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Ermua recuerda su espíritu contra ETA a los 25 años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco

Los padres y la novia de Blanco lloran a la llegada del cadáver al cementerio de Polloe de Donostia

Iker Rioja Andueza

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En la fachada de la Casa Consistorial de Ermua, bajo las banderas de Bizkaia, España, Euskadi y Europa, han colgado en los últimos días dos grandes fotografías en blanco y negro de los vecinos asesinados por ETA. Son Sotero Mazo, taxista de origen extremeño, y Miguel Ángel Blanco, concejal del PP de origen gallego. En medio de ambos retratos, un pebetero pretende simbolizar que la memoria sigue prendida ahora que se cumple un cuarto de siglo del secuestro y posterior asesinato del edil. No sin controversias políticas en una Euskadi que lleva diez años largos sin la amenaza terrorista, este domingo el jefe del Estado, el rey Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el lehendakari, Iñigo Urkullu, entre otras autoridades, presiden el acto principal de los muchos que se han organizado en estos días de julio en la propia Ermua y en otros puntos de Euskadi y España.

Uno de los participantes será el entonces alcalde, el socialista Carlos Totorika (Ermua, 1956). Ahora ya jubilado tras 27 años en el cargo y una fallida candidatura a diputado general de Bizkaia en 2015, recibe a elDiario.es/Euskadi en la propia localidad vizcaína, en la que le saludan todos quienes se cruzan con él. Sin excepciones. La conversación se retrasa por los innumerables compromisos de Totorika con los medios de comunicación por este aniversario, aunque luego no tiene inconveniente en alargarla. En ese rato -cuenta- ha dejado de atender a siete periodistas. Quien fuera cara del conocido como espíritu de Ermua, las movilizaciones que sacaron a la calle a seis millones de personas en toda España en las 48 horas que transcurrieron entre el secuestro de Blanco y la aparición de su cuerpo con dos disparos de bala en la cabeza, asegura que aquellas jornadas de julio de 1997 fueron los momentos más “dramáticos” y “angustiosos” de su vida. Fue él quien se asomó al balcón del Ayuntamiento y, en unos años sin casi teléfonos móviles o Internet, dio en primera persona la mala nueva a quienes, en la calle, pedían a ETA con las manos pintadas de blanco que liberase al político del PP.

-Aquella gente parecía un volcán. Era terrible ver las caras desde allí arriba. Eran caras de rabia y de horror.

-Usted dijo que había sido “asesinado”, pero aún seguía con un hilo de vida. Moriría unas horas después.

-En la tele que teníamos allí vimos que a Miguel Ángel le habían pegado dos tiros en la cabeza. Sabía que en aquel momento estaba clínicamente vivo, sí. Pero también sé lo que hace un balazo. Y eran dos. Y, además, la bala ni siquiera había salido del cerebro. Creía que lo habían asesinado. No quería ni poner paños calientes ni crear esperanzas, porque yo no las tenía. Creía que ETA había cumplido su amenaza.

En efecto, un comando de ETA secuestró al concejal de Ermua el 10 de julio de 1997, apenas nueve días después de que la Guardia Civil localizase el lugar donde la organización había tenido secuestrado durante más de 500 días al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Fue una operación policial que desarticuló toda una “ingeniería” para retener a Ortega Lara en una nave industrial de Arrasate-Mondragón. El objetivo manifiesto era presionar al Gobierno de José María Aznar en busca del acercamiento de los presos. Un dirigente navarro de Herri Batasuna (HB, las siglas empleadas entonces por la izquierda abertzale), Floren Aoiz, declaró que como tras cualquier “borrachera” -en referencia al éxito policial antiterrorista- llegaría la “resaca”. Y la respuesta llegó en forma de secuestro de un concejal veinteañero que no llevaba escolta. A la operación le acompañó un ultimátum de 48 horas al Ejecutivo del PP para que cambiara su política penitenciaria. De lo contrario, ejecutaría al rehén.

