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¿Qué huella ecológica estamos dejando los vascos?

La huella ambiental analiza los impactos ambientales que se pueden generar directa o indirectamente a lo largo del ciclo de vida de un producto.

Rubén Pereda

Carbono para transporte y producción e importación de alimentos. Son las actividades que más impacto medioambiental tienen en Euskadi, que está dejando una huella ecológica insostenible. La demanda de recursos existentes en el ecosistema es mucho mayor a la capacidad ecológica para generarlos: estamos consumiendo como si dispusiésemos de 2,65 planetas como la Tierra. 

El carbono representa la mitad de la huella ecológica en Euskadi, un 51%. Según el informe 'Huella Ecológica de Euskadi 2019', publicado por Ihobe, los medios de transporte (especialmente aquellos utilizados para la importación de materiales y productos) han superado al sector industrial en consumo total de energía anual. Su gran dependencia sobre las energías fósiles, con el petróleo a la cabeza, hace que las emisiones de dióxido de carbono sean muy elevadas.  

La producción de alimentos, ya provengan de la tierra, los pastos o la pesca, también tiene un impacto considerable. La base del consumo depende de productos importados, lo que supone un incremento de la huella ecológica. La otra cara de la moneda la representa la agricultura ecológica, que alivia el impacto al reducir la importación de fertilizantes y otros productos. En un periodo de cuatro años, han transitado hacia la agricultura ecológica cerca de doscientas explotaciones solo en Euskadi.

Con respecto al año 2001, la huella ecológica vasca se ha reducido en un 7%. Sus habitantes precisan de 4,32 hectáreas globales productivas de tierra o agua —frente a las 4,66 de comienzos de siglo— para conseguir los recursos necesarios y asimilarlos. Esta área, que equivale a casi cinco campos de fútbol, es 1,57 veces superior a la huella mundial.

En números rojos desde julio

En cuanto a la cantidad de planetas necesarios para satisfacer las necesidades, Euskadi (2,65) se sitúa por debajo de la media europea y de otros países como Rusia (3,2), Australia (4,1) o Estados Unidos (5,0). Sin embargo, es superior a otros como China (2,2), Brasil (1,7) y la India (0,7), o a la media mundial (1,75).

Este ritmo es insostenible, y el conocido como 'Día de la Sobrecapacidad', que fija el punto del año en que se han consumido todos los recursos que el planeta puede regenerar al cabo del año, cada vez llega antes. En 2019, llevamos desde el 29 de julio explotando a la Tierra por encima de sus posibilidades. El coinventor de la huella ecológica, el experto suizo Mathis Wackernagel, ya alertaba de los riesgos de vivir a un ritmo de 1,75 Tierras: “No podemos hacerlo por mucho tiempo. La actividad humana se ajustará inevitablemente a la capacidad ecológica del planeta. La cuestión es si elegimos llegar allí por desastre o por diseño”.

La reducción de la huella ecológica pasa por una transición hacia una economía que dependa en menor medida del carbono. Las emisiones del transporte están al alza, mientras que tan solo el 0,22% de los vehículos matriculados en Euskadi son híbridos o eléctricos. Por tanto, Ihobe apuesta por un incremento de los desplazamientos no motorizados y usando el transporte público.

La economía circular, que conlleva el empleo de sistemas de producción y consumo más eficientes, también puede reducir el impacto del carbono y de los cultivos en la huella ecológica. Abandonar el “producir, consumir y tirar” y optar, en cambio, por cerrar este círculo transformando los residuos nuevamente en recursos.

Más allá de la huella

La huella, sin embargo, no mide todo el impacto medioambiental. No tiene en cuenta el agotamiento de los recursos no renovables ni el bienestar social. De igual manera, tampoco mide la degradación ecológica, que puede resultar en una biocapacidad futura más reducida. Aun así, tiene un elevado valor didáctico, puesto que pone en evidencia la insostenibilidad del modo de vida de los países más ricos del planeta.

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