Cuando el desahucio llama a la puerta
Abren la puerta de su casa con miedo. Se nota que Leticia Gil e Issam Aabouch viven en la incertidumbre, temerosos de que llegue una carta con malas noticias o de que sea la policía la que toque el timbre para sacarles de su hogar. “Estamos desesperados —comenta Issam, y su tono de voz lo confirma—. Nuestros hijos también lo notan, tienen miedo de que nos echen de la casa y se ponen muy nerviosos”.
Son tres y ninguno de ellos alcanza los diez años. El pequeño, alegre y cuya sonrisa parece imposible de borrar, va pasando de los brazos de la madre a los del padre, y así sucesivamente. Pero según la conversación se va adentrando en temas más áridos, la voz de sus padres se quiebra y eso él lo nota; su sonrisa se difumina por instantes. La familia llegó a este piso hace cinco años y, cuando apenas quedaba un mes para que el contrato se acabase, la dueña les comunicó que se tenían que marchar.
“Vino y nos dijo que ya había vendido la vivienda. Sin ningún margen para nosotros. Y entonces, ¿qué? Tenemos tres niños, no podemos estar en la calle”. Las lágrimas empiezan a correr por las mejillas de Leticia y el pequeño se percata rápido, se incomoda y rompe a llorar. Su madre tiene que cogerlo en brazos, sacar fuerzas de donde en este momento no las hay y tratar de calmarlo. Issam toma la palabra: “Lo primero que hizo la propietaria fue denunciarnos, así que ahora estamos a la espera del desalojo. Buscamos vivienda todos los días, pero es casi más fácil que nos toque la lotería. Piden muchísimos requisitos y los precios se han disparado. Con un trabajo temporal y un sueldo tan bajo, que no llega ni a los 1.000 euros, ¿cómo vamos a mantener una familia?”.
“¿Qué hago con los niños? ¿Los tiro a la basura?”
La búsqueda de una vivienda digna no ha sido fácil para esta familia en ningún momento. Los hijos suelen suponer un obstáculo. “Es que no entiendo qué quieren que haga con ellos —se lamenta Leticia—. ¿Los tiro a la basura? Además, siempre nos preguntan de dónde somos. A mí, aunque sea de aquí, me ven con pañuelo y ya no hay nada que hacer. No lo entiendo… Les tendría que dar igual, con tal de que les paguemos”. Tampoco las trabajadoras sociales del Ayuntamiento ni desde el Servicio Vasco de Vivienda-Etxebide (del Gobierno vasco) han sabido darles soluciones. “Estamos en un país de libertades, en el que se supone que se ayuda a la gente, pero no veo que esto suceda con nosotros —lamenta Issam—. Todas las puertas están cerradas para nosotros, y encima nos marean. Hay muchísimas viviendas vacías, pero parece que no son para nosotros, aunque estemos en una situación de emergencia”. El crío vuelve a percibir la desesperación en las palabras de sus padres y rompe a llorar, esta vez con fuerza. Como dicen ellos, sus hijos, tan jóvenes, son los que al final peor lo están pasando.
También tiene una hija Zaira García, que, como Issam y Leticia, recurrió en un momento dado a la plataforma Stop Desahucios Araba. “Fue lo mejor que pude hacer, ya que me he sentido muy arropada. Sin ella, no habría sabido por dónde tirar”, asegura. Zaira compró un piso con su marido y les concedieron el préstamo. Sin embargo, pronto llegaron las dificultades para poder pagarlo y la situación se complicó, hasta el punto de divorciarse. La que era su suegra era la avalista y se marchó con una cantidad considerable de dinero. Hicieron una renegociación de la hipoteca y, además, la jueza le concedió la custodia de su hija. Según el acuerdo, les correspondía pagar el 50% a cada uno, pero el exmarido dejó de pagar. Ella apenas tenía un sueldo de 800 euros, trabajaba a jornada parcial, pero la caja la veía asequible y, como era la única a la que podía echar el guante, fue a por ella.