En 1997, el alcalde de Ermua tenía un teléfono portátil “que pesaba cinco kilos” en el coche. Hace memoria. “Cuando estaba a punto de inaugurarse el polideportivo municipal, se cayó. Hablamos con la empresa contratista y, bueno, nos dijo que hasta que no hubiera sentencia judicial no se podrían determinar responsabilidades. Nos podía retrasar la apertura diez años y yo inicié una marcha a Madrid caminando para reclamar. Tenía intención de llegar en quince o veinte días a razón de unos 30 ó 35 kilómetros diarios. Esa jornada habíamos pasado Ermua, Eibar, Elgeta, Kanpazar, Arrasate-Mondragón, Aretxabaleta y estábamos empezando ya a ir hacia Vitoria. Y a las cinco o seis de la tarde me llamó gente de la Policía municipal diciéndome que había muchos agentes en el pueblo preguntando por Miguel Ángel, que algo raro estaba pasando. Un ratito más tarde me llamó el delegado del Gobierno [Enrique Villar, ya fallecido] para darme la noticia”, cuenta el alcalde sobre el uso que le dio a aquel móvil gigante.

A Luis Eguíluz (Bilbao, 1961) el PP le pidió por última vez ser candidato 'paracaidista' en Ermua de cara a las elecciones municipales de 1995, donde ya había sido concejal en años anteriores. “Tenía mi trabajo, iba en las listas a las Juntas Generales de Bizkaia [el Parlamento foral] y me pareció demasiado. Pero acabé aceptando. Por primera vez llevaba en la lista a gente de Ermua y yo iba a poner en marcha el grupo antes de dejarlo. A los pocos meses, en efecto, Ana Crespo se quedó de portavoz y Miguel Ángel de 'número dos'. Era de quienes más contacto tenía con él en el partido”, cuenta Eguíluz, que recuerda que la primera fotografía tras confirmarse que el secuestrado era Blanco era una de ambos repartiendo propaganda en la campaña electoral de 1995. “Al principio -añade- el partido no sabía si habían secuestrado a uno o a varios. Es algo que no se comenta pero fue así. Un amigo de la Universidad me llegó a llamar al creer que 'el concejal de Ermua del PP' podía ser yo”. Eguíluz, ya más alejado del PP, ha renunciado a un viaje familiar al Reino Unido de sus amores para participar en el actos de homenaje a quien fuera su colega.

Quedará para la historia la imagen del padre de Blanco, Miguel también de nombre, siendo avisado de la noticia por los camarógrafos que hacían guardia delante de la casa familiar. No sabía nada hasta entonces. Allí le esperaban Eguíluz, al que el partido envió de vuelta a Ermua ante semejante panorama, dos ertzainas -“chico y chica”, según recuerda- y los entonces presidente y secretario general del PP vasco, Carlos Iturgaiz y Carmelo Barrio, ambos aún en política y con responsabilidades similares. “Me llamó Carlos. Yo venía de Pamplona, de San Fermín, y me recogió en Vitoria. Estábamos con la madre, Consuelo [Garrido], cuando llegó Miguel. Vio a la prensa. Fue un momento absolutamente dramático. Era dolor extremo. Lo peor que se puede vivir. Miguel y Consuelo estaban rotos y sin saber muy bien lo que estaba pasando. Marimar [hermana de la víctima y ahora miembro del PP] empezó a volver desde Escocia”, cuenta Barrio. Padre y madre fallecieron durante el confinamiento de 2020.

“Los Blanco Garrido eran como muchas familias. Gran parte de la ciudadanía se dio cuenta de que el asesinado o secuestrado podía ser cualquiera”, explica Eguíluz. Eran naturales de Galicia. “Teníamos un municipio con unas 5.000 personas de origen vasco. Luego en las décadas de 1960 y 1970 la población subió hasta casi 20.000. Vino una cantidad importante de gente de Galicia, de Extremadura, de Andalucía, ... Vinieron de todos los sitios de España. Había una pluralidad sociológica. Teníamos que fomentar el orgullo de tener un origen y no tener que esconderlo. Al contrario. Uno puede ser perfectamente vasco y tener orígenes gallegos o andaluces y querer a su madre, aunque se apellide Rodríguez. Eso creo que debió ser perfectamente natural”, explica Totorika sobre la forma en que Euskadi se expandió y se industrializó. Hoy es el día en que en Ermua siguen abiertos locales de gallegos, andaluces, castellanoleoneses, castellanomanchegos y extremeños, aunque este último centro regional se alquila “muy económico” a quien quiera darle continuidad. “Son personas de orígenes distintos luchando en un espacio común”, apostilla Totorika, que cree que ETA, por el contrario, presentó aquella realidad como de “opresión”: “Ellos eran héroes y nosotros antivascos”.

