burgos, entonces viceconsejero de Transportes, decía que no había ninguna gran ciudad sin metro. Había ambición de renovación. Se creó, poco más tarde, la asociación Metrópoli 30. Jon Azua tuvo, algo después, la oportunidad, habilidad y visión de poner en marcha el proyecto del Guggenheim, contra la opinión de muchos. Como puede verse, mucha gente pensando alrededor del mismo asunto y con visiones bastante coincidentes sobre su enfoque y prioridades.

Precisamente, la lección más importante del proceso de transformación de Bilbao gira alrededor de la necesidad de tener una visión estratégica de la ciudad, un proyecto a largo plazo claro en sus grandes trazos, un proyecto compartido con el que la población pueda identificarse. Uno se desespera cuando ve algunas ciudades con museos de orden internacional, universidades de prestigio, con presencia de las sedes de las principales empresas del país y con una vida económica y cultural muy dinámica, pero carente de un relato que de coherencia a su proyecto de ciudad. Pongamos que hablo de Madrid.

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