Txomin Lorenzo es uno de los voluntarios que trabaja para la plataforma y acompaña a Zaira, dándole ánimos en todo momento y ayudándole en todo lo que necesita. Para él, que lleva años colaborando con la plataforma, este es un caso de libro, de manual. “Se nos ha llegado a tildar, a los de la plataforma, de secta. Sin embargo, lo cierto es que siempre hemos mantenido defender los casos de gente de buena fe, de personas que no tienen recursos para pagar y que se ven en una situación comprometida, abocadas a perder la vivienda”. Y ese es el caso de Zaira, una mujer que siempre se ha esforzado por pagar religiosamente lo que le correspondía; una trabajadora normal y corriente a la que la crisis y un cúmulo de situaciones personales delicadas la noquearon.
“A la gente le contaron un cuento que no era verdad y se lo creyó”
Y como a ella, a muchas otras personas. Txomin aprovecha para explicar el asunto en profundidad; intenta, a partir de todas las piezas (que en este caso son la gran cantidad de casos que han llevado), completar el gran puzle: el de una parte de la sociedad que ha sufrido los estragos de la crisis, quedándose sin techo y en una situación de total desamparo. Los inicios de la plataforma se remontan a 2012. “Al comienzo—relata—, éramos meros afectados y voluntarios, no teníamos apenas idea y los bancos parecían omnipotentes”.
“La confianza en el capitalismo se había extendido a todos los rincones —prosigue—. El que no pedía un crédito era tonto. Pero eso no era más que una maniobra de las cajas. A la gente le contaron un cuento que no era verdad y se lo creyó. Todos, hasta los más escépticos, nos lo creímos. La crisis englobó una serie de situaciones que generaron simpatía, respuesta social —explica—. La que sufría era gente normal, gente currante, que perdía todo lo que había amasado en su vida e incluso se suicidaba… Aquello despertó conciencias y generó un ambiente social”. El tema inundó las calles y, tras la petición de aclaraciones del Tribunal Supremo ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, se ganaron sentencias y se creó jurisprudencia. Fue la época de la Plataforma Antidesahucios (PAH). Fue cuando Ada Colau (la actual alcaldesa de Barcelona) reunió un millón de firmas de apoyo a su Iniciativa Legislativa Popular.
“La PAH estaba a la cabeza y supo imponer la dirección correcta y es así que ahora tenemos herramientas”, prosigue, y añade: “Hemos conseguido atajar los síntomas, la fiebre del enfermo, pero la banca se está recuperando. El sistema nos obliga a estar siempre a la defensiva, preparados para la lucha”. “Ahora —se quiebra de repente Txomin—, el tema vuelve a ser invisible, se habla poco de ello y parece que no existe. Pero lo cierto es que hay mucha gente que sigue viviendo en precario”. De hecho, tal y como repite una y otra vez, la crisis fue el tsunami, pero ahora estamos todavía recogiendo los destrozos.
Esa es la situación de Zaira. Con los ojos vidriosos, inundados de lágrimas que por orgullo se resisten a caer ahora, explica que todo el proceso ha sido —y está siendo, dado que, tras seis años, la maratón sigue adelante— una carrera de fondo muy dura, larga y llena de altibajos. “Lo ha pasado mal. La crisis fue un golpe terrible. Ella es una trabajadora normal y corriente, de buena fe, y que siempre ha ido de frente”, comenta Txomin, arrancándole a Zaira una sonrisa, y añade: “Entre unos y otros la han enredado. Ella no es más que la víctima, el eslabón más débil de la cadena”.
“Para la banca, todo es un negocio y las personas, poco más que un número”
Por suerte, tiene a la plataforma y a todas las personas que la conforman, que siempre están dispuestas a ayudarla y ofrecerle consejo. Como dice ella, acudir fue lo mejor que podría haber hecho. Se reúnen cada martes para analizar los casos que tienen y discutir sobre las alternativas de que disponen. Puntuales, incluso antes de la hora a la que se citan, ya están volteando hojas, explorando posibilidades. Contemplan diferentes acciones: trasladar los casos a la prensa, para que tengan eco social; acudir a sucursales bancarias a pegar carteles reivindicativos… Lo necesario con tal de despertar conciencia por las situaciones tan complicadas que atraviesan los afectados.