El coche amarillo que nunca llegó a conducir

Miguel Ángel, según el exalcalde, “era un vecino de Ermua que se animó a participar en política, cosa que era complicada para los constitucionalistas, es decir, para los que éramos del PSOE o del PP”. “Tenía la ilusión de mejorar su pueblo sin experiencia institucional previa y estaba comenzando su andadura. Era muy joven [29 años recién cumplidos]”, abunda Totorika. Eguíluz añade que le acababan de hacer fijo en su empleo y que se había comprado su primer coche propio, “un Renault Megane amarillo que nunca llegó a ver”. Tenía pareja y era músico.

Cuando se propagó la noticia, en Ermua se empezaron a organizar protestas, vigilias y movilizaciones. “Eran una herramienta muy importante para superar el miedo. La lógica del terrorismo era precisamente meter miedo y paralizar e imponer un proyecto político. Yo creía que, para superar ese miedo, manifestarnos de forma masiva, exigiendo el respeto a los derechos humanos, era muy importante. Y articular eso requería un esfuerzo por la unidad y por la pluralidad. Esas movilizaciones masivas tuvieron un impacto muy positivo en la lucha contra ETA”, explica Totorika.

Las movilizaciones no se limitaron a Ermua. Saltaron a Eibar. Y a Vitoria. Y a Bilbao. Y a Donostia. Y a Pamplona. Y a Madrid y a Barcelona. Y a decenas de lugares. A Totorika le llegaron telegramas a montones de muchas ciudades de España, así como dibujos de niños y epístolas de adultos. Miles de personas se pintaron las manos de blanco como símbolo de paz. En algunos casos, el movimiento tornó en sonoras protestas contra las sedes de HB y, en algunos otros, también en ataques a estos locales. Al de Ermua le llegaron a prender fuego. Quien cogió el extintor para sofocar las llamas -y los ánimos- fue el propio Totorika. “Me salió totalmente natural. Tenía muy claro que, si de mí dependía, quería un municipio donde la violencia no surgiera ab-so-lu-ta-men-te en ningún sitio. Así no se puede construir la pluralidad y la convivencia. Esta semana, en Radio Euskadi, el lehendakari entonces, José Antonio Ardanza (PNV), ha explicado cómo salió aconsejado por su director de comunicación, Bingen Zupiria (hoy portavoz del Gobierno vasco) y se subió a un banco de piedra que hay delante del palacio de Ajuria Enea para calmar los ánimos. En la plaza del Castillo de Pamplona, el presidente navarro Miguel Sanz (UPN) tuvo que hacer lo propio tras unas horas de enorme confrontación en plenos Sanfermines, que fueron parcialmente suspendidos.

La actual secretaria general del PP vasco, Laura Garrido (Vitoria, 1970), era compañera de Blanco en Nuevas Generaciones y tuvo que leer el manifiesto en euskera en la gran concentración que se celebró en Vitoria, en la plaza de la Virgen Blanca. “Estaba todo lleno, como en el día de Celedón”, cuenta desde su despacho en el Parlamento Vasco comparando aquellos días con el 4 de agosto, el día de arranque de las fiestas de la capital vasca. Garrido organizó también autobuses para ir a Bilbao a otra movilización y hasta protestas en la calle de la Cuchillería, punto habitual de concentración de locales y seguidores de la izquierda abertzale en aquel momento. Su recuerdo más vívido, en cambio, es la “expresión gélida, impasible al dolor o a la compasión” durante el juicio a los autores del crimen.

Patxi Zabaleta, de HB: “Intenté salvar la vida a Miguel Ángel Blanco”

Con mayor presión que nunca, en HB también hubo movimientos. Jon Cano López era el edil abertzale en Ermua cuando se produjo el secuestro. Planteó en un escrito la liberación de Blanco. Para Totorika, aquello fue insuficiente. “En realidad decía lo mismo que ETA, que le liberaran y que acercaran a los presos. Decía lo mismo pero cambiando el orden de los factores. No había nada sobre lo injustificable que es atacar a otros seres humanos para conseguir objetivos políticos”, señala el alcalde. El histórico dirigente de HB Patxi Zabaleta (Leitza, 1947) sí fue más lejos. Compañero de Aoiz en Navarra, asegura que ni entonces ni ahora considera “afortunadas” sus reflexiones tras la liberación de Ortega Lara. “La cuestión de fondo era la primacía en la defensa de los derechos humanos como base de cualquier ideología”, afirma.

Él también publicó una declaración pidiendo la liberación de Blanco. “El hecho concreto del secuestro, y luego el asesinato, impactó muy profundamente en la sociedad. A mí también. Fue uno de los hechos más injustificables de ETA. Yo siempre he estado en la izquierda abertzale y siempre he defendido los métodos exclusivamente políticos”, afirma al otro lado del teléfono en una interrupción de su agenda en el día grande de San Fermín. “Saqué una nota dirigida a la organización ETA pidiendo que respetase la vida de Miguel Ángel Blanco. Guardo pena de que no hubiera tenido más éxito por falta de apoyo de otros miembros de HB. Nadie me ayudó. Tampoco de otras fuerzas políticas, ¿eh? Llegué a utilizar argumentos casi de la guerra. Intenté dar un paso adelante para que una de las violencias presentes dejase de existir. Intenté salvar la vida a Miguel Ángel Blanco”, explica. Zabaleta, en todo caso, plantea que el Estado también podía haber hecho más porque entiende que “revisar el estatus de los encarcelados” era una medida con respaldo “mayoritario” en la sociedad vasca. El lehendakari Ardanza lanzó esta semana una pregunta al aire: “Me gustaría saber si el hijo secuestrado hubiese sido de [Jaime] Mayor Oreja [ministro del Interior y dirigente del PP vasco] o de Aznar. ¿Qué es lo que habría ocurrido?”.

Un mes después de los hechos, Zabaleta pronunció una conferencia en Ermua “defendiendo” todo lo que hizo. En 1998, Zabaleta se desmarcó igualmente del asesinato del edil de UPN en Pamplona Tomás Caballero. En 1999, la corriente interna que él abanderaba dentro de HB, llamada Aralar, empezó a distanciarse hasta que acabó convirtiéndose en un partido separado y pacifista. En Navarra, llegó a formar parte de coaliciones con el PNV o con EA (Nafarroa Bai). En 2012, Aralar se integró en lo que entonces era Bildu para crear Amaiur, que luego se renombró como EH Bildu. Parte de los cargos electos, encabezados por Aintzane Ezenarro, criticaron este regreso a los acuerdos con Sortu precisamente por cuestiones éticas. El partido, con Rebeka Ubera como última responsable, se disolvió y sus miembros, como el diputado Jon Iñarritu, son ahora independientes en EH Bildu. Ezenarro, en cambio, es la directora del Instituto de la Memoria (Gogora) del Gobierno de Iñigo Urkullu. “HB era el vivero de ETA”, afirma Totorika con contundencia. “ETA no hubiese tenido la fuerza que tuvo si no llega a tener detrás a su brazo político, que era HB”, coincide Ardanza. “No teníamos relación de ningún tipo”, zanja Barrio.

En las exposiciones que ocupan varias plantas del Izarra Center de Ermua, un rascacielos inaugurado en 2012 y que pretender ser icono de modernidad en esta localidad lindante con Eibar y con Gipuzkoa, se puede leer un informe de balística de la Policía Nacional que explica cómo el arma disparada en este caso había sido ya utilizada en el intento de asesinato del funcionario de la cárcel de Martutene Juan José Baeza. Otro informe, en este caso de la Ertzaintza, muestra cómo decenas de particulares, desde cabinas, llamaron al 088 -el 112 no existía entonces como número de emergencias- para dar pistas. Se recibieron comunicaciones desde Álava, Bizkaia, Gipuzkoa, Navarra, Madrid, Cantabria, Cáceres, Sevilla, Valencia, Galicia, Alicante, Huesca, Barcelona, Ávila, Zaragoza, Granada, León, Baleares, Málaga, Tenerife, Castellón, La Rioja, Cádiz, Toledo, Segovia, Córdoba, Jaén, Murcia, Albacete, Asturias, Cuenca y Valladolid. Testigos apuntaron muy dispares localizaciones como posibles lugares en que estaba la víctima, la mayoría pistas falsas.