Arturo Val es uno de los que lleva la voz cantante cuando se juntan. Discuten ahora cómo meter presión en el caso que les atañe. “Sabemos que si Stop Desahucios va con los afectados, los peces gordos actúan de manera diferente a si acuden solos”, comentan, y añaden: “No hay alternativa. Para la banca, todo es un negocio y las personas, poco más que un número. Hay que plantarle cara o, de lo contrario, no hay nada que hacer”. Además, a los afectados les abruma la situación en la que, de repente, se ven envueltos, así que nunca hacen ascos a la compañía, que viene bien.
Se suceden los casos: Ibercaja, Kutxabank, Caja Vital… El denominador común son las personas: gente corriente, de buena fe, que ha perdido lo que tenía y ahora se ve en una situación de emergencia y riesgo, con posibilidades incluso de quedarse en la calle. Las emociones están a flor de piel y la mayor parte de los afectados, cuando les toca exponer su caso, los avances, rompen a llorar. Los miembros de la plataforma, siempre que estas personas muestren su predisposición por luchar, les ofrecen ánimos y las alternativas que se les ocurran y les parezcan mejores. “Porque en estas situaciones, todos somos frágiles e inestables”, comenta otro miembro.
Otra afectada, que acude a las reuniones para, además de tratar su caso, ofrecer ayuda a los demás, es Margarita Loroño. Tras los casos de otros compañeros, llega el momento de que explique cómo está su situación. A partir de una dación en pago, se quedó con una deuda de 9.000 euros. Con problemas de salud, se ve obligada a vivir de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI). “Cuando me quitaron el piso, tuve que vivir durante un tiempo en el sofá del salón de la casa de una amiga”, relata, con un deje de frustración en la voz. La llevaron de un lado para otro, porque su expediente apareció de repente, por motivos burocráticos, en Llodio, lo que alargó los plazos. Tras mucho buscar, pudo encontrar un piso al fin, pero no tenía para pagar la fianza. La trabajadora social hizo que le dieran ese dinero, 500 euros. Ahora, no obstante, al juntársele las ayudas con esos 500 euros, el embargo con la Seguridad Social ha hecho que le quiten dinero, no quedándole suficiente para pagar el alquiler. La situación se ha vuelto insostenible.
Hasta que le devuelvan el dinero, tiene que enfrentarse a no poder pagar a la dueña del piso, con los problemas que eso acarrea y los precedentes que sienta. Con el apoyo de la plataforma sabe al menos por dónde tirar y cuáles son los pasos a seguir. Por muy duros que resulten. “Ahí estamos, en la lucha, que dura ya cuatro años. Es un proceso muy duro. Me iba a quedar en la calle, pero gracias a Stop Desahucios, a su lucha, me he quedado solo con deuda económica”, relata: “Me quedan deudas de más de 10.000 euros y mi enfermedad es progresiva… Lo veo negro, pero gracias a ellos por lo menos puedo mirar al futuro con algo de optimismo”.
Margarita termina de relatar su caso. Se seca las lágrimas con un pañuelo. La reunión de la plataforma sigue. Afuera cae la noche, pero hay muchos asuntos que tratar; todo, en pos de una mejora, en busca de la mayor efectividad posible a la hora de luchar por los afectados que acuden a buscar refugio y amparo cuando ven que ya no les quedan otras oportunidades. Son las piezas de un complicado puzle, las teselas de una problemática social que parece que ha estado adormilada durante un tiempo, pero cuyos afectados exigen soluciones. Leticia, Issam, Zaira, Margarita… Y muchos otros. Personas trabajadoras, normales y corrientes, a las que la vida les dio un palo del que luchan por recuperarse. No piden tanto: se conforman con un techo bajo el que poder vivir con dignidad. Y por él seguirán luchando.
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