El cuerpo abandonado después de haber sido tiroteado apareció en Lasarte-Oria. Lo mismo que al Ayuntamiento de Ermua, la noticia llegó también a casa de los Blanco Garrido. Para entonces, Marimar ya había regresado a España. “Estábamos allí cuando apareció el cuerpo tiroteado. Los ertzainas, chico y chica, se llevaron a los padres a San Sebastián, a lo que entonces eran Nuestra Señora de Aránzazu y ahora es el complejo hospitalario Donostia. Yo fui detrás. Mi Golf GTI batió ese día el récord de velocidad, las cosas como son”, rememora Eguíluz. “ETA había cumplido su amenaza y ya”, repite Totorika. “Lo diseñaron así. Brutalidad y venganza. Acudieron a la escenificación de la mayor brutalidad posibles con unos días de tortura a cámara lenta”, resume Barrio. El funeral estuvo presidido por el entonces príncipe heredero y actual jefe del Estado, Felipe VI. “A la izquierda iba yo y a la derecha Aznar. No reaccionaban después de aquello”, relata Ardanza.

De la sintonía entre PSOE y PP a las tensiones

El asesinato de Blanco no fue el final de ETA, ni mucho menos, aunque sí punto de inflexión. “El primer clavo de su ataúd, diría yo”, sostiene Eguíluz. La última víctima, Jean-Serge Nérin, agente de la Policía Nacional de Francia, fue asesinado en marzo de 2010, trece años después. La organización anunció en octubre de 2011 el cese del terrorismo, aunque no desaparecería totalmente hasta 2018. Pero los entrevistados coinciden en que fue un “punto de inflexión”. Los amenazados, por ejemplo, empezaron a llevar escolta. “Cuando me la pusieron, descansé. Me encontraba mejor, aunque mi entorno de amistades dijera que era una puñeta. Tenían razón, ¿eh? Tu vida personal se limitaba muchísimo. Pero quienes nos enfrentábamos abiertamente a ETA... Vivo en el campo y las vueltas a casa de noche o las salidas por la mañana eran preocupantes”, explica Totorika, que lamenta que tardarán muchos meses en proporcionarle guardaespaldas tras los hechos de julio de 1997. En el PP, con el asesinato en 1995 de Gregorio Ordóñez, candidato en Donostia y parlamentario, algunos cargos sí que empezaron a disponer de protección. Pero no los ediles. “La mayoría de nosotros no teníamos”, confirma Eguíluz, que luego fue en 2015 candidato a alcalde de Bilbao antes de alejarse de la línea actual del partido.

Políticamente, ¿qué cambios acarreó lo sucedido? En Ermua, el PP pasó de 1.839 votos en 1995 a 1.907 en 1999. En 2000, Aznar logró mayoría absoluta y, en Euskadi, el PP se aupó a segunda fuerza en 2001 con Mayor Oreja como candidato a lehendakari y tocó techo con 19 escaños. “¿Bajar en afiliados por miedo? Al contrario. La sociedad reaccionó con adhesión y militancia. '¿De qué partido era Miguel Ángel Blanco? ¿Del Partido Popular? ¡Pues yo quiero ser del Partido Popular!'. Lejos de haber bajas, fue un empoderamiento de muchas personas en la valentía, en el esfuerzo y en la solidaridad. Este crimen, como antes el de Gregorio, hicieron que mucha gente diera el paso”, asegura Barrio. “Dos años después entré como cargo público. Éramos jóvenes y teníamos muy claro que no nos podíamos amedrentar. Teníamos ganas de plantar cara al terrorismo”, explica Garrido. Ello le obligó a ser escoltada, sí. ¿En qué se tradujo? No poder “exponerse” con sus sobrinos o no ir el domingo a comer con sus padres cuando avisaban de que había un comando en Vitoria buscando una víctima. “Mi entorno, la verdad, nunca me ha puesto ningún problema”, se felicita, en todo caso.

Pero esa tendencia ha cambiado de raíz. En 2019, en Ermua, 712 vecinos introdujeron la papeleta azul en la urna. Ahora solamente hay un concejal allí, aunque es más común que no haya ninguno en el grueso de los municipios pequeños. En la Cámara vasca, el PP tiene cinco representantes y después de haber sumado uno que dio el salto desde Ciudadanos después de las elecciones. “Sir Winston Churchill ganó la II Guerra Mundial... pero perdió las siguientes elecciones democráticas”, ironiza Eguíluz. Y añade: “Está claro que la sociedad vasca nos amortizó. O igual también el mensaje no ha sido el adecuado y no se ha acertado”. En el 'caso Gürtel' , el mayor de corrupción en el PP, un informe mostró que una de las cuentas abiertas en 1998 para captar donativos para gastos de seguridad había sido desviada para otros fines.

Los que siguieron a 1997 fueron también años de entendimiento entre los socialistas y los 'populares' vascos. “Más de un amigo y compañero socialista me decía '¿Pero cómo os arregláis con el PP tan bien?'. En fin, nos apoyábamos en ellos y ellos en nosotros para poder superar el miedo y para trabajar en el día a día en muchos pueblos. Se nos hizo natural esa deseable pluralidad y unidad en la lucha contra ETA”, entiende Totorika. Hubo coaliciones en Basauri o Portugalete y, con la candidatura de Mayor Oreja, parecía cantado que el socialismo de Nicolás Redondo Terreros estaba dispuesto a apoyarlo para desalojar al PNV. Finalmente, un equipo encabezado por hasta cuatro compañeros de Blanco en Nuevas Generaciones, Antonio Basagoiti, Iñaki Oyarzábal, Arantza Quiroga y Borja Sémper, aupó a Patxi López a Ajuria Enea en 2009. La hermana de la víctima fue elegida como presidenta de la comisión de Derechos Humanos en el Parlamento Vasco en aquellos años.

Ardanza opina que esa sintonía devino en frentismo. “Se quería meter en el mismo saco de ETA al PNV y todo sentimiento nacionalista. A mí esas cosas me dolieron mucho. Fue un aprovechamiento político contra el nacionalismo en general”, ha manifestado Ardanza en Radio Euskadi. Iñaki Anasagasti (Cumaná, Venezuela, 1947) era el portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados y fue uno de los artífices del pacto de 1996 que hizo presidente a Aznar. Para él, aquellos días trajeron un “cambio de tono” del Gobierno del PP hacia el nacionalismo vasco, una “ofensiva” para hacer ver “que todo el nacionalismo estaba en el mismo barco”.

Ahora, en el aniversario, PP y PSOE han llegado enfrentados. Los primeros acusan a los socialistas de haber querido vetar a Marimar Blanco en el acto de Estado de este domingo, presidido por el rey, Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el lehendakari, Iñigo Urkullu. El alcalde de Ermua y organizador, el socialista Txitxo Abascal ha dicho que todo ha sido un “malentendido”. También critican en el PP los acuerdos de los socialistas con EH Bildu, la coalición que ahora integra a la marca de la izquierda abertzale, Sortu. “Creo que la lógica de derrotar a ETA se basó en la unidad y en el respeto a la pluralidad que componíamos los partidos de diferentes colores”, afirma Totorika preguntado por ello. Y abunda: “Hay semillas de odio que pueden acabar de nuevo en violencia y que de vez en cuando surgen. Pero, siendo esto cierto, tengo la maravillosa conciencia de que a ETA la hemos derrotado, de que ya no necesitamos escoltas y de que ese discurso justificatorio de la violencia de Herri Batasuna ya no se está dando así en este momento. No hemos hecho todo el recorrido, ni mucho menos, pero hemos avanzado mucho”. El polideportivo que este domingo acogerá el gran acto de homenaje, el mismo que se rehízo tras el accidente de 1997 que iba a llevar al alcalde de Ermua a pie hasta Madrid, se llamara ahora “Miguel Ángel Blanco”.

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